rosario

Miércoles, 11 de abril de 2007

CORREO

Semana Santa

Creo que para el ser humano no hay peor cosa que vivir confundido.

Decimos que desde un principio, desde que se es niño, el discurso formador debe ser unívoco, coherente, que padre, madre, maestros deben hablar el mismo lenguaje. Pero sólo con el lenguaje no es suficiente. Debe existir coincidencia entre lo dicho y lo hecho. Entre el discurso y la acción.

Lo ocurrido en Neuquén nos ha paralizado de dolor este último fin de semana. Semana Santa para la iglesia católica, semana del Via Cruci en la que la violencia de los hombres poderosos hacia un hombre común, que entre otras cosas denunciaba la injusticia, se hizo carne en sus fieles seguidores dejando la impronta de que "eso" no se debía hacer. Pero se sigue haciendo. Siglos después y no habiendo aprendido la lección "los hombres y mujeres de buena entraña" del mundo se juntaron para defender lo que llamaron los Derechos Humanos, que son "todas esas cosas" que parecen imposibles haya necesidad de defender. Derechos que se resumen en uno solo: el derecho a la vida plena. En este país aún resuenan en nuestros oídos los reclamos por el pisoteo institucionalizado de ese derecho en tiempos de la dictadura militar, que dejó como resultado muertes y desapariciones. Aún hoy, las desapariciones siguen ocurriendo como en un macabro juego de magia negra mientras los gobernantes, ante los ojos del mundo entero, firman decretos a favor de "los humanos derechos" y juran defenderlos cuando en la práctica no se cumple. Las protestas por un salario mejor que pueda paliar los desajustes de la economía, por una educación y una salud acorde a un "país en crecimiento" constituyen un ejercicio de ciudadanía reclamando una vida digna. ¿Es lícito responder con la violencia ante el accionar ciudadano? Muchas veces sentados frente al televisor como meros espectadores ante las movilizaciones populares, nos impresionamos por el grado de exaltación y opinamos y hasta a veces tomamos partido sobre la necesidad, o no, de limitar esas expresiones, de intervenir de algún modo para poner freno al desborde, sin analizar la cantidad de factores que se suman y se entrelazan en esas situaciones en que, distintos sectores de la sociedad, deciden salir a la calle para que se los escuche y se les de respuesta. Los hay pacíficos y exaltados, incluidos y excluidos, con techo y sin techo, con comida y con hambre. Todos somos según de dónde venimos. Ya hace muchos años que nuestros maestros repiten su Via Cruci andando rutas y calles, levantando pancartas y carpas, golpeando las puertas de los ministerios, llenando las plazas con sus innumerables reclamos, convirtiéndose en voceros de nuestras propias necesidades educativas, sin el menor atisbo de violencia y exponiéndose más de una vez a la mirada crítica y descontenta de una parte de la ciudadanía. Y otra vez Pilatos se lava las manos ante el peregrinaje injusto y deja que apedreen a los que marchan y ordena que despejen el camino porque estamos en la Santa Semana y es importante que el camino esté libre para aquellos que viajen. Otra vez Pilatos "que dice que dijo pero que no hizo o que no mandó a hacer". ¿Quién puede entenderlo? ¿Quién puede aceptarlo? ¿A dónde está la coherencia entre el discurso y la acción? Los estados provinciales son autónomos. Tienen sus propias leyes, sus propios poderes, sus gobernantes propios, sus propias fuerzas de seguridad, su propio accionar que puede llegar hasta hacer correr sangre?

El estado nacional "sólo aconseja". Otra vez Pilatos.

Dra. Adriana B. Nardote

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