Viernes, 28 de octubre de 2016 | Hoy
Por Hernando Quagliardi
- Debería ser posible una imaginación más poderosa que la realidad, ya que todos somos de alguna forma imaginados. En la cabeza de sus padres, usted no era más real que Stephen Dedalus. "El acto de colocar lo que falta". Eso es la imaginación. Habría que acomodar el principio cartesiano: imagino, luego existo. Mejor dicho: soy imaginado, luego existo.
- Confieso, le respondí, que me ha costado mucho trabajo comprender el verdadero sentido de esa operación simple de duplicación y copia que el señor Pierre Menard se empeñó en llevar a cabo. Creo que me faltaba tiempo, es decir experiencias, es decir relecturas.
- Menard, una variante del monsieur Teste de Valéry. Ya habrá pensado seguramente en los heterónimos de Pessoa, en esos poetas malditos. Bernardo Soares, por ejemplo. En El libro del desasosiego escribe una suerte de diario personal que bien puede ser la biografía del propio Pessoa.
- Hoy por hoy difícilmente haya un escritor imaginario mejor que Patrick Modiano. A veces es Patrick o Jean o nadie. Lo importante es que el "imaginario" siempre está intentando escribir la novela que reconstruya su desmemoria. Ese fantasma produjo una docena de libros idénticos.
- ¿Y qué me dice de Vila Matas? tanteó demorándose en revolver su café.
--Sería como un colectivo imaginario de la literatura. Vila Matas no solo piensa narrativamente sino que vive narrativamente en el mundo que él mismo ha creado. Pero me parece que estamos trastocando las reglas del juego, reflexioné.
- ¿Cuáles reglas?
-Habíamos quedado en ejercitar la propuesta de Ricardo Piglia en su Diario. Cito de memoria: Hamlet= Dedalus= Quentin Compson= Nick Adams= Jorge Malabia... hacer entonces una historia de los escritores imaginarios.
- No sé si esa es la regla. Después de todo, ¿cómo estar seguros? Ya incurre usted en un error. Le atribuye a Piglia algo que ha dicho Emilio Renzi, o sea que al nombrarlo se anulan las reglas del juego. Porque Piglia le presta la vida a Renzi y el Diario es la biografía de un personaje, un alter ego. ¿No es así? Todos han notado eso, lo que nadie notó todavía es el sentido último de ese desvío.
Me sentí molesto, pero lo dejé pasar. A Trevisano no hay que animarlo a completar sus ideas. Derivé para el lado del policial. Traté de colocar mis razones. Le dije que el propósito sería indagar en la historia y en las "condiciones de producción" de los escritores imaginarios. Al igual que los detectives del género, proseguí, el escritor tiene que ser incivil, célibe, rebelde. A propósito: ¿cómo se llama el escritor que resuelve deportivamente crímenes e intrigas en las novelas de Nicholas Blake?
- Esa sería una buena razón para crear "imaginarios" me interrumpió Trevisano, una coartada para protegerse del mundo del intercambio. Aunque no buscaría un factor común, igual podría especularse que el escritor real tiene que comer, comprar remedios, pagar la cuota del club. Me viene a la mente Benjamin Black, el escritor de policiales que engendró John Banville. Ya sé, ya sé no es lo mismo, usted me va a argumentar que se trata de un seudónimo.
- Bueno, no hemos dicho nada del Morelli de Cortázar, ni de Arturo Belano y Ulises Lima de Bolaño, le arrojé.
- Son meras "figuras", respondió Trevisano en voz baja y con una sonrisa maliciosa en los labios.
- Ahora me acordé: el personaje del policial es Nigel Strangeways, que era un poco como Auden, según dicen, ya que fue camarada de estudios de Cecil Day Lewis, el hombre real tras el seudónimo de Nicholas Blake. Aquí hay una buena síntesis, me parece.
Se hizo un silencio. Nos perdimos en el gris húmedo del bulevar por el que venía flotando un tipo vestido con un buzo rojo, remera amarilla y zapatillas fosforescentes. No corría, más bien se deslizaba por el centro pardo y entristecido. Trevisano lo cortó con un monólogo.
"Las razones para crear una escenografía de escritores imaginarios pueden ser variadas. A mí me interesa la razón metafísica. Piglia habla de ilusión y la ilusión es un desplazamiento de la realidad. Cuando cae el umbral de tolerancia, por así decir, a la realidad se la lleva a otra parte. Ahí interviene el mecanismo de la ilusión. Piglia lo explica bien en el primer tomo de los diarios: se trata de una construcción deliberada destinada a engañar a uno mismo, la ilusión como novela privada. Es una forma perfecta, dice Piglia. El problema es que, también está lo público y allí lo real no está del lado del yo sino del lado del fantasma. El nota que los imaginarios quedan flotando en el mismo momento en que adquieren conciencia de la madurez y de los avatares de la sociedad de consumo. Luego desaparecen. No hay nada que hacer, la realidad siempre gana. El juego cesa, como todo, a la hora de la muerte. La muerte es una coincidencia, una cita con uno mismo".
- ¿Sabe una cosa? creo que nos faltan muchos escritores en la lista. No sé como discernirlos. Hace un momento quise hacerle una jugada de jaque. Iba a nombrarle a Alonso Quijano. Luego me di cuenta que no es un escritor. Creo que lo confundí con Cervantes. El Quijote, en cambio, es "el" lector.
Trevisano dudó. Ahogó una mueca de disgusto y miró hacia el bulevar.
Sí, ese es decididamente otro juego. Quizá el único que podríamos jugar nosotros. Bien pensado, dijo y llamó al mozo.
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