Lunes, 18 de junio de 2007 | Hoy
Por Sonia Catela
Las sirenas antiáereas baten el estómago de Puerto Elizabeth.
En el Café Invicta, Antonio Rubio anda calándose el palillo y Romano Lima incorpora trabajosamente su barriga.
Al unísono los parroquianos del bar controlan sus relojes. "¿Un alerta aéreo al mediodía?", reniegan. Adónde se irá a parar.
Se inquietan: "¿A quién le habrá tocado esta vez?", retuercen los cogotes dentro de las camisas "¿a quién?" con tremendas ganas de hallarse a solas. Sacuden las cucharitas sobre las tablas grasientas. Putean sin alharacas y enmudecen, orejas apuntadas al comunicado oficial que no tardará en llegar. Durante el alerta de media hora no debe asomarse la nariz; la calle desaparece bajo la carne del silencio, sin un zumbido de aviones o armas del enemigo.
Aquí, se fuma otro cigarrillo, se rezonga bajo. Al acallarse los timbrazos (que activa personalmente el intendente Platz desde su despacho), la propaladora pasa el aviso municipal: "debemos lamentar una nueva e inapreciable baja provocada por los mercenarios de Forte Magno. Remo Almirón desapareció, secuestrado en su propio dormitorio mientras se hallaba entregado al descanso". Remo Almirón. Otro patriota que jamás regresa de las emboscadas tendidas por los combatientes de Forte Magno, concluye, palabras más, palabras menos, la propaladora.
En recato helado, cada mano palpa la integridad física del cuerpo propio; se traga un aire esquivo y seco.
"¿Remo Almirón? ¿por qué él?", se interroga don Rubio, "¿por qué ese imbécil?", y escupe sobre las baldosas percudidas. Luego aplasta su cigarrillo contra la mesa.
"Con semejante nulidad, el pueblo no pierde nada" afirma Lima. Los demás le dan la razón. "En lo que va del año, el tercero". "Tampoco valían mucho". "Vayamos a almorzar", deciden por fin, contentos.
El día es largo. El mundo sigue andando. Y uno se ha salvado.
...
El conflicto limítrofe con Forte Magno es un eterno sonámbulo. Se aletarga, y cada noche sale a asustar desde las primigenias generaciones que remataron los nudos de ambas fronteras.
Este cerro, aquella laguna, el puerto natural que se abre acullá fueron disputados entre odios y resentimientos. Porfías por ser el más blanco, el más hábil, el más fuerte, el más macho. El rencor se hereda en ambas riberas. Y en Puerto Elizabeth se ve cómo se empolla, dentro de cáscaras opacas, un basilisco que, en los últimos tiempos, sale y devora crías. Porque los alarmas por hostilidades ya son tradición en los hábitos pueblerinos. Pero las desapariciones de vecinos constituyen un atrevimiento casi reciente del enemigo, una osadía de apenas dos años.
...
Pero ¿por qué Remo Almirón?
...
(Velatorio)
Porque ¿qué se perdía con la desaparición de Almirón?
En el café Invicta los integrantes del cuartel general masculino se sobaron los genitales.
¿Qué se perdía? Remo Almirón, fontanero, don nadie; estudios: séptimo grado a los arañazos, aficionado a la cerveza barata, sin deudas conocidas, hembras o enemigos. 47 años, propietario de nada apetecible, una mujer arruinada, una casa decorada con plástico, una treintena de lotes sin valor recibidos de la Municipalidad como parte de pago por sus servicios de quitamierda. Identikit que armó cada parroquiano del Invicta buscando el por qué le tocó a ese tonto ser secuestrado y ultimado. ¿Por qué Almirón? ¿Qué impulsó a que se lo ubicase en el universo de pobladores del Puerto, y se lo entresacara? ¿qué desméritos, qué amenaza latente encerraba su cuerpucho pusilánime, qué tesoro expropiable enterraba su alma, qué posesiones materiales ocultas? Se buscaba el hilo conductor, el motivo que señalándolo a Almirón, los excluyera a ellos de futuras desapariciones, las que habrían de revestir carácter tan lamentable como trascendente.
Pero ¿por qué Remo Almirón? La razón escondida exigía su desentrañamiento.
