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Jueves, 6 de julio de 2006

PSICOLOGíA › ALREDEDOR DEL SEMINARIO DE LA IMAGEN Y LA PALABRA

Todas las formas de la tragedia

La tragedia está siempre presente en la oscilación de las experiencias. Para comprobarlo, basta con recurrir a lo que orienta hoy en el campo de la filosofía y del psicoanálisis.

 Por Víctor Zenobi *

Casi todos los autores que releo se han ocupado de las tragedias; especialmente los filósofos, (Platón tomó de ellas los diálogos, Aristóteles la investigó en su Poética y en su Retórica y utilizó sus ejemplos para su ética y su lógica) lo cual insinúa una vez más, al menos en Occidente, que nuestras más destacadas disciplinas padecieron o acudieron al influjo de la literatura o el teatro, para solventar no sólo una tesis de trabajo sino una posición. En principio, el hecho sugiere algunas preguntas: ¿Por qué cedemos a la ficción? ¿Qué es lo que en nosotros se deja captar por ello? En ella, casi todo es posible ya que rebasa el peso de lo que llamamos realidad; digamos de otro modo que desborda o introduce una fisura que posibilita múltiples líneas de fuga, incluso circuitos, ya sea a través de una imagen o de la palabra. En principio, cualquiera que apela a lo imaginario, presupone que al ponerles alas, se levanta vuelo, y si bien es cierto que las restricciones se dispensan, los fantasmas y sus escenas inmiscuyen en el mundo la intricada relación de sus logros fatales.

En cuanto a la tragedia, sus traducciones y adaptaciones habría mucho para decir; en principio, hay un célebre y creo que no muy conocido artículo de Barthes, particularmente referido a "La Orestiada" de Barrault, que se titula "Como representar lo antiguo". ¿Hay que representar el teatro antiguo como de su época o como de la nuestra? ¿Hay que reconstruir o transponer? Todavía creo que "Grito de mujer" un film de Jules Dassin, interpretado por dos grandes actrices: Melina Mercuri y Ellen Burstin, que narra la tragedia de Medea, lo ha tenido en cuenta. Digamos que en esta ocasión, sin duda hay otras, la imagen trabajada adecuadamente ha logrado sortear los inconvenientes que una tragedia presenta. Por lo demás, "Cómo representar lo antiguo", es toda una pregunta que sin duda se sostiene en quizá inapreciables diferencias o en lo que nos pertenece justamente por ser tan antiguo. En lo que a mi concierne, la tragedia está siempre presente en la oscilación de nuestras experiencias; para comprobarlo no es necesario ir muy lejos, digamos al siglo XVIII y su formidable producción al respecto, basta con recurrir a lo que nos orienta hoy en el campo de la filosofía como un derivado de la ficción trágica y al psicoanálisis, cuya práctica, me parece, lo pone de manifiesto.

Por otra parte, tal vez sea necesario destacar algo que ha sido atenuado, la mayoría de las tragedias o de las obras que han llegado hasta nosotros, implican o se insertan en el ámbito de lo familiar. Antígona, Medea, Hipólito, Ifigenia en Aúlide, Edipo rey o Edipo en Colono y la Orestiada son ejemplos de relaciones parentales sobreestimadas o execradas. La enumeración no es superflua; a partir de ese mínimo núcleo de relaciones, la familia, los griegos extraían una teoría y una práctica conceptual que fue el numen de su filosofía y los hábitos de su sociedad. Tal vez no sean muy diferentes para nosotros, pero me parece que solemos exacerbar, más allá de los muchos correlatos que se pueden establecer, la importancia de la sexualidad y de la muerte, en detrimento de otros. Al menos en los modelos narrativos de Occidente. Bastaría con referir, como tantas veces se ha hecho, que Edipo constituye el primer relato policial de la historia. El detective que descubre que él mismo es el asesino y todo lo que se ha dicho al respecto, salvo que hay algo más. En las distintas versiones que se han hecho de la tragedia se suele insinuar o sugerir (incluso en la excepcional Antígona de Kierkegaard), que Edipo algo debe saber. Incluso y sobre todo porque Yocasta insiste en que deje de averiguar. Edipo debe saber. Saber qué...y con qué o de qué modo... ¿Con el saber del inconsciente? Asumimos que solemos barrer con nuestros saberes todo el campo de la historia, de las historias; incluso no lo desestimamos puesto que una obra es siempre el producto de quienes la leen; es interior y exterior a ella misma. Pero lo que se suele borrar, insisto, cuando no podemos distanciar nuestra lectura son algunos artificios como el siguiente: El tema de la identidad y de lo que no es igual a sí mismo, seguramente Edipo se pregunta en algún momento por su identidad "¿Quién soy? y en el momento de la conocida revelación se arranca los ojos. Nada le posibilita la pregunta ¿Qué hacer? Por poco avispado que estemos, no dudamos en comprender que la culpa original que padece es culpa y no culpa al mismo tiempo. El padre y la madre lo son y no lo son al mismo tiempo. Su crimen es un crimen y no crimen. Su respuesta a la esfinge es cierta e incierta y determina, en una ironía reversible sobre sus cualidades, el apelativo de El descifrador de enigmas, que no ha sabido descifrar el propio.

* Profesor de Letras.

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