Jueves, 31 de enero de 2013 | Hoy
Adictos
Evidentemente el consumo de drogas en Rosario y en toda la provincia de Santa Fe ha ido en aumento en los últimos diez años. Una problemática que afecta a niños de 12 años hasta adultos de 50, a la clase baja, media y alta de nuestra sociedad. Es verdad que la población adicta es significativa, pero creo que hay que analizar este escenario con cierta objetividad y criterio. Tenemos que pensar en tres niveles: la población afectada; quienes demandan y piden ayuda de esa franja; quienes están dispuestos a incorporarse a un programa terapéutico. De la población afectada es ínfimo el porcentaje que verdaderamente solicita ayuda. De los que llegan a solicitar tratamiento, hay una franja mayoritaria que no está decidida a enfrentar este desafío y quedan en el camino. Aquí hablo de escasos recursos psicólogos, familiares, culturales, académicos, sociales, económicos. Hay que analizar que la personalidad adicta es una construcción que lleva años y que pasa por diversos niveles. Sorpresa, novedad, comodidad, distracción, desencanto, rutina, dolor, angustia. Esta construcción puede llevar de uno a veinte años. El pedido de ayuda es el primer paso para la deconstrucción de esa personalidad adicta. Ingresar a un programa terapéutico de modalidad ambulatoria, de centro de día o residencial requiere de algunas cuestiones básicas y que hacen al proceso de tratamiento. En primer lugar se necesita un gesto de voluntad de la persona, que para poder cambiar sus conductas adictivas tiene que reconocer que está en problemas. En esta instancia es importante el acompañamiento positivo de su red familiar y/o referencial. Tomar la decisión de ingresar a un programa requiere de valentía, es una inversión para toda la vida. Padres, parejas, hijos, hermanos, amigos junto al equipo tratante construyen esta nueva posibilidad de cambiar, de ser mejores personas. Ante tantos discursos cruzados de la clase política, el abordaje terapéutico, que es el eje para construir un nuevo proyecto de vida, queda disipado entre tanto desconcierto ideológico. Se pierde perspectiva, se buscan salidas fáciles ante un escenario que nos plantea un desafío notable, un compromiso con el otro, una conducta hermanada con el dolor y la búsqueda de nuevos valores. Pues bien, ¿de qué hablamos entonces cuando hablamos de narcotráfico, inseguridad, violencia, delincuencia, drogadependencia? Debemos contextualizar cada situación en su determinado sentido. La problemática de la drogadependencia requiere de una discusión coherente, sensata, con conocimiento de causa. En los últimos días he escuchado discursos anémicos y sin fundamento de todo el arco político, cuando en realidad es el momento de unificar criterios que favorezcan el fortalecimiento de la red provincial y el de las ONG.
Osvaldo S. Marrochi
Presidente Fundación Esperanza de Vida
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