En el velatorio de cuerpo ausente, (se ignoraba la suerte que corrían los cadáveres, jamás hallados) el Estado Mayor del café Invicta, con Romano Lima y Antonio Rubio a la cabeza, deposita la corona de gladiolos. Se procede a abrazar a la viuda, y a los mocosos se les dan unos chocolates de diez gramos. Pero no hay nuevo conocimiento o pista que se extraigan de esa imagen de la virgen de Luján que preside la escena, de ese mobiliario adquirido en remates de pobretones. El Estado Mayor del Café Invicta se sienta alrededor del féretro cerrado y vacío. A susurros, descartan cualquier vida secreta del desaparecido; la razón debe hallarse tan a la vista, que de enorme, se les vuelve invisible.
Hasta lagrimean, de bronca y miedo.
...
La puerta con candado, el letrero: "se alquila", tres vidrios de las ventanas que los depredadores han roto prematuramente y el ultraje de la basura en el interior de la sala aprovechando los agujeros, dictaminan el vaciamiento de la casa de Remo Almirón. La señora Clausen, de la vivienda contigua, arrima al curioso su locuacidad, "al día siguiente del entierro, nomás, y en la negra madrugada, la viuda llamó un taxi flete para que la condujera a la Terminal de Omnibus. Arrastraba a sus dos hijos adormilados, una valija atada con hilo sizal, el baúl con pertenencias, y el perro. No paraba de llorar. Ni se dignó a contestar mi saludo, ni las explicaciones que pedí por su proceder, o dónde establecería su paradero futuro. Fíjese que la noche del mismo velorio, ya finiquitada la triste ceremonia del entierro de cuerpo ausente, la visitó el señor intendente Platz. Noté que hablaron un rato largo; luego él sacó unos papeles que la viuda firmó como dudando. Y yo le pregunto esa madrugada, cuando cargaba los trastos en el taxi flete: "Nancy ¿estás segura de irte en un momento en que hasta el propio intendente desciende a tu humilde morada a presentarte sus respetos?". Ni siquiera alzó la vista para decirme, aunque fuera, hola perra. Llorando a moco tendido subió al taxi y cerró la puerta, pero en falso. Yo me arrimé y se la aseguré correctamente. Y le deseé la mejor de las suertes, aunque ella lo único que hizo fue mirarme a través de los ojos pasados por agua y me pareció que dijo "cuidate", aunque también pudo ser que me dijera "jodete".
"¿Y por qué semejante agresividad?"
"¿Usted lo sabe?"
"¿Acaso debería?"
"Dígame ¿a quién le tocará la próxima vez?" susurra la vecina, y abandona el tono clandestino para anunciar con normalidad: "voy a despertar a mi hijo".
¿Quién será el próximo? Como si hubiera un patrón.
¿Lo hay?
...
¿Qué se perdía? Remo Almirón, fontanero, don nadie; estudios: séptimo grado a los arañazos, aficionado a la cerveza barata, sin deudas conocidas, hembras o enemigos. 47 años, propietario de nada apetecible, una mujer arruinada, una casa decorada con plástico, una treintena de lotes sin valor recibidos de la Municipalidad como parte de pago por sus servicios de quitamierda. ¿Por qué Almirón?
El intendente Platz guarda en su caja fuerte los títulos de propiedad de los terrenos que acaba de cederle la viuda del desaparecido.
Algo estaba por moverse en Puerto Elizabeth ahora que se instalaba esa petrolera y había que aprovechar el sacudón para sacarle algún pez gordo a la marejada. Observa el timbre de los alarmas antiáereos instalado sobre el escritorio. Tampoco hay que abusar, se dice. Tampoco hay que tender algo que sirva de hilo conductor entre los patriotas que jamás regresan de las emboscadas que les tiende el enemigo, sin un zumbido de sus aviones, sin un disparo de sus armas.
Enseguida llama a su empleado en el almacén y ordena un remarque general del 10% en el inventario de mercaderías por la presión de la demanda. ¿Qué exceso de demanda? se pregunta el Cholo recontando en el negocio la caras de siempre. Pero toma la calculadora y cambia los precios sin rechistar.
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