Miércoles, 20 de diciembre de 2006 | Hoy
Por Eugenio Previgliano
La tradición entre nosotros es fuerte: Ruy Diaz de Vivar aún de muerto seguía cabalgando y aterrorizando a los otros. Desde entonces todos los que defienden al Imperio tratan por todos los medios de no abandonar sus luchas ni aún muertos.
Sin embargo hay que considerar que además de guerrear contra sus compatriotas navarros, gallegos o granadinos, también luchó el Campeador contra los moros, que eran y siguen siendo bastante extranjeros en la península que aprovechó de su cultura y contra los catalanes que son desde hace muchos siglos, gente civilizada que ha hecho algo más que la guerra y la conquista. A mí me ha servido el Cid en los días del Politécnico para paracticar palabras muertas como versos anisosilábicos; hemistiquios, tiradas, sigilografía, estilema, y otras que ya olvidé, pero que probablemente de algún modo seguirán atemorizando a otros adolescentes que quizá puedan tener alguna sensibilidad para con la poesía aunque no puedan eludir estos cadáveres atemorizantes.
No son, no están, no tienen materialidad: no puede haber algo más contemporáneo que esta clase de cosas: el cadáver del hijo de algo Rodrigo que devino Diaz de Vivar por un matrimonio de conveniencia, dice el cantar, aún montado en su caballo puede aterrorizar a los enemigos que quien sabe si habrán sido moros de piel oscura o catalanes ilustrados, dá igual.
De esto estamos hechos, pienso mientras miro la fibrosa corriente del río Paraná: esto es nuestra cultura, aquí nos cultivaron, nos anidaron, nos incubaron, nos dieron una lengua que por fortuna la inmigración latina enriqueció y nuestro propio deseo volvió antes nacional que española: y sin embargo las rémoras coloniales permanecen.
Pero si algunos aspectos del horror y del imperio de la muerte son parte de nuestra historia y nuestra constitución y base y argamasa de nuestra cultura, otros son netamente ajenos a lo nacional.
Vlad Tepes es un ejemplo paradigmático: estando Rumania en el siglo XV amenazada por los turcos tomó partido por los invasores como años después haría el emperador de la China y siguen haciendolo muchos de nuestros dirigentes y dio rienda suelta a su crueldad, estableciendo sucesivas y contrarias lealtades respecto de príncipes y potencias enfrentadas entre sí, alternando la traición con la obscena exhibición pública a lo largo y ancho de sus dominios y las tierras que pretendía conquistar, de cuerpos mutilados de personas no necesariamente guerreros ni opositores a quienes mataba entre inusuales tormentos sembrando el terror como modo de sostener sus particulares y dinámicas relaciones de poder. No es muy popular hoy día el complejo derrotero político de Dracula, pero todavía en este siglo, fascinados por el espanto, miles de turistas recorren el castillo de Bran: otra vez cosas que no existen materialmente generan terror, y se siguen viendo reposiciones de ciertas historias de Drácula que no sólo han inspirado a las dictaduras sudamericanas de fines de los setenta, sino también a la literatura y al cine de masas.
No puede haber nada más exótico podría pensarse al terminar una de estas películas que el empalador que contó con un ejército de difuntos para sostenera su favor las relaciones de poder y que en sus días de desgracia, arrestado en lugares de nombres inquietantes como Sarajevo o Budapest, recibió por parte de los poderosos de entonces un trato preferencial y lleno de mayores consideraciones que las usuales en los estatutos de la época.
¿Hay en las calles del siglo XXI partidarios de Vlad Tepes, herederos de Ruy Diaz? ¿Son estas, cosas que han quedado percluídas en la literatura y el cine, aflorando en la misma jerarquía que la tierra plana de Heródoto sostenida por elefantes que reposaban sobre una tortuga?
Personalmente creo que así como la mayoría de la gente que anda con un celular en el bolsillo y usa satélites para informarse no cree en las ideas de Newton sobre el movimiento y piensa igual que los príncipes de la iglesia sobre las ideas de Galileo, haciendo de cuenta que se mueve en un mundo donde el movimiento es una consecuencia de una fuerza que lo genera antes que una propiedad intrínsecamente inercial de los cuerpos, también el empalamiento público de nuestros semejantes no debe ser una idea tan intolerable y la idea del cadáver del general sembrando pánico entre sus enemigos puede seguir siendo efectiva.
Lástima que lo hayan cremado, aunque lo importante no son los restos sino la estela: un cenotafio, o aún mejor, muchos cenotafios que recuerden la imagen pero no tengan el cuerpo, como los dobles de los señores de la guerra japoneses con una estela convenientemente poética, quizas a la moda de Vlad Tepes, seguirá aterrorizando y sembrando el orden, el equilibrio y el reposo donde había una ilusión de movimiento, diversidad e intercambio: lo hemos visto, de ambos lados de la cordillera los partidarios del temible traidor que deshonró la confianza de sus semejantes llegando a renunciar hasta a los más mínimos rasgos que distinguen a la humanidad de las bestias, sin ahorrar nigún medio para sembrar el silencio, exportando su brutalidad y ejerciendo el terrorismo en todas las américas, no se callan ni se detienen.
Es por esto Vuestras Señorias que como ciudadano de a pie, lego sobreviviente y hablando respetuosamente porque espero ser escuchado me presento y digo: ¿Cómo es posible que en más de treinta años de despojo continuado hayan tenido la desverguenza de seguir tramitando embargos, lanzamientos y cobros de pesos sin que haya aparecido ni uno solo capaz de juzgar a esta clase de criminales?.
Proveer de conformidad y no otra cosa es justicia.
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