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Domingo, 27 de diciembre de 2009

SOCIEDAD › ROSARIO/12 PRESENCIó UN TALLER LITERARIO COORDINADO POR EL POETA FABRICIO SIMENONI, CON JóVENES EN CONFLICTO CON LA LEY PENAL.

Pequeños universos

Los adolescentes tienen entre 16 y 17 años, y subrayan que el taller es para ellos una posibilidad para hacer menos agobiante el encierro. De a poco, los jóvenes del Instituto de Recuperación del Adolescente Rosario (Irar), se animan a ir sacando cosas afuera mientras ellos permanecen adentro. El género epistolar es el preferido.

 Por Sonia Tessa

Para llegar al salón donde el poeta y filósofo Fabricio Simeoni brinda su taller literario hay que atravesar varios controles, dos rejas, un largo pasillo. Una vez allí, el espacio parece otro, aunque sigue siendo el Instituto de Recuperación del Adolescente Rosario, el Irar. Unos siete chicos escriben de acuerdo con la consigna "detrás de esta pared". Algunos lo hacen solos, hay un grupo de tres que trabaja en conjunto. Leandro está inclinado sobre la mesa de madera, el cuerpo parece seguir escuchando al coordinador, la cabeza puesta en su texto. Jonhatan es el encargado de contar de qué se trata el taller y arranca, orgulloso, con aquello que la escritura ya le permitió. El escribió una carta que se leyó en la Marcha de los Chicos del Pueblo, el 11 de diciembre pasado. Los adolescentes tienen entre 16 y 17 años, y subrayan que el taller es para ellos una posibilidad para hacer menos agobiante el encierro. "Detrás de esta pared me siento como si no fuera nada", comienza como un golpe en la cara el texto de Manuel, de 16 años. "Acá adentro no hay cómo estar sin que la soledad venga y te acorrale entre estas cuatro paredes", continúa el texto. La consigna era abierta, podían escribir lo que quisieran. Fabricio sabe que para ellos, el género epistolar es importante, prevalece. "Me gusta escribirles a mis amigos, a mi familia, a mi novia. Cuando viene mi mamá y tengo algo que decirle prefiero escribirle una carta, porque ella se va mal si yo le digo que estoy mal. Sería mejor no verla llorar porque a uno le duele. Es más duro escribir que decírselo", larga Jonhatan sobre el valor de la escritura. Enseguida se corrige: "Es más fácil", dice.

En unos minutos, cualquier formalidad se desarma. Algunos siguen escribiendo, otros eligen decir lo que piensan mientras Daniel Ifran, vicepresidente de la biblioteca Gastón Gori que se suma a Fabricio en la coordinación. Daniel recoge las palabras en un papel. Algunos no saben escribir, pero prefieren no decirlo. Dos o tres se paran, van hasta la rejas a hablar con un guardia. "A mí no me gusta escribir, es mejor hablar, decir las cosas directamente, de frente", dice Nahuel, de 17. Sin embargo, sale a todas las actividades que les proponen en el Instituto. "Me hace bien, paso el tiempo más rápido", señala y cuenta que va "al campo de deportes, a la huerta, cualquier cosa con tal de salir al pabellón para no pensar en mi familia". Sin embargo, no puede evitarlo. Piensa en Viviana, su mamá, cuando se despierta. Y la presencia de ella en el Irar lo llena de sentimientos contradictorios. "Estoy mal en la visita porque no quiero que mi mamá me venga a visitar acá. Quiero estar con mi novia, trabajar, y tratar de no volver nunca más", dice como proyecto de futuro. Nahuel participó con sus ideas de la escritura colectiva, pero le gusta más la fotografía, también va al taller de herrería.

También Jonhatan escribió sobre su madre. "Una vez que estamos del lado de adentro ya no importamos, porque una vez que cruzamos este portón que separa dos mundos muy diferentes nos olvidan y dejamos de existir para todo el mundo. Sólo existimos para nuestras familias, y a veces sólo para nuestra madre. Pero no saben lo feo que es que te hagan a un lado y que se nieguen a aceptar que existimos", escribió Jonhatan al final de su texto. Fabricio sabe que buena parte del trabajo resulta catártico, y lo convierte en virtud. Promueve la anarquía en su taller, porque sabe que el orden acalla ciertas voces. "Dentro de la anarquía surgen cosas interesantes. En el primer encuentro, de repente empezaron a hablar. Estaban con ganas de decir. De alguna manera, se aprende no sólo a decir, sino un cómo", reflexiona Fabricio, quien agradece su presencia en el Irar al acompañante juvenil Mauro Testa, que lo convocó.

El texto de Jonhatan no sólo exuda sinceridad, también apuesta a comprometer a su lector. "Detrás de esta pared hay sentimientos buenos y malos, como felicidad y tristeza. También hay una historia para contar porque cada uno de los que estamos detrás de esta pared tiene una historia distinta, pero ahora estamos todos en la misma situación, pero tratamos de estar lo mejor posible porque detrás de esta pared hay mucha tristeza", dice su prosa.

