Jueves, 29 de abril de 2010 | Hoy
PSICOLOGíA › LA ACCIóN COLECTIVA Y LA COMUNIDAD A PARTIR DEL PSICOANáLISIS
Desde la psicología de las masas de Freud a la actualidad de las instituciones psicoanalíticas, y a través de la Escuela de Lacan, se puede percibir el desorden ejemplar que acompaña a toda transmisión con la huella perturbadora de la verdad.
Por Juan Bautista Ritvo*
Desde el psicoanálisis podemos -y debemos-, transcribir los términos y relaciones de la acción colectiva en los términos y relaciones de la psicología de las masas, según Freud: verticalidad en la identificación al objeto valor, o sea al líder; comunidad sólo en el terreno del ego, y formación de un "nosotros" que se funda en la necesaria exclusión de los "otros"; es decir, en la segregación de lo que se juzga tóxico.
Lacan pretendió que las relaciones de la Escuela (en el sentido eminente de la palabra, concebida como abrigo de los males de la sociedad civil) trascendieran el campo de la masividad en lo que al psicoanálisis refiere, su producción, su transmisión, y sobre todo la clínica.
Teóricamente nunca justificó esa brusca separación entre la masividad y lo que convino posteriormente en llamarse "transferencia de trabajo", la que preservaría la herencia y la acrecentaría.(1)
La experiencia nos ha mostrado otra cosa, tan evidente que ni siquiera se alude a ella cuando se la tiene ante los ojos: las leyes de la presunción, del servilismo y de la segregación imperan sin restricciones.
(Y no es un consuelo que lo mismo ocurra en todas las instancias de la sociedad civil y del gobierno.)
No obstante, podemos decir, con la misma certidumbre que hay análisis, en plural, aunque no podamos cuantificarlo (sería ridículo intentarlo aunque sospechemos, con razón, de que buena parte del llamado análisis es psicología adaptativa, pura y simple) y que en todas las instituciones analíticas, incluso en las más disciplinadas, podemos recoger, aquí y allá, ejemplos y más ejemplos, de ese desorden ejemplar que acompaña a toda transmisión con la huella perturbadora de la verdad.
De otra parte, si bien nunca Lacan justificó lacanianamente las instituciones e institutos de la Escuela, sí es cierto que captó algunos mecanismos de una posible acción colectiva que vaya más allá de lo masivo pero sin ignorarlo y sin fingir pureza.
No estoy pensando en el llamado "pase" -condenado a quedar prisionero de los vericuetos de la demanda anal, es decir, de la demanda educativa-, sino en el curioso "cartel". El pretendía que fuera temporario, que no se estableciera en las redes de la familiaridad (los "carteles" vigentes son, ya se sabe, pymes familiares) y sobre todo concibió su "más uno", que el hábito degradó en jefe de grupo, pero que en su raíz muestra cuál es el camino por medio del cual la acción colectiva reconoce su vigencia en lo que parece su mayor obstáculo: la imposible intersubjetividad.
En efecto, si hubiera un vínculo efectivo e inmediato y recíproco entre sujetos, todo terminaría en el horror bíblico y matrimonial: "Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne." (Génesis 2:21 24). (La masa misma, pese a su pretensión imaginaria que, por ser ilusoria es justamente constitutiva, de formar un solo cuerpo, está simbólica y realmente muy lejos de ello: como bien lo percibió Freud, cada uno se liga verticalmente con el objeto líder y esa participación que se ubica entre ellos, entre los miembros de la masa, mantiene en definitiva la distancia de los cuerpos.)
Mas si no hay intersubjetividad -es decir, si el vínculo de un sujeto con otro pasa por la opacidad del Otro-, cada uno como otro, si puede percibir en tal transitivismo algo de lo que debe desprenderse para pasar de la mera generalidad masiva a la serie ordinal colectiva, si puede pasar de ser uno u otro intercambiable a ser uno como tal, nominable de manera intransferible, puede entonces reclamar un lugar propio fundado en el siguiente aserto que, es obvio de dónde lo tomo, del Aserto de certidumbre anticipada; y que reza así: Cada uno por sí pero no sin los otros. Es decir, ni oblatividad ni simple reconocimiento, porque no se trata de sutilizar la ética cristiana, la que siempre lleva al sacrificio y a la exaltación en definitiva narcisista, sino de reconocer que sólo puedo reconocer al otro si reconozco que necesito de él para llegar a mí, que necesito de su verdad y de su libertad, como condición imprescindible para mi libertad y mi verdad.
(1) Desde luego estos términos son sospechosos: cuando nos proponemos "preservar" o peor incluso "resguardar", ya estamos confundiendo transmitir con gobernar, ya confundimos la imposibilidad con la impotencia. La misma expresión "transferencia de trabajo" o es un pleonasmo "toda transferencia trabaja", o simula que puede haber una transferencia recíproca, aséptica, despojada de pulsiones destructivas y de las locuras del amor.
*Psicoanalista. Docente Facultad de Psicología y Facultad de Humanidades. UNR. Fragmento publicado en Imago Agenda nº 137. Marzo de 2010.
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