Martes, 16 de enero de 2007 | Hoy
Por Eugenio Previgliano
Si uno mira hoy el retrato que de la escritora británica Jane Austen hizo su hermana Cassandra en 1798 no cree estar ante un genio de la literatura universal sino frente a una muchacha algo ingenua y pueblerina, quizás una campesina con una mirada antes conformista que soñadora, unos rasgos armónicos que no alcanzan a darle belleza ni encanto, unos bucles que sobresalen de la cofia y el cuello, tan victoriano, aflorando entre unos pliegues leves y sugeridos que antes parecen estar para disimularle el busto que para realzar su perfil ¿Qué es lo que ha llevado este retrato a la National Art Gallery de Londres?
La mirada de la hermana me dirán percibe antes que su genio, lo que de la misma artista Jane lleva en sí y por añadidura Casandra habrá destacado en su retrato a tinta y aguada todo aquello que Jane encarnaba y a la dibujante le faltó; esa candidez de parroquia, una mirada algo irónica dentro de su cosa victoriana, los ojos grandes y desafiantes que tal vez a Cassandra le fascinaban, la pose erguida y sin altivez que parece querer hablar de un movimiento que quien sabe si le era otorgado a una mujer en esos dias; pero en la complexión general sin embargo, sorprende al observador la sensación de que a pesar de que Jane Austen en la version Cassandra es una persona joven y llena de todas esas historias románticas que luego escribiría, contra todas esas bellas promesas que el observador sabe que lleva en sí, hay algo en la composición que destila cierto escepticismo y ni siquiera en una versión de este retrato retocada digitalmente por los eficientes artistas de Hollywood, que pretende dar una apariencia más sentimental y romántica de la escritora, haciendo desaparecer los trazos de tinta, añadiendo más difuminado y eliminando contraste, alcanza a perder esta paradójica aura de soberbia y escepticismo que preside la escena.
Hay me dijo no hace mucho una alumna de unos diecisiete o dieciocho años una película que yo he visto y que me recuerda lo que Ud contaba: "Orgullo y Prejuicio" se llama agregó y a mí me parece dijo sugerente que capaz que usted debería verla. Seguramente mi alumna no olvidemos que yo soy profesor de física no tendría un gran conocimiento sobre Jane Austen, tal vez ni siquiera conozca el famoso retrato que le hizo su hermana Cassandra y probablemente su version sobre la cultura imperial victoriana no pase de un conjunto de anécdotas casi triviales refritadas por el cine y los medios. Me alivia por otra parte saber que no es mucho más lo que esa joven necesita para vivir una vida plena y grata: así es el mundo en que vivimos hoy.
Sin embargo, del mundo del imperio victoriano, resulta sospechoso que los medios hayan consagrado nada menos que a Jane Austen, quien a pesar de lo que ha resultado finalmente, en su momento fue crítica de ese sentimentalismo imperial, del lujo, la pompa, el rito, los finos modales y las sólidas clausuras que venían en ese combo, poniendo en entredicho el irritante rol de los sentimientos como mercancia, moneda de cambio y basamento central de la continuidad, solidez y existencia de la sociedad imperial británica y por ende la explotación de los colonizados que tanto hace disfrutar a las niñas en las pantallas del siglo XXI.
Sensatez y sentimientos son, seguramente las dos caras de una misma moneda, que circula mezclada con otras monedas que llevan acuñado orgullo y prejuicio, guardados en la misma caja imperial con unos billetes con marca de amor y amistad , todo dispuesto en anverso, reverso, espesor y recuerdo.
¿Es lícito seguir viendo en los textos de Jane Austen cierta tensión entre racionalidad y sentimentalismo más allá de sus propias intenciones? ¿Es que en sus seis novelas hay algo más que sensatez, sentimientos, orgullo, prejuicio y todos los otros tópicos que aún hoy anuncian sus títulos? Para quien está dispuesto a ponerlo todo en una apuesta incierta no parece que haya nada que alcance a advertirlo: no hay sensatez posible diríamos, en una persona enajenada por el sentimiento. Ni siquiera los años me agregan parecen alcanzar a los que están dispuestos a dejar todo por sus sentimientos, aún cuando estos no sean demasiado consistentes con los ensayos que van haciendo: finalmente toda observación de lo real está mediada por los sentimientos. Parece difícil sobrellevar ese espejismo que sostiene las historias de pasión de Austen y que no es mas que una convención del momento que vista desde la sensatez inquieta no por lo tentador sino por lo riesgoso: no alcanza la fortuna, el futuro ni el soborno material de ricos y poderosos, hay una especie de estupidez insobornable que sigue adelante aún a pesar de los mismos personajes tópicos y pálidos de la burguesía en ciernes; ¿es necesario posponer el irremediable destino de dicha de los enamorados subordinándolo a la producción de sentido sensato aún por encima del orgullo y el prejuicio? Este espejismo que es el amor ¿realmente puede resistir al ensayo que la sociedad hará de él? ¿No será mejor posponer este romance hasta que las cosas se aclaren? ¿No se podrá administrar esta pasión irresistible sin dejar de lado las otras relaciones edificadas sobre el afecto, la fidelidad y la mutua conveniencia, pautadas y ensayadas, enriquecedoras, portadoras de calma, dadoras de tranquilidad, beneficiosas, sólidas y por añadidura útiles a hijos, parientes y allegados?
Estas y otras preguntas me rondan la sensatez y sin embargo siempre vuelvo a lo mismo: ¿Habrá algo más allá de la etiqueta amorosa del imperio victoriano?
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