OPINIóN
› Por Alicia Simeoni
Noviembre de 2015. "El joven Carlos Fernández, de 25 años, conocido entre su familiares y amigos como Pelo Duro, acaba de recibir el título de ingeniero en Hidráulica después de cursar, con toda dedicación y esmero la carrera que eligió por su especial vocación por las matemáticas y la física y hasta por la cercanía de la sede universitaria con el barrio que habitó casi toda su vida, la República de la Sexta y la zona de La Siberia". Este es el texto del aviso social que nunca será. Un poco más, habrá que ver si el chico que hoy tiene 18 años todavía está vivo cuando llegue esa fecha. Carlos Jesús Fernández hace tiempo que camina bien al filo, hace piruetas en la cornisa buscando la muerte. Esta no es la opinión atrevida, mucho menos apocalíptica de esta cronista. Es el comentario generalizado que puede escucharse con distintos interlocutores del fuero de Menores, de quienes han tenido con él intervenciones profesionales, a lo largo de tantos años que estuvo bajo la tutela que preveía el patronato. Fue entonces cuando debió ser cuidado, protegido y que cuando se lo alojara fuera en un lugar donde tuviera el espacio físico y la atención que necesitaba por las características de su personalidad. Para quien a esta altura piense que esa inversión en Pelo Duro sería por el contrario malgastar los dineros públicos la respuesta es más simple de lo que parece: si Carlos Fernández pudiera construir otros recursos simbólicos que le permitieran ver, sentir, ejercitar la posibilidad de hacer otras cosas con su vida, otras que sólo aquéllas ligadas al adormecimiento del consumo de sustancias varias, por un lado, y de la violencia por el otro, el beneficio no sería sólo propio, sino todo un aporte a la seguridad de los vecinos, de esas personas que es lógico que tengan temor y a la vez estén cansadas de robos y agresiones.
El jueves pasado Carlos fue detenido, la primera vez desde que cumplió los 18 años, por la presunción de que había participado en el terrible asesinato de María Carrizo, la mujer de 31 años de su mismo barrio que concurría a su trabajo como empleada doméstica. La Justicia deberá dilucidar si Pelo Duro tiene que ver con el crimen o si, por el contrario, cada cosa que sucede en República de la Sexta, donde hay tantos 'Pelitos', le resultan acumulables. Está tan estigmatizado, sobre todo para la seccional de la zona, la 4ª y también entre los vecinos, que no hay posibilidad alguna que una comunidad lastimada, pero a la vez prejuiciosa y en cierta forma encarnizada, le dé una oportunidad. Pero lo peor es que esa misma comunidad no puede pensar, o poco de sus integrantes lo hacen, a quién corresponde la responsabilidad de crear y multiplicar a tantos 'Pelo Duro' en la ciudad, ya que hay muchos chicos que tienen el objetivo de poder emularlo.
Es bajo, delgado, casi esmirriado. Carlos Fernández es dueño de un verdadero carisma entre sus pares. De tez blanca y con algunas pecas parece de mucha menos edad que la que tiene. Habla poco, pausado y es naturalmente un seductor. Arrastra una vida y una historia muy dura, con padre ausente y una madre que como parte de los miles y miles de excluidos en esta sociedad hizo lo que pudo con sus hijos. Léase bien: lo que pudo y no lo que quiso o hubiera podido elegir y trabajaba para mantener su familia mientras Carlos quedaba al cuidado de sus hermanos menores. Muy temprano empezaron los problemas de conducta en las distintas escuelas por las que fue dando vuelta. A los 12 ya consumía distintas sustancias y se construía una personalidad compulsiva, extremadamente ansiosa, refractaria a los límites y en muchos puntos autodestructiva. Tal vez este aspecto, el de la autodestrucción, el de la no valoración de su propia vida, le impide adjudicarle entidad a cualquiera de las otras existencias. Un tiempo atrás, una junta interdisciplinaria evaluó la extrema complejidad de su caso y se expidió al decir que tenía dificultades de orden cognitivo que le habían acarreado y le acarreaban problemas en el aprendizaje escolar y hasta en el de oficios. Pero, por sobre todo, Carlos Fernández no tiene capacidad de simbolización, de abstracción y no incorpora tampoco aquellos recursos que tienen que ver con la inhibición, con el poder parar ante determinadas situaciones. La compulsión lo domina.
