Lunes, 24 de octubre de 2005 | Hoy
Por Fabián Di Nucci
Desde los albores del cristianismo, al menos, el mal y el error triunfan sobre nuestra supuesta inclinación al bien, mediante la tentación. Menos religiosos, la experiencia histórica hizo pensar a un grupo de filósofos, catalogados rápidamente como escépticos, en la imposibilidad de que el entendimiento humano lograra poseer con certeza siquiera una verdad de orden general.
El desaparecido Tato Bores iniciaba, hace unos años, un ciclo memorable de sus programas como un científico que investigaba si la Argentina había existido realmente, mostrando un mapa donde había mar dentro de los que, por ahora, son nuestros límites internacionales.
Más que constatar un hecho histórico sugería que, de seguir así, en pocos años no nos quedaría ni el territorio.
En nuestro país, por tantas razones, desde 1983 tenemos ciclos de dos años durante los cuales vivimos destilando humores diversos, oscuros, quejumbrosos y amargos cuando de la política y de los políticos se trata. Nos dura unos 24 meses y, de repente, la tentación, o la imposibilidad que sostenían los escépticos, aparecen en el cuarto oscuro poseyéndonos con una fuerza nunca vista ni en El Exorcista.
No importa qué pensábamos antes para lo que hacemos dentro, sumado a lo que todos pensaban antes pero hicieron dentro: el resultado nos hará destilar humores diversos, oscuros, quejumbrosos, amargos y de arrepentimiento, durante los próximos dos años.
En casos severos, incluso, va acompañado del Alzheimer poselectoral y la desaparición de la memoria de corto plazo ya que, si ganó el que votamos, nadie recuerda haberlo hecho.
Como en cuestiones geotérmicas, una cosa es el géiser y otra el volcán.
Una pavadita, en fin, la charla de café donde todos somos técnicos de la selección y presidentes o gobernadores o intendentes, y otra el Katrina cívico desatado allá por el 2001.
Estudios previos al proceso eleccionario de ayer indicaban que, a pesar de lo absoluto (y de lo absurdo) de la consigna "que se vayan todos", que eruptivos argentinos recién llegados (y por supuesto, bienvenidos) a la cosa pública, le vomitaron a funcionarios y políticos o sospechosos de serlo, durante aquellos meses surrealistas, el resultado, expresado con la misma exageración, fue que se quedaron todos.
Más sencillo aún: fueron nuevamente votados, salvo pequeñas mutaciones de cargo o de banca. O de partido, claro.
Fueron elegidos, se deduce, por hombres y mujeres poseídas o tentadas al mal de repente, en el cuarto oscuro, o porque la irracionalidad nos nubló el entendimiento impidiéndonos recordar cotidianos disgustos durante los 24 meses previos.
El informe concluye con que "el pueblo se queja pero no se mete", expresión que a mi juicio esconde otra tentación todavía más peligrosa: la de que el pueblo no sabe decidir y debe ser guiado (gobernado) por la élite esclarecida, por las buenas o por las malas.
En el fondo, diría Tato, siempre es por las malas. Mejor, paso.
Si, en cambio, los escépticos tuvieron y tienen razón, nos queda poco por hacer, decir o escribir, y el ejercicio del voto bien podría suprimirse por cualquier juego de azar.
De la clase política argentina -del poder en general-, queda poco por decirse que no haya sido dicho. Muchas veces con razón, pero no siempre.
Nosotros, los buenos, de afuera, desde las fugaces asambleas de la plaza o la columna del diario, desde la pantalla o el micrófono de la radio o desde la mesa de café no supimos, no quisimos o no pudimos ganarnos el lugarcito y, además de predicar con el ejemplo, ayudar a construirlo.
Para ser honestos, ni siquiera sabemos cómo nos saldría.
Parece más difícil todavía pretender que sí lo hagan, además de los políticos, quienes tienen necesidades más urgentes como comer o vestirse.
En consecuencia, este no es un llamado a conformarse con poco sino a admitir que grado de compromiso, conciencia cívica y participación ciudadana son -deben ser-, proporcionales al resultado de la gestión de nuestros gobernantes.
Ayer triunfó A y perdió B.
Es importante pero no tanto. Hoy mismo y por unos días podremos leer cientos de análisis acerca de las consecuencias, los nuevos hombres o mujeres fuertes, los grandes derrotados, los castigados, los condicionados. Alguien tiene que opinar, parece.
Se pasará pronto y nuestra vida, a pesar de los eslóganes, no sufrirá cambios importantes.
Dice Bobbio "si se me pide que abandone el papel del estudioso y asuma el del hombre comprometido con la vida política de su tiempo, no tengo el menor empacho en decir que mis preferencias se dirigen al gobierno de las leyes, no al de los hombres. El gobierno de las leyes celebra su propio triunfo en la democracia".
Para hacer esas leyes ayer votamos estos hombres que hoy nos sonríen desde la foto de los diarios.
En cualquier caso, solo deberíamos esperar aquello que cada uno de nosotros esté dispuesto a dar, en adelante, en términos de compromiso con lo que es de todos, lo nuestro, lo indelegable, lo público.
Eso es para mí lo político y la política.
Ojalá hayamos hecho esos votos en cada cuarto oscuro.
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