Jueves, 14 de enero de 2010 | Hoy
PSICOLOGíA › REFLEXIONES SOBRE LA FUNCIóN DE LA VOZ EN EL ANáLISIS
El interés en los objetos de la pulsión, entre los que se encuentra la voz se produce con la intención de avanzar en el camino de su revelación del deseo, que es el objetivo de la práctica del psicoanálisis. El valor que le dio Lacan.
Por José Manuel Ramírez*
En estas reflexiones sobre la función de la voz en la vida y en el análisis recuerdo a una colega, que tuvo para mí un valor inestimable, Susana Crosa, a quien -debido a una enfermedad severa- le quedó en la voz una alteración que igualmente no le impidió seguir usando esa voz como un operador más de su práctica. En ocasiones tuvimos oportunidad de hablar sobre la voz en análisis. En una de ellas hablamos de una persona que hallándose en análisis con ella debió viajar a España y pudo hacer aún así algunas sesiones vía telefónica. La voz allí en un hilo haciendo de soporte de la transferencia.
En otra ocasión fue trabajando sobre una paciente mía cuya relación con la voz adquiría una significación especial por el hecho de tratarse de una locutora de profesión, pero sobre todo por la circunstancia de que su madre, según expresión de la propia paciente, era adicta a la radio.
Le recordé un comentario de Lacan sobre un paciente, que estando en análisis con otro analista en otro país, debía hablar por radio sobre temas referidos a su profesión y que padecía de una pertinaz inhibición para hacerlo. El analista lo interpreta como que la dificultad estaba en el hecho de que él pudiese escucharlo, Lacan dice que más bien había que tener en cuenta que poco tiempo antes había fallecido la madre del paciente y entonces el hablar a un público radial, ausente, evocaba a la madre y al fantasma de ser escuchado por ella. La ausencia evocaba su presencia como público auditor.
Que una madre aturda a su hija con indicaciones sin descanso hacen que su hija se refugie en un salón de juegos de video para no escucharla, para sacársela de encima. ¡Dígame, qué puedo hacer con mi hija que se la pasa todo el día en el locutorio!, dice la mamá.
Estas viñetas dan pie a seguramente innumerables consideraciones, sin embargo, en razón del espacio, nos circunscribiremos tan sólo a algunas.
En la medida en que el análisis es una práctica en la que de lo que se trata es de despejar y de poner en función el deseo, cuando nos interesamos en los objetos de la pulsión, entre los que se cuenta la voz, lo hacemos con la intención de avanzar en el camino de su revelación.
El objeto voz ocupa en el análisis un lugar de privilegio. De entrada, cuando luego de las entrevistas, es remitido alguien al diván adquiere una relación con la voz esencial para el progreso del análisis. Es observable que la voz es una presencia ineludible bajo todas sus formas, incluido el silencio. En este sentido, la función de la voz del analista es la de decir los significantes a fónicos, es decir reprimidos. La transferencia lo coloca en situación de prestar su voz para que sean dichos en la interpretación y hacer audibles las letras del deseo.
Sólo mediante la angustia adquirimos la certeza de la voz objeto pulsional.
Con el shofar, Lacan nos muestra que su sonido produce, sin emociones, sin arrepentimientos y sin fe, sin embargo, un afecto estrictamente auricular, una angustia auricular, un afecto tubario, sin necesidad de ninguna imagen. El oído orgánicamente está constituido como un tubo. A veces el sonido de una ambulancia, o de un avión cercano y veloz, puede producir ese afecto tubario sin necesidad de ninguna imagen o sentido.
Pensemos en el aullido del lobo. En el silbido del viento. O en el agudo llevado hasta un límite insostenible e insoportable en una soprano. Esa voz produce angustia en el oído, afecto tubario homólogo al orgasmo tubario vaginal. No es por azar que las palabras puedan, como transporte libidinal, producir las condiciones necesarias previas al acto sexual, sin necesidad ni siquiera de las caricias, es decir, las palabras mismas pueden funcionar como esas caricias y producir el efecto esperado.
Antes de que aprendamos a hablar, nuestra relación a la voz se aprecia en las primeras semanas de vida. La relación a la Voz del Otro, de la mamá digamos, va -por así decir-, depositando sus granitos de arena en el vacío de esa vasija que somos. La voz del Otro en los arrullos del bebé que se canta a sí mismo son ya satisfacciones alucinatorias, como soñar con el pecho. Esa voz además es un objeto amboceptor, que está entre el sujeto y el Otro, que se inicia o proviene del Otro pero que se desprende de él y nos llega para producirnos alguna satisfacción, si es el caso. Objeto separable de uno y Otro.
Las voces alucinadas de las psicosis, la voz del SuperYo, no son más que hilachas de esa voz que la pulsión bordea. Se trata de voces inauditas, no inaudibles. Lo real no habla pero se escucha en las brechas, en los desniveles, en las disonancias, hay que prestarle voz.
*Psicoanalista. Coordinación Página de Psicología Rosario/12. [email protected]
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