Viernes, 1 de diciembre de 2006 | Hoy
Por Beatriz G. Suárez *
Cayeron en la mitad de una tarde plomiza, rompieron las mujeres, los autos, los impulsos eléctricos, las ventanas humanistas, las casas aferradas, craquelaron la organización del sentido en una vida que cada vez sorprende menos y está más programada.
Vinieron las piedras, señoras y señores, a instalar la tragedia por los bares que sólo debatían hasta ahora lo de poder fumar; en trizas de oficina demolieron la siesta y Rosario entonces es la máquina de explicar esta factura del cielo.
Hay vidrios expandidos por las calles, son el antojo del desastre penetrado en volquetes de ráfaga y mala experiencia. Uno camina pisando pedacitos de quince de Noviembre, queda la fecha adherida a la suela como un hermoso peligro.
Desde que vino el fenómeno de contenido fijo cada vez que oscurece pensamos en la vuelta, no hay meteorología para esta divulgación de atropello y copo blanco; el miedo es a caer colgados de su soga.
El granizo no entiende la construcción de los destinos en la póliza precaria de la inmensa mayoría. Será tal vez un Dios que perdió la dosis de castigo o seremos nosotros el envés del viento multiplicado; una locura dura que (no se comercializa) se pegó al parabrisas y dio pánico, oficinistas corrieron, las señoras con hijos, los perros, las valijas, toallas, cepillos; todo golpeado por la suerte y sus alrededores. Cada albañil, cada dentista.
Vinieron los cascotes imprevistos a tolerar y no lo hicieron, infectaron al Boulevard Oroño y dejaron a un lado la higiénica Rosario . Flotando la familia.
Ahora cuando la nube mira, todo se aloca y un terror específico quiere sepultar el aire libre, motoqueros se esconden, los autos se acurrucan como plumas y el peligro coquetea sin sol mientras las compañías ofrecen sus mentiras.
Habrá entonces que probar de nuevo, a vivir la palmeada cotidiana que se abruma y se asoma recuperando alguna vez la risa a la vera de chapas y agujeros.
A la disparada nació un otoño de quince minutos, los troncos celadores vigilan al repentino sol, el egoísmo natural que los dejó sin ropa.
Los diarios perdieron el escrúpulo al hablar, denuncian pérdidas de fuego y la bárbara suerte de ser rosarino justamente ese instante. Ah! Estabas en Rosario.
Rezonga la inclemencia el barullo de palmeras extirpadas. Se entrevistan anécdotas, una pierna cortada, una razón que va inflamándose hasta que oyen los gobiernos entre humos de gomas que prohíben la ciudad.
Nunca pensé que el ojo del granizo escribiría; que luego de esto me sentiría así pequeña.
Que Rosario sin vidrios estaría tan desnuda. Y que nos diera mucho miedo por esto conocernos.
Alarmada de veras por las próximas cosas, dispuesta a ceder ante los probables homicidios de hielo me atrinchero, me escondo detrás de esta debacle de épocas difíciles.
Vinieron las piedras a desdibujar el mapa de los pétalos.
A mermar lo que creíamos eterno.
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