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La extraordinaria puesta en escena realizada por Daniel Veronese de la obra teatral de Arthur Miller El descenso del Monte Morgan nos aporta enseñanzas sobre el drama que se deslinda entre las laderas del amor y del deseo. Hasta la escenografía se divide en dos con la cama en el medio, entre una y otra, sus laderas, las dos mujeres del protagonista, del sujeto en cuestión.

Una, que representa al deseo que él no puede no seguir, la otra el amor tierno de compañía de su mujer de viso más bien maternal. El se reparte entre ellas sin poder perder ninguna en una manía de satisfacción total o de completamiento imposible.

Se mantiene en la cúspide, como él mismo lo destaca, en la cima de los logros sociales, económicos, fálicos, hasta que la posibilidad de caída de su posición de falo exitoso lo hace desbarrancar y caer, ya no importa por qué ladera.

Los celos, la posibilidad de que aquella que representa su deseo, imagina, pueda tener una conversación de amor con otro, lo hace patinar en una huída silenciosa hacia la tierna esposa para no llegar nunca.

Insiste tanto en sus explicaciones con ambas sobre la verdad de la cual él se cree defensor y su portador, que demuestra con claridad la afirmación que reza que la verdad es hermana del goce. Hasta tal punto está sumergido en una posición de goce, entendido éste como la unificación de la libido con la pulsión de muerte, que hasta huelga explicarlo.

La muerte real no llega en la caída pero sí otra muerte quizás peor por ser en vida, la muerte en la soledad y la intemperie. Estas breves palabras no apuntan a explicar la obra sino a extraer de ella lo que sirve a una práctica de la cual los poetas y los artistas nos marcan el camino.

*Psicoanalista. Coordinador de la Página de Psicología de Rosario/12.