En estos días se repitió hasta el cansancio que tenía 30 causas con absoluta ignorancia por la Convención Internacional de los Derechos del Niño y de le Ley Nacional de Protección de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, que también le da el derecho a ser escuchado, a reclamar porque no se diga algo que no es y a que se pruebe si todos esos hechos contaron con su participación, o si viene tan bien tenerlo como alguien sobre quien cargar tantos sufrimientos sociales. Pero Pelo Duro tampoco tiene ninguna construcción acerca del mundo de lo jurídico como para reclamar para que se aclare su situación y se difunda con la misma dimensión e importancia si es que no resulta implicado en el crimen de Carrizo. Pelo Duro sirve. Le sirvió a los gobiernos desde que nació en los '90 y creció en la sociedad compuesta con una gran parte que cada vez se empobreció más, y otra más pequeña y endulzada que accedió a esas zapatillas y gorritas caras, que tanto le gustan (El acceso fue a mucho más que zapatillas y gorritas). Un dato grave: Pelo duro siempre resulta candidato a ser responsable...Tal vez tanto integrar listas alguna vez ponga en acto algunas de las acciones que siempre se le adjudican. Terrible, puede ser la acción contra otra vida. Y lo que es muy posible también es que, en cualquiera de las situaciones, se termine con la suya. Un final no sólo anunciado sino casi seguro.
Pero esta cronista que lo escuchó y vio en el infrahumano Instituto de Rehabilitación del Adolescente Rosario donde estuvo tanto tiempo sin más que mirar el techo, tirarse en la cama o ver algo de televisión, entre bailes de ratas y la inmundicia de baños semejantes a pozos ciegos, se pregunta quien se responsabiliza por el desgranamiento de su vida y por la de tantos otros chicos que después pueden transformarse en victimarios y ser ellos mismos aún más víctimas ¿Qué hicieron los gobiernos de Carlos Alberto Reutemann y de Jorge Obeid por los alrededor de 40 o 50 chicos en Rosario en situación de extremo peligro?, ¿Qué hicieron pensando en ellos cuando en 1999 habilitaron el edificio del IRAR que a sólo diez años de su inauguración mostró los horrores de su construcción más lo de las políticas que le pusieron adentro?. ¿No se pagará ninguna pena, precio, multa, juicio de los ciudadanos, con algo más que el voto, por semejante abandono de tantas personas? El gobierno actual se planteó otro camino pero sin duda -y sin desconocer la herencia que recibió-, debe apurar y profundizar el paso de políticas para este sector social para cuyos integrantes se escuchan voces pidiendo tanta dureza como no se la pide para los responsables de su existencia como tal, ni para verdaderos traficantes de la vida al estilo de Segovia.
Es cierto que con Carlos Fernández se intentaron otros recursos interdisciplinarios y terapéuticos en los últimos meses. Eso fue bueno, pero en un caso tan grave como el de este chico los esfuerzos pueden haber llegado tarde. Una gravísima anécdota: un niño de unos 13 o 14 años que había sido llevado a una comisaría por un robo le dijo a los policías "ya van a ver cuando salga Pelito, yo soy su amigo". ¿Líder. ícono?. Sólo un pobre, pobrísimo chico, no sólo de recursos económicos, en una comunidad también pobre, atormentada y sin posibilidades de mirarlo de otra forma que no sea la condena. El mirar de otra forma, vale la aclaración, no significa apañarlo ni justificarlo, pero sí exigir que los que como él no la han tenido, gocen de alguna oportunidad en la vida.
Sólo en Rosario, vale recordar algunos casos de aquellos para quienes esa oportunidad citada nunca existió: Heraldo Vera, el joven de la comunidad toba que dos jueces, el de Instrucción Luis María Caterina y el de Menores Juan Leandro Artigas, le perdieron el rastro y lo olvidaron en una penitenciaria de adultos, en Coronda; el de Sergio Morel y su compañero, matados por el repartidor de pan unos meses atrás; el de Néstor Salto, muerto en llamas por el descuido, la negligencia y el abandono en el IRAR. También el del chico que mató al quiosquero de La Paz y Entre Ríos en un hecho terrible. La propia vida, para ellos, no vale nada, pero dar vuelta esta suicida ecuación social que encuentra sostén político social, aportaría en mucho a la seguirdad. Y además cumpliría con un mandato que debería ser ineludible: los chicos no valen porque serán el futuro, deben valer por que son el presente.
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