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Jueves, 11 de agosto de 2016

PSICOLOGíA › LA ESTRUCTURACIóN DEL NIñO SEGúN LA CRIANZA

Sobre la soledad del cuarto

 Por Sergio Zabalza *

El colecho es una práctica de crianza por la cual padres e hijos pernoctan en la misma cama. Algunas críticas a esta modalidad se fundamentan en la necesidad de los padres de reconstituir la pareja después de la llegada de un hijo y en la preservación de la intimidad del cuerpo del niño. Me gustaría ampliar y desarrollar estas perspectivas. En un contexto en que la palabra familia ha ampliado su horizonte en virtud de las técnicas de procreación y los nuevos marcos legales de crianza y adopción, hablar de pareja puede resultar un tanto desactualizado, es decir: en una familia monoparental no hay pareja de padres y sin embargo, la necesidad de reconstituir la intimidad del adulto y la preservación del cuerpo del niño son tan urgentes como en una familia tradicional.

Empecemos por el niño, el indispensable trabajo que constituye el aparato psíquico se realiza en ausencia del objeto. El niño alucina el seno o el biberón que le ha sido retirado, paso indispensable para la posterior constitución del aparato psíquico. Entonces, en el ritmo de presencias y ausencias del objeto de satisfacción se constituye la trama simbólica en la cual adviene un sujeto.

Por eso, el enigma que guarda la cama de los padres --o del padre, o de la madre-- es el motor que impulsa el mundo de fantasías que un niño teje en la dulce latencia de sus sueños, allí donde la intimidad construye un cuerpo erógeno, sede del deseo. Desde esta perspectiva, el mejor compañero para el sueño de un niño es la soledad de su cuarto. La misma que un sujeto --ya adulto-- debe enfrentar en su dormitorio, esté o no en pareja.

Pasemos entonces al mundo de los mayores: en el seminario sobre "La relación de objeto", Lacan observa: "El niño como real ocupa para la madre la función simbólica de su necesidad imaginaria". Esto es: el niño --para el adulto-- adviene en el mejor de los casos como metáfora de algún amor: sea el de una pareja, de su propio padre o de Otra Cosa, no importa qué mientras el recién llegado entre en la serie de una ecuación simbólica cuyo derrotero alberga una ausencia imposible de llenar.

Para decirlo todo: advertir que el deseo de la madre va más allá de él mismo (del niño) es un paso tan necesario como traumático, clave para que se cumpla el mandato exogámico por el cual un sujeto se interesa en el mundo y sus alrededores: juegos, compañeros de la escuela, cuentos, dibujos, etc.

Así, lo mejor que un padre o madre puede brindar a un hijo son las condiciones para convivir con esa soledad sin la cual no hay discernimiento ni apropiación posible de la propia palabra. Por algo dice Lacan que "la puerta es el símbolo por excelencia". De su apertura y cierre depende que para un niño la ausencia se haga causa de deseo o motivo para una insoportable demanda.

* Psicoanalista.

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