Domingo, 1 de diciembre de 2013 | Hoy
SOCIEDAD › EL CENTRO CULTURAL EL OBRADOR, EN ESPINILLO Y MARADONA, ABRE POSIBILIDADES
En El Obrador fabrican cestos, juguetes y tejidos, reciclanmateriales y diseñan ropa; y sobretodo, abren una ventana de interacción real para las comunidades qom, aymará y mocoví con la cultura urbana de la ciudad que eligen habitar.
Por Sonia Tessa
Los cestos de papeles con patas y sombrero, azules y verdes, dejan a la vista los bidones de agua usados de los que están hechos. El mismo plástico de los bidones se convirtió en un alero al lado de la Fábrica de Juguetes. A cada paso, en el Centro Cultural El Obrador, se ven objetos reciclados, maderas, plásticos, botellas, todo sirve para transformarlo en arte. Llamativos, alegres, dan la bienvenida al espacio de Espinillo entre Maradona y Garibaldi. A medida que el auto avanzaba, desde el centro hacia el barrio del extremo oeste rosarino, el paisaje fue cambiando. Las casas se hicieron bajas, aparecieron las zanjas y desaparecieron los cordones de las veredas. Cerca del Centro Cultural, unos jacarandaes pintan de lila el cielo. Y el verde se cuela por el aire. La manzana de El Obrador tiene muchos árboles y varios espacios. Una tira al costado izquierdo, desde la entrada, es la Fábrica de Juguetes. Enfrente está El Roperito y también La Biblioteca. El Salón de Usos Múltiples se encuentra de espaldas a la entrada, en refacciones. Esperan inaugurarlo antes de fin de año, con una fiesta. Con orgullo, los integrantes de cada proyecto circulan y cuentan lo que hacen ellos, pero también los demás. La actividad es tan vasta que no alcanzará una nota. Es martes a la mañana: en la Biblioteca, Ruperta Pérez y Marina Gryciuk comparten saberes para fabricar cestas que combinan la técnica ancestral del pueblo qom con la utilización de retazos de tela que propone la diseñadora y artista plástica. Ese día es el cumpleaños de Marina, que lleva unas masitas. Todo son chistes y risas pero, eso sí, sin dejar de mover las manos para envolver con telas de distintos colores cada una de las tiritas de plástico de botellas recicladas que se usan para armar las cestas.
"Nos divertimos, tomamos mate, charlamos", dice Ruperta Pérez sobre la actividad que comparte con Marina. Y muestra los cestos de todos colores con orgullo. También Margarita Genes es parte del proyecto. "Mi objetivo es hacer un producto que se pueda vender. Los llevo a Buenos Aires para eso", dice Marina, que desde siempre trabaja con material reciclable en diseño de indumentaria. "Empezamos hace tres meses a hacer este objeto, que es la misma técnica que Ruperta hace ancestralmente con el vegetal", dice Marina, que llegó a El Obrador hace dos años, en 2011, como parte del Salón de Diseño del diario La Capital y siempre quiere volver. "Es muy generosa", afirma sobre Ruperta. "La referencia de ella es muy importante para el barrio", agrega Marcela Valdata, coordinadora del Centro, sobre la trayectoria de esta mujer qom que está en el origen de la experiencia de El Obrador. "Cuando la referencia es una persona que le pone todo el empeño a la vida, genera otras actitudes", completa. Es que están acompañando a la primera generación de jóvenes qom que van a la Universidad. Agustín Honeri estudia Antropología y Agustín López, analista de sistemas. Los dos están en primer año y participan del proyecto de Biblioteca Etnica, una vieja aspiración de los integrantes de El Obrador.
La actividad se despliega en un horario amplio, de 8.30 a 18. El barrio al que atienden es "pluricultural", subraya una y otra vez Ruperta, para no olvidar a los hermanos mocovíes, aymaras y guaraníes que viven en la zona. Son unas 15 mil personas que concurren de manera esporádica a los talleres de capacitación. Desde hace años, Ruperta ofrece sus conocimientos de cestería, que se comparten con los tejidos de Margarita. Pero no es lo único. Darío Ares hace una experiencia de diseño de indumentaria. Los participantes del taller hicieron remeras por el desarme. Valentina Rondinella hace dibujo, recuperando las técnicas y temas qom. Agustina Alves tiene un taller de diseño y moldería. Son muchos más los que participan.
