CONTRATAPA
› Por Luis Novaresio
Al Sacerdote J.M.
Uno: Santo Tomás de Aquino demostró por cinco vías naturales la existencia de Dios. Sin el uso de la fe, sin más aditamento que la razón. Una de ellas se basa en la simple observación: Veo un orden natural de las cosas. La noche sucede al día, el frío al calor, lo viejo a lo nuevo. ¿Qué significa entonces este orden?. Que si hay un orden natural y obvio es porque hay un gran ordenador. Un primer ordenador. Ergo, ese ordenador no es otro que Dios.
Levantaste la mano y dijiste. Hay huracanes, terremotos, muertes injustas, cataclismos. Hay desorden. ¿Dios, creador de todo lo existente, es el primer desordenador?. Además, el orden es apenas una convención humana. De la lengua, me atrevo a decir. Suponiendo que hay un creador primero: ¿quién asegura que lo que nosotros llamamos orden sea orden?. Que la mañana suceda a la noche, es una costumbre. No un orden beneficioso o positivo. Nos acostumbramos a ello y lo reputamos bueno. Nada más.
Hay orden, hay desorden, hay libertad para lo bueno pero también hay libertad para lo malo. La muerte de un inocente es libre. ¿Y eso?. ¿Es obra del supremo ordenador también?. El cura te fulminó con su mirada.
Dos: "Los exorcistas ejercitan un importante ministerio al servicio de la Iglesia", dijo el Papa. "Los aliento a proseguir en la tarea, sostenidos por la atención vigilante de sus obispos y por las incesantes oraciones de la comunidad cristiana". El padre Gabirele Amorth, el más famoso de los exorcistas italianos autor de numerosos libros y entrevistado por los medios de prensa cada vez que el Diablo entra en escena, dijo hace dos años que Juan Pablo II realizó un exorcismo de emergencia para sacar a Satanás de encima de una joven poseída, a quienes sus padres llevaron a una audiencia general. Asistió con sus padres en la primera fila de la audiencia y cuando el Papa polaco se le acercó, contó el padre Amorth, comenzó a gritar y a agitarse. Juan Pablo II pidió que la llevaran a un lugar tranquilo en el Arco de las Campanas, uno de los accesos al interior del Vaticano, junto a la basílica de San Pedro, y allí la bendijo y rezó con ella hasta que se calmó.
Tres: Dios existe. No seas idiota.
Tampoco me parece que usted deba tratarme así, padre, le dijiste al cura que ya se salía de sí. Es que el idiota es el que repite todo el tiempo lo mismo. Idiotism, dicen los franceses. Y son los lugares comunes de la lengua.
Pronunciaba con gran arte el francés. O el italiano, o el alemán y, claro, el inglés. Si querés leer la poesía o la filosofía de los hombres, tenés que hacerlo en sus idiomas. Goethe en alemán es la Apocalipsis. En español apenas una tormenta. A propósito, le dijiste la cura, ¿usted en serio cree que se le puede vender el alma al Diablo?. O peor, ¿usted cree que el diablo puede poseer el cuerpo de alguno de nosotros?.
El sacerdote cerró sus libros de teología. Se puso de pie y tomó distancia. Mirá pibe, te dijo. Voy a tolerar que seas tan soberbio como para escribir en contra de Santo Tomás. Voy a soportarte citar a Sartre con tono petulante, creyendo que tomabas café en el Flor con todos los existencialistas. Pero no voy a admitir que seas tan idiota. No pierdo el tiempo con idiotas. No ha lugar a tu pregunta.
