Fuentealba
El asesinato del maestro Carlos Fuentealba constituye uno de los crímenes paradigmáticos de nuestra época. No es una muerte más generada desde el poder sino la síntesis de una política de embrutecimiento masivo que refuerza las bases del despojo cotidiano. No sólo de los bienes materiales sino también de los simbólicos, de aquellos recursos que permiten comprender la realidad y eventualmente de modo solidario
transformarla mediante la lucha social. Se persiguiera con saña a los que propulsaban la organización sindical de los docentes, dejando de lado los mandatos moralistas de apostolados diversos y creando conciencia acerca de lo que significa ser un trabajador de la educación.
Una excelente película surgida de la CTERA (Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina), llamada Maestros del viento, refleja la lucha de docentes que en distintas latitudes de la región argentina se empeñaron en la dignificación del conjunto del pueblo. La actitud desde el poder fue perseguirlos, aniquilarlos, secuestrarlos, desaparecerlos. Esos crímenes permanecen impunes. El que apagó la vida de Carlos Fuentealba también. Las tizas siguen manchadas con sangre. Acaso, porque la actitud insumisa y rebelde de este maestro sureño, quien forjó junto a sus alumnos y compañeros las herramientas de la lucha y el cambio son tomadas como un mal ejemplo por la cohorte de los que desean mantenernos en la obediencia ciega a sus mezquindades. Resistir con dignidad y recordar el esfuerzo militante de brindar lecciones éticas no sólo dentro de las aulas, ese es el camino que nos corresponde. Para que alguna vez como postulaba Paulo Freire los pueblos de la Tierra puedan decir sin miedo su palabra libertaria, puedan leer el mundo y gozarlo sin pesares. A un año del asesinato vil de un maestro comprometido con la realidad de su pueblo, con su resistencia debemos reiterar que Carlos Fuentealba somos todos.
Carlos A. Solero
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