Martes, 7 de julio de 2009 | Hoy
Cuando Benito Mussolini emprendió la Marcha sobre Roma no lo hizo solo, estaba acompañado de torvos personajes acostumbrados a aporrear obreros rebeldes de ideología anarquista, socialista o comunista.
Los portadores de las camisas negras contaban con la anuencia del rey Vittorio Emanuelle y de las clases dominantes de Italia dispuestas a aniquilar toda insumisión, todo cuestionamiento al capitalismo, la explotación. El oscuratismo clerical recibió con beneplácito a Mussolini, otrora furibundo propagandista del ateísmo.
Mussolini, antiguo director del periódico Avanti, fue el instigador de su incendio y destrucción, también sus squadristti asesinaron al diputado socialista Giaccomo Matteotti, hecho denunciado en la Región Argentina por el anarquista Severino Di Giovanni en plena gala del Teatro Colón cuando el presidente Alvear compartía la velada con la flor y nata del fascismo en estas latitudes.
Pero claro, cabe recordar que el fascismo emergió con fuerza luego de la Primera Guerra Mundial, de las insurrecciones proletarias, de la Semana Roja de Turín y del fructífero intento de ocupación y autogestión obrera que propiciaron tanto Errico Malatesta como Antonio Gramsci, con las diferencias del caso siendo uno anarquista y marxista el otro. El fascismo, como dijo Fabbri, operó como una contrarevolución preventiva y fue combatido cerrilmente por los partisanos libertarios que supieron dar cuenta de Mussolini, quien acabo colgado de las piernas en una gasolinera de Milán.
Por estos días de plena crisis de reconversión capitalista, Berlusconi da a conocer sus leyes xenófobas que equiparan las situaciones irregulares de los inmigrantes a Italia con el status de delincuente. Para nosotros, nunca un ser humano puede ser considerado ilegal, su propia condición de ser vivo lo legitima más allá de cualquier argucia leguleya.
Pero igual que Mussolini, Berlusconi no está solo. Los inmigrantes tampoco lo están, y entonces :¿Qué dice al respecto la colectividad itálica? ¿Avala al condottiero?
Nosotros alertamos una vez más frente a las monstruosidades en ciernes.
Carlos A. Solero
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