OPINIóN › SIETE DIAS EN LA CIUDAD
El proceso electoral que dejó afuera de la conducción de Ñuls a Eduardo López, tiene muchas enseñanzas. Sobre todo muestra que la decisión colectiva sigue siendo un fenómeno social y político que puede tardar en llegar; pero que cuando lo hace, es inexorable. Atrás queda un personaje que construyó un oscuro camino.
› Por Leo Ricciardino
Nada de lo humano es infinito. Todo termina, reinados, imperios, presidencias y hombres. Vivir sin pensar en eso no hace más que precipitar los procesos. Pero los procesos son precisamente una sucesión de etapas a cumplir. Y ayer quedó demostrado una vez más: Tan sólo cuatro años atrás hubiese sido impensable que Eduardo López fuera desplazado de la conducción de Ñuls. Tal era el cerrojo que había montado alrededor del parque que logró impedir las elecciones en aquella oportunidad. Pero no pudo hacerlo en ésta.
Y no pudo porque se cumplieron etapas de un proceso. Jueces que habían sido comprados ya no están, funcionarios de todo rango corrompidos por ese personaje silencioso, pasaron a retiro. Y su ejército de abogados fue envejeciendo y notando que era el momento de resignarse y dejar que pasara lo inevitable, lo que alguna vez tenía que pasar.
Pero también hubo que sortear un obstáculo que en el fútbol es enorme: La eficacia de la camorra, el resultadismo de los padrinos, esa imagen que se derrama desde la propia AFA y que, a no dudarlo, alguna vez también dejará de proyectarse.
Los que conocemos muy poco de fútbol, pero vivimos entusiasmados por los fenómenos de la política -diría los dos principales motores de este país-; ya hemos visto este proceso. Porque en política la sociedad comenzó a hartarse más rápido y por eso dejó de tolerar estilos y maniobras que aún es posible hallar en el fútbol y en determinados sindicatos donde todavía piensan que votar debe ser poco menos que una aventura.
Pero los procesos mencionados los cumple la gente. No los Estados, los tribunales o las instituciones. Estos resortes -que tienen su propia evolución- actúan al ritmo de la calle. Se mueven de acuerdo al volumen que llega de afuera. Y eso también se vió claro en Ñuls. Había encuestas previas, especulaciones, miles de trabas judiciales y chicanas políticas, también miedo. Pero cuando los que llegaron temprano al parque Independencia vieron que la gente hacía una, dos horas de cola para pagar las cuotas exigidas y después recién votar. Cuando vieron que Marcelo Bielsa aguantó bajo el sol pacientemente, más de una hora, la epopeya estaba allí. Ni López, ni Grondona ni la barra brava más brava que se le ocurra a cualquiera, pueden parar nada cuando eso sucede.
Cuando eso sucede señores, sólo queda esperar con una sonrisa el espectáculo del río que se desborda, los diques saltan en pedazos y hay como un rugido que se escucha en todas partes. Y esto no se fabrica, tiene líderes y referentes, pero no dueños. No es de nadie, porque es de todos. Es así. Simplemente, hay que cuidarlo para que a nadie se le vaya a ocurrir querer volver para atrás.
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