Las palabras de los chicos fluyen, algunos no se animan a leer lo que escribieron, prefieren que otros le pongan la voz a sus ideas. Así pasa con Leandro, de 16 años, que escribió sobre las apariencias. "Detrás de esta pared hay algo inexplicable. Yo aparento ser una persona pero en el fondo de esa persona hay cosas y nadie sabe, tampoco se lo imaginan, la clase de persona que soy en verdad", escribió Leo.

Jonhatan tomó el lugar del portavoz. El cuenta que el taller lo ayuda a "recapacitar". "Me ayuda a expresarme a través de un papel, a sentir que podés hacer cosas cuando salgas", dice. Nada menos. Nada hablan ellos de la falta de oportunidades, quizás no sea el lugar, ni el momento, pero en sus caras curtidas se nota un destino de marginalidad trazado desde el vamos.

Es la tercera vez que Fabricio llega hasta el Irar para poner en funcionamiento una pequeña posibilidad, que se agiganta entre esas paredes. Son tres turnos de chicos que lo escuchan y luego aceptan el desafío de escribir. En la pequeña charla introductoria, Fabricio les habla sobre el valor de la palabra como herramienta de interacción. Y les dice que "la mente de uno no tiene límites". Fabricio los alienta a decirse a sí mismos, como puedan. "La literatura también es expresar un estado de ánimo. Todo texto produce un efecto, no tienen que pensar que lo que escriben es una mierda, o que no le va a importar a nadie, porque siempre, inevitablemente, va a haber alguien que sea tocado por esas palabras", les dice. Al principio, los chicos están reacios. Sobre todo los que llegan por primera vez. Juan no tiene pruritos en decirlo apenas se sienta. "Nada, qué voy a esperar", contesta cuando se le pregunta si espera algo del taller. Mientras Fabricio habla, y Mauro Testa les reparte ejemplares del último libro de poemas del coordinador, El prontuario de la luciérnaga, Juan cambia su actitud. Empieza a escuchar con atención. Al rato, se acerca para sentarse más cerca de Fabricio. Ya no relojea el libro, lo abre. Después, le tocará escribir.

Sobre Fabricio, Nahuel sólo tiene para decir que "está copado". "Se las trata de rebuscar como todos, nosotros acá adentro también nos la rebuscamos", completa la idea. Fabricio escribió once libros. Una enormidad para los chicos. Lo ven allí, peleando desde su silla, creando mundos con las palabras. Fabricio escribió "como puede leerse en su página www.fabriciosimeoni.com.ar un poema que empieza: "Estoy libre en mis prisiones,/ calma siniestra por escapar". Los chicos no saben que padece hipertrofia muscular, pero sí que apenas pestañea. Nada le impide contagiar a los chicos de las ganas de expresarse con sus palabras luminosas, cargadas de buenas dosis de confianza y también algo de su ironía habitual. "Estuvimos hablando del uso de la palabra como herramienta fundamental para hacerte respetar y pedir cosas", afirma Fabricio. "Hay muchos que tienen poco y pocos que tienen mucho, pero el deseo no debe formar parte de un arte violento, de sumisión al objeto", dice ahora, pero antes usó otras palabras para entusiasmar a los adolescentes.

El discurso dominante, ese que habla de bajar la edad de imputabilidad penal, el que pide que los chicos no entren por una puerta y salgan por la otra de los lugares de encierro, entiende poco de oportunidades. Desconoce la historia que vivió cada uno de esos seres humanos antes de llegar a ese lugar estigmatizado. Basta mirar a uno de estos adolescentes a los ojos para acercarse al sufrimiento del encierro, un caldo de cultivo de más dolor ante la desigualdad.

Tienen sus cuerpos y sus hormonas en ebullición, son adolescentes. Piensan en sus novias, quieren escribirles. Joanna se llama la novia de dos de los integrantes del taller. Y Jonhatan, el más histriónico, pone en escena el temor que apareció, porque se llamaban igual, eran rubias, pero claro, no era la misma chica: una tenía ojos marrones, los ojos de la otra eran verdes.

"Cuando estoy solo escribiendo, soy un espectáculo", dice Jonhatan. "Fabricio es un espectáculo, de primera. Cuando salga me gustaría ir a su taller", dicen Leandro y Jonhatan. Así, la posibilidad de ir más allá de los prejuicios "esos que limitan las actividades de los chicos que llegan al Irar a herrería y electricidad, esos que niegan el arte como conexión diferente con la vida se extiende. "El miércoles iba por la calle y me gritan "Fabricio". Era Emmanuel, que estuvo acá y estaba vendiendo tarjetitas en la peatonal. Me pidió el teléfono para ir a mi taller, además de decirme un montón de palabras hermosas que me hicieron llorar, y que si las reproduzco, me largo a llorar", cuenta Fabricio, que también coordina el taller literario de la biblioteca Gastón Gori.

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El escritor Fabricio Simeoni y los coordinadores, trabajando con los adolescentes en el taller literario del Irar.
Imagen: Alberto Gentilcore
 
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