Cuatro: No tendrían más de doce años. Uno, el más morochito, quería manejar sus largos brazos con suficiencia y mover el cigarro en sus manos como el que hace más veinte fuma. Pero la primera adolescencia le estallaba por los poros y lo delataba casi mostrando su número de DNI. Es un pibe también, me dijo el cura. Habíamos ido a una charla al teatro del centro. Vos te estabas por recibir. A mí, me faltaban algunas materias más. El cura quiso que fuéramos a la charla de un filósofo venido de Córdoba que hablaba de la Escuela de Frankfurt. ¿Estos creen en Dios?, le preguntaste en el taxi al sacerdote. Idioteces, capítulo uno, dijo el cura. No, le pregunto en serio, padre, le dijiste preparando el remate de la ironía. Porque yo se que Benjamin, Horckheimer y ellos no creen en el progreso. Sé que forman parte de la escuela escapada del nazismo que mirando los campos de concentración con seis millones de muertos se preguntan si el hombre progresa. Si existe el progreso. ¿Hitler es el progreso humano?. Pero creo que no creen en Dios, ¿no?. Como no te contestaba, fuiste a fondo. Al menos ellos, viendo la segunda guerra, la Alemania asesina, podrían decir que el Diablo existe. Bigotes pequeños, brazo derecho en alto y de poca altura. ¿No?.
El cura no te escuchaba. Pensaste que menospreciaba tus razonamientos. Que ya no soportaba tu agnosticismo militante. Y no. Es que el cura había visto a los pibes en la puerta del teatro. No tendrían más de doce años. El más pequeño ni reparó en la sotana del religioso. Ni en la sotana, ni en que éramos dos más, ni que era la noche, la que sucede al día, ordenadamente. No podía parar de aspirar de su bolsa. Como un pistón plástico que se henchía de fuerza y se deshilachaba casi hasta la muerte. El cura quiso quitarle la bolsa y el pibe tambaleó, cayó sobre los escalones del teatro pero guardó toda su pericia para esconder su droga. Esto no lo tocás, lo amenazó (si es que ese despojo de pibe podía amenazar). El otro, el que jugaba a ser más grande, le dijo al sacerdote que no se preocupara. No hace nada, no molesta, está perdido. ¿Pegamento?, preguntó el cura. O lo que sea, dijo el chico lúcido. ¿Duermen, comen?. A veces sí. A veces no. Y el morochito se rió de sí mismo. A veces comemos, a veces dormimos. Y se rió. Mucho.
Yo tengo la parroquia acá cerca. Sopa siempre hay y un par de mantas. El chico borracho de olor a aluminio recién cortado se incorporó inesperadamente y corrió hacia la otra esquina. Gritaba. Llegó la poli, llegó la poli vestida de sotana. El otro lo siguió. Desde la esquina, otra vez aspirando ese pulmón de plástico, el chico vociferó: ¡Al diablo, vi al diablo, al lado de Dios!.
Cinco: Ya no lo pregunto más. Ya no pregunto por qué Dios permite que dos pibes destrocen su vida desde los diez u once años. No pregunto por qué Dios deja que sufra un chico recién nacido, un inocente, un anciano que tuvo una vida calma. No alguien bueno, genial, imprescindible. Por qué, pregunto, sufre alguien que tuvo una vida calma. No me interesa seguir preguntando si no es malsano amenazar con la condena eterna si no se sufre en la vida presente. Sobre todos si los que predican fuegos finales no soportan no vivir sin aire acondicionado existencial en el presente. No importa.
Veo que los hermanos de aquellos pibes siguen aspirando lo que sea. Hasta nafta. Veo a Ludmila golpeada o a una chica que se debate en la conciencia luego de haber subido a un auto que volaba en pleno centro de Rosario. Veo gente que no come. Que no come. Y no hay eufemismo. Parida en el no comer. Y no te quiero abrumar.
Quise contarte esto porque un día como hoy se murió un enorme cura que durante sus ochenta años enseñó con el ejemplo y que solía decir que el diablo existe. Pero que no había que exorcizarlo con rezos. Había que combatirlo con la conciencia militante que mejore la sociedad que nos rodea. Casi estuve a punto de creer en Dios. Pero él, el cura, se murió.
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