Viernes, 6 de agosto de 2010 | Hoy
Al ras de mis ilusiones y bajo el dolor de la impotencia que me despiertan las injusticias y la falta de reconocimiento de la Convención de los Derechos del Niño, creo que a veces, el "sistema judicial" comete paradójicas injusticias.
Llegó al consultorio llorando María Eugenia, que fue mi paciente, desde su nacimiento, me rogó que haga "algo", porque la desalojaban, con su pequeño de 4 años. Tengo presente cada minuto de su historia. Nació en un hogar de padres que la sociedad no hizo nada por alfabetizar y por eso, puse énfasis en convencerla que ella estudie. La niña me creyó y fue una alumna excelente. Hasta que llegaron los cambios "estructurales" de la ministra Decibe, que obligó al traslado de niños educados en sus barrios a escuelas del "centro". Ella, como tantos adolescentes, fue blanco de discriminaciones y desprecios. Los profesores, aturdidos de demandas, no le hablaban, no la escuchaban ni la miraban, nunca se enteraron que era "genia" en matemática. María Eugenia comenzó a sentirse mal, se distraía y la aplazaban por primera vez en su vida. Se deprimió y nunca más logré que volviera a la escuela, apenas pude convencerla de que la vida valía la pena.
Por suerte se enamoró y se embarazó. Así nació Lautaro, el niño que defiendo hoy. Sus bronquitis y neumonías no fueron leídas por quienes lo usaron de rehén, en un negocio "raro" y logran desalojarlo de una vivienda que su propio abuelo construyó poco a poco. La historia comenzó con la compra de un terreno a una anciana de su barrio. La ignorancia hizo que entusiasmados comenzaran a edificar una vivienda precaria. Tenían los recibos firmados por la mujer y según consejos del profesional al que acudieron, no había riesgos. Después descubrieron que el verdadero dueño era otro. Firmaron un segundo boleto y pagaron nuevamente, hasta que el señor se murió. Hicieron el reclamo en el Juzgado Civil y comercial de la séptima Nominación. El juez me respondió que no era válido, porque le faltaba un sello, quizás por falta de dinero o porque lo ignoraron.
El doctor Lorenzo, ex decano de la Facultad de Derecho, le rogó al juez que le dieran tiempo para comprobar las firmas con un perito calígrafo y para escriturar el terreno, comprado dos veces. El "perito" pide 1.500 pesos y la escritura pública sale muchísimo. El oportunismo y las mezclas de relatos y presiones hacen que el 12 de agosto, Lautaro festeje la semana del niño en la calle. El juez me responde: hubiera venido antes, ahora es tarde.
Mirta Guelman de Javkin
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