Jueves, 10 de mayo de 2007 | Hoy
Por Federico Tinivella
Tiene los ojos tapados con medias de invierno. Es temprano. No se ve a las arañas tejer de mañana. Los insectos viven en la noche. En las esquinas del cuarto las arañas tejen una red precisa, perfecta. Los pescadores del Remanso aún conservan la tradición de perderse entre los mansos hilos blancos y las bollas amarillas. Trabajan bajo la sombra de los sauces con una envidiable calma, van llevando las manos sagradas en piloto automático. Desde el río llega la música de los motores, las canoas se apilan en la costa sacudidas al unísono por las olas de unos barcos. El río tiene los labios en la orilla, pasan unos chanchos por el barro de los bordes. Los camiones abruman ahora la postal de un puente irreal, se queman en el aire unos acoplados con prisa. La red, mientras tanto, se va armando entre dos troncos, bajo la mirada de los patos.
Las medias de invierno en la cara transpirada del Panza son para no ver, quiere jugar al gallito ciego, solo, en una habitación de muebles húmedos. El Panza se esconde en la media transpirada. Quiere desaparecer pero la media de invierno le arde en la cara, pica, un repasador hubiera sido mejor. Como si tipeara una misma letra, el tiempo se detuviera en una letra, pensó, una sola letra repetida mil veces en una página en blanco. Dónde habían quedado las uvas rompiendo el verano en las semillas, los badenes donde te bañabas después de la lluvia, los jugos del jazmín gastado en la lengua viva, el murmullo del silencio en las tardes podridas de brea, el llanto de las chicharras como mantra y decorado. Había que romper la cáscara otra vez, dejarse llevar por el trinar de unas latas contra la pared, romper la pared, sacar el tapial de la piel. La media en la cara para volver, un pasajero que corre, que pierde el tren y se pierde en otra vía. Un perdedor que empieza con los pulmones gastados a respirar. Ya no tipear las esquirlas de una roca, sí los ojos del crudo de los pastos.
Se nublan, después del aguacero ácido que dejó en calma los restos del cuerpo, los ojos del Panza. No queda más que restregarlos con vehemencia para que se aviven, vuelvan a dar los contornos en foco de ese perro saltarín que muere de hambre. Mostaza es un can no adiestrado que Dreuty recogió una noche de lluvia debajo del puente de Circunvalación que cruza la calle Baigorria. Mostaza es aguerrido y guardián. Los ojos del Panza están graves. Mosti ve caer como pasas de uva en Navidad el alimento balanceado surtido que le arroja su dueño y mueve la cola en señal de gratitud, o eso es lo que cree el ingenuo de Dreuty.
Más tarde, a eso de las dos, el Panza puede descansar de todo, ya que es feriado y ha concluido sus tareas del hogar. Ahora sí, va hacia el tocadiscos como un vencedor a regalarse algo de música. El Panza danza enloquecido, como cuando los niños se arremolinan a la salida del colegio alrededor del churrero y sueltan toda la energía contenida a lo largo de las horas que pasaron frente a una pizarra.
Dreuty, a la vez que baila, tararea la música y sube el volumen para convidar a los vecinos. Arremolinado en los aromas que desata el acordeón el Panza enciende un cigarrillo. Tira al instante algo de vino en un vaso plástico naranja y puede decirse que después del segundo trago se siente feliz y baila, olvida ahora el episodio de la media, su búsqueda interior. Los movimientos que registran los transeuntes desde el exterior son más bien desfachatados, con algo de gracia pero nada de estilo, la camisa a rayas abierta, el pecho vibrando en su humedal.
Al comienzo del tercer tema suena con estridencia enloquecida una repetición infernal de toques de timbre ácido que desmoronan un mundo casi perfecto. Mosti ladra enojado de este lado de la puerta, Dreuty ladra por dentro y ya sus facciones han cambiado, al igual que cuando se llevó la media a los ojos. Baja la música y se dirige a la puerta pensando encontrarse con la vecinita de al lado, que tantas veces le arruinó la fiesta, chorrea un poco de tinto en el piso y abre con violencia. Del otro lado, ante su sorpresa, nada más alejado de sus pensamientos. Mosti no ladra, el Panza ve a una mujer descarada y bonita. Queda entumecido, estupefacto y frío el pecho ahora se seca. Buenas tardes, dice, cambiando la cara, arreglándose un poco el mechón, lo tira para el costado. Yo soy Laura me mudé la semana pasada acá enfrente, salen como chorros musicales las palabras de la boca de aquella mujer extraña, me preguntaba si usted no tendría un cigarrillo, pero sí por favor, faltaba más, un cigarrillo, mejor, así fumo menos, ya vengo, quiere pasar, no, no, gracias, espero acá. Se aleja nervioso hasta el atado que duerme en el cajón de la cocina y vuelve rápido por miedo a que se vaya. Tome por favor, muchas gracias, le debo una, es que están los kioscos cerrados, no abren hasta las cinco, pero por favor, no se haga problemas. La mujer cruza la calle como flotando, eso ve el Panza abrumado, el sol de las tres crea una sombra dura en el pavimento caliente. La pollera se sacude en cámara lenta y antes de que la mujer introduzca las llaves y se voltee, Dreuty se mete rápido a la cucha, atrapado en una inocente vergüenza colegial. Dreuty toma aire, mira la media de invierno sobre el sofa cama y piensa que tal vez sea hora de tipear algunas letras más en la página en blanco. Tirar la media al tacho, sacarse los tapones de la cara.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.