En la mañana de un martes de noviembre, en una casa frente al Centro Cultural suena cumbia romántica, fuerte. El primer espacio, a la izquierda, desde la calle, es la Fábrica de Juguetes. Un oasis. En la radio pasan Divididos, "Qué ves cuando me ves?", mientras Pedro Lois y Juan Manuel Maggi se dedican a construir autómatas de madera. Muestran cómo el muñeco --los hay de distintas caras, con pinturas variadas, camisetas de fútbol y otros motivos-- abre la boca. Sus hacedores sonríen orgullosos. "Las pintan Mariela Mangiaterra y Elsa Albornoz", dicen enseguida los hombres, en referencia a las creadoras y coordinadoras del espacio. Y muestran sacando pecho: "Uno de estos se vio en el programa Gira Mágica (de Gustavo Lorenzatti)". Desde hace un año y medio trabajan allí, en la producción de juguetes que venden en espacios como Peccata Minuta, el comercio de Pasaje Pam, y también en Buenos Aires. "Estamos tratando de que sea un emprendimiento productivo autosustentable", dice Lois. Maggi cuenta que tras el empujón que significó un subsidio de la Corporación Andina de Fomento, ahora empiezan a andar solos. "Ya estamos empezando a comprar nuestros materiales y la gente se lleva su remuneración después de las ventas", se ufana. Lo que no dice es que fue su propio esfuerzo lo que convirtió un galpón sin vida en una fábrica donde los muñecos abren la boca sorprendidos.
En La Biblioteca, sigue el taller de cestería con su toque contemporáneo de material reciclado. Al mediodía, Dalila se tiene que ir corriendo a cocinar para sus cuatro hijos. Desde hace cinco años participa en los talleres de cestería de Ruperta, y vende la producción entre sus vecinas.
Ruperta hace cestos desde que vivía en El Impenetrable, adonde vuelve siempre. En su último viaje, se trajo a su madre, de 82 años, para que se quede unos días. "Ahí van a hacer una linda nota. No habla nada el castellano. Le cuesta porque acá es otro el ritmo de la gente. Por ejemplo, ella se levanta a las 5 de la mañana con sus animales, con sus cabras, que les da agua, que les da de comer, un montón de cosas, todo el día. A las 5 de la mañana, ya está baldeando, acarreando agua, juntando cosas", cuenta sobre su madre. Marina agrega que allí, donde vive la mamá de Ruperta, "no hay luz eléctrica".
El mate, las masitas, circulan. "Nos divertimos", dicen entre risas Ruperta y Marina sobre la experiencia que llevan adelante hace tres meses, para combinar sus conocimientos. "Ruper me enseñó a tejer, todas me enseñaron a tejer", contó. "Lo que hacemos es implementar la artesanía tradicional que nosotras tenemos", arranca Ruperta, y se para a mostrar la producción. "Hace tres meses que empezamos el taller de textil, Ruperta ya viene trabajando con la cestería tradicional, pero también incorpora el material plástico, el pet, hace unos años, la cuestión del recuperado de materiales es más contemporáneo, tiene que ver con lo urbano, con el descarte. Que en los lugares originarios de donde viene este tipo de cestería no existe. Uno hace con lo que tiene alrededor. Bueno, ellos tienen el vegetal que crece solito", explica Marina. Los materiales los reciben de empresas que les llevan el descarte, y el traslado lo hace la GUM. Margarita teje a crochet y con dos agujas, transforma los pulloveres que reciben en El Roperito, adonde llega ropa que transforman para vender. Pero les vendrían muy bien las donaciones de lana. "Todo nos viene bien", dicen entre risas.
El Obrador es un centro cultural que tiene un objetivo mucho más ambicioso: un aula radial de escuela primaria para adultos funciona de 13 a 17, y desde allí partieron los trámites para hacer 600 documentos nacionales de identidad. La ebullición es constante.
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