Sábado, 28 de octubre de 2006 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
No la conozco, pero sí. Como en el poema de Benedetti, "porque te tengo y no". La vi, por puro azar supongo, tres o cuatro, acaso cinco veces, en un café. Usted escribe, me dijo, y escribe sobre la poesía. La invité a compartir el café. Se sentó y agregó: "no creo en la poesía, pienso que los poetas son unos mentirosos y por otra parte no leo poesía". Entonces, traté de contestarle, que no sabía en realidad de que estaba hablando. Dije "traté" porque antes de que pudiera decir alguna palabra me dijo, casi agresivamente, pero sonriendo: "Y no me diga que como no leo poesía no puedo hablar del tema, esa es otra de las trampas caza bobos que ponen los poetas". Le dije que no importaba, que la poesía seguiría su camino sin que ella le prestara atención. En realidad no requiere la atención de nadie, incluso es bueno que muchos lean poesía sin saber que lo están haciendo. Hay mucha poesía en todos lados, incluso en las más insospechados; por eso sobrevivimos nosotros, los que intentamos escribirla, los que la han escrito, los que la paladean, los que dicen no prestarle atención como usted, señora, a quien le escribo estas líneas sin otra pretensión que volverla a ver, no para conversar de poesía, sino para preguntarle qué piensa del color amarillo, de la garúa (tango incluido), de los cachilos que se parecen tanto a los gorriones. ¿Le gusta como cantan Jaques Brel, la Piaf, Brassens, Trenet, Jean Sablon? Y ¿qué piensa de un desayuno cuando está nublado y está amaneciendo y uno viene de hacer el amor y piensa que la ciudad es otra? Pero la ciudad, querida señora, nunca es otra, siempre es la ciudad que amamos, en la que vivimos, en la que seguramente moriremos. Entonces, cuando usted ya haya tomado el desayuno le diría: la poesía es como la ciudad y esas otras cosas que le pregunté, un sabor, un pequeño ruido cuando los dientes parten el primer bocado del bizcocho, esos signos de placentero cansancio en los ojos, la mirada que transmiten esos ojos que no es la suya sino la mía. Creo. La poesía es un acto de Fe. Yo creo en los dinosaurios, en los ángeles, en los dragones, en el Diablo, en los habitantes de otros planetas. ¿Por qué no creer en la poesía? El poema siempre es un misterio, solamente hay que sentirlo, dejarlo que se apoye en la piel y en nuestro espíritu sin buscarle significado alguno. ¿Cómo nos damos cuenta que el poema que nos muestran o leemos es un poema? Debemos prestar atención, querida señora, a nuestras modificaciones interiores. ¿Alguna vez ha estado enamorada? Pues bien, con la poesía ocurre lo mismo: se percibe en un hueco en el estomago, en saber que para vivir hay que hacer otras cosas. ¿Cuáles? Ser escribano, por ejemplo, como Eric Satie, que era músico, lo que significaba en su caso que era poeta. O como aquel amigo de Cioran que era un vagabundo, pero no en el sentido que fueron vagabundos Baudelaire o Walter Benjamín. También se puede tener un alto cargo en una gran empresa, como Wallace Stevens, pero eso sí, mantener en secreto la ocupación que le daba sentido a su vida. Quisiera que comprendiera, querida señora, que quien le escribe es un mero profano interesado en la materia y que si le pregunta a un sesudo crítico, la respuesta será otra, pero la poesía suele pasar al costado de esos señores con alguna que otra excepción. La poesía es como un amor clandestino. Y también aún aquellos que manejan su estudio con auténtica seriedad, digamos un Galvano Della Volpe, llega hasta uno de los más herméticos poemas de Mallarme, y se entrega a la poesía, hay un análisis, pero el poema es el que lo aprisiona.
Esa es la cuestión, querida señora, entregarse a la poesía, transitar el poema como se puede recorrer el cuerpo de una mujer, explorar lo que no puede descifrarse, lo que únicamente puede vivirse, Aún sin entender ciertos por qué. Señora ¿sabe usted hacer el amor? No dudo que algo sabe de la materia en cuestión pues tiene hijos. Si ha tenido esos hijos y cuando los engendró deseaba hacerlo eso es algo que no tiene comparación con nada; es como el poema: tampoco puede compararse con nada. O acaso con esas cosas que al ser comparadas hay que pensar en qué sitio existe esa cercanía. El poema como ese vaso de agua helada, como esa mano que se aproxima para la caricia, con esa mirada que nos abarca y nos inquieta, como esa locomotora que descansa sus sueños, como la imposible mordedura del colibrí herido en el cuerpo del lagarto que reposa al sol. ¿Una cursilería, piensa usted? Puede ser, no tiene importancia. ¿Vio esa película dirigida por Nicholas Ray que se llamaba "In a lonely place"? Si la vio, en esa película se encuentra uno de los mejores diálogos sobre el amor. No se lo contaré, me gustaría que buscara ese film en un video o en un devedé y sintiera la pasión poética de ese diálogo entre Bogart, en un momento de su forma de actuar particularmente significativo, con Gloria Grahame, actriz que murió demasiado joven, al menos para mi, pues andaba por lo cincuenta y cinco años, a la que nunca se ha valorado debidamente. Lo que alguien ha llamado su turbulenta vida amorosa tal vez se encuentre en esa escena que Nicholas Ray dirige de manera impecable, sobre todo si se tiene en cuenta que ella estuvo casada con el director y luego se casó con su hijo. Querida y desconocida señora, si no consigue el film, le contaré el diálogo en cuestión uno de estos días. Actriz y actor sabían lo que eran amores.
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