Lunes, 29 de enero de 2007 | Hoy
Por Sonia Catela
Doña Marcela Robledo (porque corrige al que la llama señora y no Doña con gesto que no admite insurrecciones), inspecciona a través de la ventana quién irrumpe en su campito, y el auto brilloso, con patente de tres números, al día, comandado por hombres de traje, más un par de policías de uniforme y armas, le avisan que los intrusos se las traen, y trayéndoselas, más le vale a ella, que nunca se encomendaría a Dios, retocarse el empaque, porque de ésta debe salir solita su alma, y en todo caso, si encarna alguna sustancia álmica, cuidarla porque los que se las traen seguramente vienen a tomar antes que a traer.
Un "buen día" seco y el "qué buscan", al par de tipos que se adelantan con su escolta legal, allá la topadora levantando tierra y acercándose, el de traje marrón pidiéndole que se identifique, para desenrollar una "cédula" y largale el edicto como quien lee un bando del rey; no lo buscan a su hijo por alguna borrachera o conscripción, ni a su marido para devolverle las tres cabezas robadas de hacienda, ni le acercan algún subsidio por edad, o lo que les debe el gobierno por las inundaciones que provocaron con el mal manejo del dique Sabalitos.
Ya toma su sitio la topadora, detrás del auto. Quien la maneja, el Rulo Sandoval, la saluda con vergüenza. "Qué hacés aquí, vos". "Los apuros mandan, doña".
A la Robledo le dan dos horas para alzar sus cosas y desocupar su casa, y con esos tipos ni pregunta ni discute con qué derecho, ni aduce el aposentamiento generacional de la familia, tipos que vienen con armas y leyes y una topadora por si ella se les atrinchera adentro, "está bien", dice, para eso su hijo es peón en una caminera y para eso se han venido preparando, según lo que se ha ido sabiendo por la radio y por los vecinos de más allá de la Colonia La Legua, desalojados. La doña no se mueve. De brazos cruzados y con todo el empaque que necesita. "¿Y?", se impacienta el de traje azul, "Es para hoy". Piensa "estos criollos...".
"Mi familia viene de Bolivia".
"Qué bien. Eso no nos interesa".
"Me parece que debería interesarles. Ustedes sabrán".
Para eso el hijo trabaja en una caminera. Ha volteado varios cerros abriéndoles la panza para que pasen carreteras. Y estaban sobre aviso de los desalojos.
"Mi hijo trabaja en Vial SA ¿tampoco les incumbe?"
Los tipos sonríen. La toman por loca.
"Bueno, señora, visto que no recoge sus cosas, nos obliga a proceder".
"Doña. No señora".
Con voz de sacar una escopeta y corregir el vocabulario.
"Está bien, doña. Córrase que tomamos posesión".
"¿Ven este campo? Nosotros criamos ovejas y chivos, esos animales que ustedes suelen comer los domingos y feriados".
"Rulo, metele, con esta mujer no hay caso".
"Aprovechamos las pasturas naturales, las que crecen por su cuenta".
El del traje marrón pega la cédula judicial en el árbol más cercano a la casa, con una cinta scotch. La topadora ruge. "Perdóneme, doña". "Vos mejor pará, por tu salud. ¿O querés regar tus tripas en aras de estos tipos". El Rulo vacila.
"Como decía, las pasturas naturales vienen por su cuenta, aquí, allá. Pueden verlas".
"Rulo, empezá a voltear la casa o te quedás sin la changa".
"Y mi hijo, el que trabaja en la caminera, viene y se le ocurre plantar, por todos lados, algo que trae del empleo. Algo que usan para volar piedras e ir haciéndoles huecos y túneles a la montaña".
"¿De qué habla esta loca?"
"¿Su hijo minó el campo, doña?", el Rulo apaga el motor de la topadora; va como bajándose.
"Mirá, Rulo, si uno clava una pala un poco hondo, en cualquier lado por aquí o allá, algo va a reventarle en la cara. Te lo digo porque para qué vas a renegar y sembrar tus tripas por una changa.
"Esas cosas no existen", protesta el de traje marrón, reculando.
"Un boliviano no estaría tan seguro".
En círculo, los tipos deliberan. Lo convocan a Rulo al aparte. La re mil reputean a la "bolita" ésa, se cargan en el auto, "pero ¿por qué no la metemos presa?" susurra el de traje azul al policía de mayor grado, "porque como las órdenes dicen, mejor no levantar espuma con este asunto".
"Volveremos" gritan los de traje como si mordieran.
Doña Marcela se mete en la cocina y prepara mate. Le indica a Rulo una silla, bajo la sombra. "Te ganaste una buena cachetada" gruñe doña Marcela. "La necesidad, doña". Ella menea la cabeza. "Entrá en la caminera, ahí vas a aprender cosas útiles. Como mi hijo".
"Y cuando vuelvan ¿qué va a hacer, doña?".
"Mirar los fuegos de artificio".
"La van a meter presa".
"¿A todos?".
"Cómo, a todos".
"Decime Rulo, ¿adónde van los tipos después de aquí? "A lo de los Lencina". Y más tarde? "A lo de los Pedraza". "Anotá la lista en este papel, ¿querés?", "¿Para qué?". "Como los tipos se van a demorar un rato hasta que consigan otro que les maneje la topadora, nosotros tomamos la delantera y visitamos a los vecinos para charlar, te parece?"
"¿Y entonces?"
"Y entonces nos juntamos, Rulo. Y nos ponemos a batir algo que levante mucha pero mucha espuma. De ésa, que se escapa, que viborea y no puede ser metida presa. La que detiene montañas.
"¿Como una mina que pum?"
"Eso, Rulo. Como una enorme mina en un campo de guerra que estalla y pum".
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