Martes, 1 de diciembre de 2009 | Hoy
Desde hace varios meses, las figuras mediáticas de la Argentina dan cuenta del estado de crispación imperante en la sociedad, del hartazgo de vastos sectores por las crónicas protestas callejeras que parecen no tener fin.
En realidad, es cierto lo del estado de crispación, pero la cuestión es que la agitación social responde a la persistente exclusión social de altos porcentajes de población. Desempleo, precarización y flexibilización de las condiciones de trabajo generan crispación y es elemental que el malestar se exprese sin tapujos.
Ahora bien, las figuras mediáticas que conviven placenteramente junto a autoritarios y demagogos de diversa laya no soportan que los humillados y ofendidos expresen a viva voz sus demandas.
Cuando los cortadores de calles y rutas son los capitostes de las patronales agrícola ganaderas denominan a esa actitud legítimo derecho al disenso, pero cuando los descontentos son obreros puestos por los capitalistas al borde del abismo como en los casos de Kraft Terrabussi o los movimientos de desempleados, a eso lo llaman caos.
Y claman por la inmediata represión.
Por cierto, como se afirma en un célebre Prólogo de 1859 son las condiciones materiales de existencia las que determinan la conciencia individual, el ser social determina la conciencia individual.
La Argentina, país sometido a los monopolios y oligopolios, a banqueros y mercaderes, con una élite dirigente funcional a esos intereses continuará con su oleada de conflictos sociales.
La disyuntiva socialismo o barbarie planteada hace décadas por Rosa Luxemburgo mantiene su vigencia. El capitalismo jamás aportará bienestar para las mayorías, no está en su naturaleza y como los alacranes, mata para vivir.
Entonces estar a favor de la vida y la libertad implica no observar inermes la realidad, sino pensar y actuar solidarios.
Carlos A. Solero
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