Martes, 25 de abril de 2006 | Hoy
Cuando leí la nota de Empalme en Rosario/12 me emocionó mucho. Me trajo recuerdos. No sé porqué creí que sería un hecho que la prensa nunca más volvería a tocar. Yo habría tenido unos siete años. Recuerdo estar pendiente de la preocupación de mi mamá tras cada telefoneada de mis abuelos y de su hermana. Ellos vivían y aún viven en Empalme Graneros. Yo había nacido allí y a los cuatro años me mudé a dos cuadras del Club Provincial sobre 27 de Febrero y Ricchieri. Fue ese abril de esos días lluviosos cuando le comenté a una compañera que me sentía muy mal porque Empalme se estaba por inundar. Me largué a llorar. Era en el recreo asi que la señorita de música, Juanita (que tenía la costumbre de pegar a sus alumnas cuando no llevaban la carpeta de música o la tarea) se me acerca para preguntarme qué me pasaba. Yo no le respondí y mi amiga con el miedo que le teníamos tampoco le respondió, nos zamarreó y nos dijo que éramos estúpidas por no contarle lo que me pasaba. Cuando llegué a mi casa, la escena era aún más dramática: mi mamá estaba con los ojos llenos de lágrimas y la cara colorada, Empalme estaba inundada. Mi papá, socio fundador de la línea 114 puso a disposición un coche o dos, no recuerdo. Y junto a mi hermana nos decidimos a acompañarlos al viejo barrio.
Adentrándose en él era algo de no creer. La gente empezó a subir al colectivo desesperada. Recuerdo qué inocente intentar calmar el dolor de las personas con las canciones que había aprendido en la escuela. Una vieja desde el fondo del colectivo me gritaba "que Dios las bendiga, nena que tu padre y ustedes vinieron a ayudarnos con el colectivo". Era gente que estaba de improvisto porque el agua vino como un enorme baldazo sobre el barrio. Hay flashes que no se me borran: un muchacho muy delgado de ojos azules lloraba y lloraba mientras le decía a una vecina que había perdido absolutamente todo, que "el agua nos llevó todo", la gente lloraba y se lamentaba, un perro blanco, de pelos largos iba y venía nadando tratando de encontrar refugio, yo no me animaba a decirle a Lely, el chofer que colaboró, que se acerque a él para ayudarlo también. Pero la preocupación más grande fue cuando a unos metros de donde estaba veía a mi mamá amarrada a un árbol detrás de otro en el que estaba mi abuelo. Nunca había imaginado la fuerza de la corriente de agua. Mi mamá se había desprendido y mi abuelo se vio obligado a hacer lo mismo para alcanzarla.
Empecé a llorar desesperadamente, creía que me iba a quedar sin mamá. No sé como se encontraron pero mi viejo llegó junto con ella y mi abuelo. Mi tío, mi abuelo, se quedaron arriba de sus casas, en el techo. Había que cuidar lo poco que les quedaba. El resto de la familia primos, tías, hermano, sobrinos, los llevamos a casa en una especia de campamento. Todos dormíamos en el suelo. Me sentía muy triste por mi familia y esa gente que había perdido muchas cosas. Mucho dolor. Cuando bajó el agua, todos volvieron y hubo que recomenzar el desecho de pertenencias que se habían echado a perder, limpieza profunda, la angustia de lo que no está, etc... Les leí la nota a mis viejos y fue imposible dejar de retrotraer los recuerdos. Una mezcla de nostalgia y tristeza pero tranquilos ahora y desde hace un tiempo largo.
Marilyn Correa
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