Lunes, 23 de agosto de 2010 | Hoy
Debacle
En agosto de 1991 se produjo un intento de golpe de Estado que significó el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Si bien el golpe no logró derrocar al entonces premier Mijail Gorbachov, puso en jaque los procesos de renovación que este había lanzado como glasnost y Perestroika. El ala dura del PCUS abrió de algún modo las puertas a Yeltsin, Putín y compañía.
Setenta años antes -por señalar los desmanes centralizadores y burocráticos- fueron ferozmente aniquilados los marineros y soldados de los consejos obreros en Kronstadt. Las órdenes de Lenin y Trostky fueron terminantes: barrer la disidencia. Entonces, paradojas de la historia, los otrora llamados "gloria y vanguardia de la revolución pasaron a ser considerados sarnosos subversivos". Se abría así una dramática etapa represiva que a partir del ascenso de Stalin cobraría cuerpo en las purgas y matanzas, en los procesos de Moscú y en la instalación del sistema de gulags, campos de trabajo forzado y exterminio.
El stalinismo potenció una política de capitalismo de estado e industrialización forzada, instauró la férrea nomenklatura de burócratas que aun gobiernan, ahora bajo las cruentas normas del mercado. Más de una década después del golpe de mano, es importante reflexionar sobre la debacle gigantesca de la URSS.
El proyecto de una sociedad que nos emancipe del capitalismo sigue pendiente, nuestra lucha no ceja. Como plantearon los obreros de la Internacional en 1864, "la emancipación de los oprimidos sólo será obra de ellos mismos".
Carlos A. Solero
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