Domingo, 13 de septiembre de 2009 | Hoy
Por Mirta Guelman de Javkin*
A veces me pregunto: ¿Por qué juzgamos tan distinto a los homicidas o suicidas de estratos sociales "altos" o "bajos", si todos compartimos las mismas pobrezas cerebrales? Porqué diagnosticamos, "brotes psicóticos" o "delirios" en unos y caratulamos los indelebles prontuarios, como menores delincuentes o asesinos, en otros? Ambos comparten un después "institucionalizante", con puertas de entradas a encierros físicos o farmacológicos y pocas salidas que permitan redactar proyectos de vida.
También habría que preguntarse, por qué nos ocupa tanto espacio, esta necrofilia o atracción por sucesos con muertos. La declaración más inteligente que escuché de las casi 200.000 referencias, que encontré el -día después-, en un solo buscador, al poner Estanislao Repetto; fue la de Daniel, el sacerdote del barrio, que entrevistado por una radio, apeló a la frase del premio Nobel Ilya Prigogine: "El aleteo de una mariposa en un extremo del continente, puede transformarse en huracán", para argumentar, que todos somos responsables y tenemos algo que ver con el multiasesinato. Prigogine también se preguntó ¿cómo pensar la ética y el equilibrio (mental y físico), en un mundo tan determinista? Es difícil, con un mercado que negocia estímulos violentos de la mañana a la noche y conquista o coloniza, tan fácilmente la conciencia de los que crecen.
Los ataques de ira o rabia, siempre nacen en el indomable cerebro reptileano, cuando bajan las defensas de la corteza frontal o se desconecta el cerebro izquierdo, como diría Sperry. ¿Cómo frenar, sublimar, simbolizar, representar o transformar los instintos primarios: hambre, sed o búsqueda de partenaire para copular, o los que todavía llamamos "secundarios": rabia, ira, miedo o pánico? al estilo de la "Ville Panique" de Paul Virilio. ¿Cómo poner en función la capacidad de hablar para preguntar y demandar, sin atacar ni atacarse la mente o el cuerpo, propio o de los "otros" significativos?
A la hora de Juzgar, debemos utilizar el gran angular, del enfoque transdisciplinario y ser honestos con lo que no sabemos. Todo acto violento, da cuenta de una borrachera de conciencia o de un cerebro lesionado objetiva o subjetivamente, pero sobretodo, de un medio ambiente discapacitante. Es distinto el comportamiento en estado de vigilia, alerta activo, que el estuporoso o letárgico, bajo el efecto de sustancias legales o ilegales, o atravesando un coma emocional, incapaz de responder a contenciones externas o internas.
Para evitar este tipo de tragedias, necesitamos conocer, reconocer y respetar más el cerebro de cada sujeto en crecimiento, que siempre depende de los alimentos, no solo proteicos, también de "tutores éticos" (Boris Cyrulnik) vivos o reales, que funcionen como padres, adoptantes adaptantes, sin necesidad de domesticar con premios y castigos, sin reclamar "puesta de límites" o encierros, en aulas y viviendas, semejantes a la cueva de Platón.
Para finalizar me pregunto, si tenemos derecho a dinamitar las fronteras de la intimidad, incursionando y opinando acerca de hechos como éste, no sólo del presente, sino también del pasado, que usamos y abusamos, volviendo a mencionar, a quienes padecieron circunstancias semejantes, sin darnos cuenta que abortamos sus proyectos y sus intentos, de transitar caminos nuevos.
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