Jueves, 3 de noviembre de 2005 | Hoy
PSICOLOGíA › SOBRE UNA ESPECIFICIDAD DE LA CLÍNICA CON NIÑOS
Para la autora, no se trata de diagnosticar el tipo de trastorno sino de establecer cómo cada sujeto puede arreglárselas con el mismo. Las dificultades en el campo de la infancia.
Por Clemencia Baraldi*
Me gustaría comenzar con algunas preguntas, quizá a modo de hilo conductor: ¿Cómo y desde dónde establecer un diagnóstico? ¿Cómo y desde dónde conducir una cura? Lógicamente, la segunda premisa quedará irremediablemente subordinada a al primera. Con cierta frecuencia me veo compelida a emitir un diagnóstico. Obras sociales, familiares, médicos de cabecera, etc. parecieran exigir una precisión del cuadro que incluya no sólo su clasificación nosológica sino también su etiología y pronóstico. En nuestro días, el DSM IV destina varias páginas a la ubicación del tema; disímiles trastornos encuentran allí un cardinal que los diferencia, pues la simple observación de la conducta permite su clasificación. Ahora bien: ¿lo meramente descriptivo da cuenta de la estructura cuando ésta se trata precisamente de la del sujeto?
En mi experiencia, no es infrecuente, por ejemplo, que aquello que fenoménicamente se presenta con un barniz esquizofrénico, luego de un tramo de tratamiento, con el incipiente despuntar de la instalación de la transferencia, pueda confirmarse como una histeria grave. Otros casos, en cambio, no se muestran al modo de la psicosis y sin embargo, luego de un tiempo de escucha, nos alertan sobre la posibilidad de un desencadenamiento en su campo.
Desde mi punto de vista, no se trata de diagnosticar el tipo de trastorno (al modo de DSM IV) sino de establecer cómo cada sujeto puede arreglárselas con el mismo. En el campo de la infancia, la problemática ofrece una complicación mayor. Si seguimos con nuestro Manuel, encontraremos una amplia gama de signos clasificados como "trastornos generalizados del desarrollo". Alojado en este ítem se nombra al "trastorno autista" en serie con "el trastorno de Rett", "el trastorno desintegrativo infantil", "el trastorno de Asperger" y, por supuesto, el denominado "trastorno no especificado".
De este modo, una amplia gama de observaciones teje una vasta red de señales que nos orientará en la ubicación correcta del nomenclador. Así, por ejemplo, leemos:
Importante alteración del uso de múltiples comportamientos no verbales, como, por ejemplo, contacto ocular, expresión facial, posturas corporales.
Incapacidad para relacionarse con compañeros.
Ausencia de la tendencia espontánea para compartir con otras personas intereses y disfrutes.
Retraso o ausencia total del desarrollo del lenguaje oral.
En sujetos con habla adecuada: alteración importante de la capacidad para iniciar o mantener una conversación.
Ausencia de juego realista espontáneo o juego imitativo social, propio del nivel de desarrollo.
Preocupación persistente de pares de objetos.
Manierismos motores estereotipados repetitivos.
Sin embargo, nos preguntamos: ¿da lo mismo que no juegue a que no mire, que muestre ausencia de lenguaje a que tenga movimientos estereotipados? En este punto del trayecto se bifurcan los caminos; algunos, se atrincheran con sus técnicas a reeducar los signos; otros, entre los que me cuento, apostamos a la emergencia de un sujeto.
Lo que quiero significar y dejar en claro desde ahora es que la estructura se estructura y esto no acontece de un solo golpe. Esto es, para que un sujeto pueda apropiarse de la misma, necesita de tiempos y operaciones lógicas. Tiempos operaciones que no siempre cabalgan juntos. Pero, de hecho, no es sin consecuencias que alrededor del final de la segunda infancia, la estructura edípica quede o no eficazmente anudada. Es éste el tiempo que abre la brecha entre dos campos: neurosis y psicosis.
El tiempo real, el que nos vincula con la muerte, el que nos dice que hay un antes y un después de la menarca o de la primera eyaculación, transcurre unidireccionalmente. Mientras que nuestro imaginario se circunscribe a las agujas del reloj, el simbólico al que nos introdujo Freud nos da una alternativa: anticipa y retrotrae. Hasta cierto punto lo que no aconteció en el tiempo real podemos fundarlo après coup, introduciendo así funciones que no estuvieron anteriormente contempladas. Pero insisto, sólo hasta cierto punto. ¿Qué tan temprano llegamos tarde? ¿Cuándo cierra la estructura? No antes de la segunda vuelta por los canales edípicos.
La adolescencia marca en lo real del cuerpo que el o la joven pueden ingresar a la reproducción sexual, mucho antes de que la función paterna pueda ser plenamente simbolizada. Quedará así establecida la primera gran prueba, esto es, cómo funciona el resorte estructural, propio de la neurosis, para abandonar la infancia e iniciar la vida adulta. Muerte y sexualidad, núcleo real del inconsciente, deben ser abordados y simbolizados cuando el crecimiento del cuerpo irrumpe.
*Psicoanalista. Fragmento de "Tiempo y Estructura" del libro "Mujeres y niños... ¿primero?" Autora Clemencia Baraldi. Homo Sapiens Ediciones.
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