PSICOLOGíA › LA FASCINACIóN POR EL HORROR
› Por Sergio Zabalza *
Los giros del discurso cotidiano, y su efecto en el cuerpo del ser hablante, constituyen materia de estudio y atención para quien practica el psicoanálisis. En este caso, me interesa abordar los eficaces componentes subjetivos que pudieron estar operando para que el asesinato de una adolescente haya ocupado, durante largas semanas, buena parte de los comentarios en el habla de las personas y en el quehacer de los medios.
Angeles era una joven de dieciséis años que concurría a un colegio privado y vivía en un barrio relativamente distinguido de la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, la mera pertenencia a una clase o lugar social no explica por sí sola el interés que concitó este crimen. Algunos pocos observaron que en la inmensa mayoría de las crónicas, reportajes y testimonios, este asesinato aparecía desarticulado del estremecedor número de femicidios que asola a nuestra sociedad. ¿Qué envuelve esta nada inocente maniobra? ¿Quién se hizo cargo de ponerla en práctica? ¿Quiénes son sus beneficiarios?
Mi conjetura es que la enorme repercusión que este episodio suscitó, enmascara y -al mismo tiempo- denuncia la estructural atracción fetichista de cualquier colectivo en el mundo capitalista. En efecto, que el cuerpo de una bella joven de familia acomodada -con nombre y colegio virginales- termine en la basura, conforma una escena irresistible para el fantasma de degradación femenino que sostiene las significaciones comunes y organiza la economía libidinal de una comunidad hablante. Luego, un sutil procedimiento discursivo hace que lo denotado oculte lo connotado, es decir: el hecho puntual oculta la tragedia cotidiana. La sospecha de un papá perverso habla por sí sola de la fantasía en juego.
Pero entre Angeles y el papá, el encargado es el lenguaje. "Eso familiar que se vuelve extraño" tal como Freud abordó el fenómeno estético de lo siniestro, y cuyo efecto en este caso paradigmático, atañe -espectáculo mediante- a todo el espectro del cuerpo social.
Porque, desde las letras de tango -que relacionan a la mujer con el fango, pero también con la pureza del vestido de percal-, hasta las frases con que una pareja se erotiza durante el acto sexual, la voz del lenguaje atestigua esa condición angelical o demoníaca, virginal o lujuriosa, sublime u obscena, que el ser hablante pone a cuenta de lo femenino.
No en vano, tal como lo muestran los frescos hallados en Pompeya, ya los antiguos relacionaban el develamiento del falo -léase castración con el demonio del Pudor. Esa fascinación por el horror con que el encargado nos envuelve, cada vez que las pantallas se encienden en la dulce paz de nuestros hogares. Lo demás corre por cuenta de la ética de cada sujeto. Después de todo, no debe ser casualidad que el espectáculo con Angeles se haya interrumpido sólo cuando el Papa pisó la tierra, en un país vecino.
* Psicoanalista.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux