Lunes, 26 de marzo de 2012 | Hoy
OPINIóN › SIETE DíAS EN LA CIUDAD
Las tensiones "naturales" entre Bonfatti y Binner. El enojo del gobernador por las críticas al gasto público en el marco del debate por la reforma tributaria; y las sospechas permanentes sobre una policía que no termina de ser parte de una solución integral para la inseguridad.
Por Leo Ricciardino
Se sabía que iba a pasar. Siempre pasa. Una vez que el subordinado despega, su mentor sufre una suerte de natural envidia por ya no ser y trata, por todos los medios, de seguir teniendo algún protagonismo. La política es mucho más cercana a la vida de lo que mucha gente cree. Es más, imita casi todas y cada una de las conductas cotidianas. Las del barrio, las de la oficina, las de la cancha, casi todas. Aunque no parezca.
El gobernador Antonio Bonfatti sabía que iba a pasar, porque siempre pasa. Sabía, en definitiva, que en algún momento de su gestión -más tarde o más temprano- iba a tener roces con quien lo eligió primero que nadie: Su amigo de toda la vida Hermes Binner.
Con más o menos condimento, trascendieron las discusiones entre el ex mandatario provincial y el actual. Lo mismo que cuando trascendían las de Carlos Reutemann con Jorge Obeid, aunque --es preciso decirlo-- por ahora los socialistas no han llegado a aquellos niveles de tensión. Aparentemente la principal imputación de Binner a Bonfatti pasa por trasladarle el malestar que han generado en algunos de los socios del Frente Amplio Progresista varios gestos de cercanía y hasta empatía entre el actual gobernador santafesino y la presidenta de la Nación.
"El gobernador representa la institucionalidad y está obligado a llevarse bien con la presidenta". Es una frase que todos repiten, pero no creen demasiado en ella. Si se rompen lanzas, se rompen lanzas y hay decenas de ejemplos para recordar. Uno imagina a Binner ante el reclamo --a manera de ejemplo e imaginario-- de Víctor De Gennaro, un sindicalista que primero se acercó a los Kirchner y que luego se transformó en uno de sus principales detractores. En una situación que es transferible a otros muchos dirigentes que por más que pregonan, tienen serias dificultades para integrar procesos que nos los incluye como protagonistas, sino como otros dirigentes más dentro de una opción colectiva.
El reclamo habrá sido más o menos así: "Somos la principal fuerza de oposición (en efecto Binner resultó el segundo más votado) y resulta que ahora tu gobernador es el niño mimado de Cristina". Para Binner habrá sido mucho y, sin duda, no alcanzó en esta oportunidad la teoría que lanzó el propio diputado oficialista Agustín Rossi. "Actúan como el policía bueno y el policía malo. Bonfatti, y está bien que así sea, tiende puentes con la Rosada para beneficio de los santafesinos que gobierna. Binner y (Miguel) Lifschitz, que hoy no tienen responsabilidades de gobierno, esperan que el avión de la presidenta despegue de Rosario para empezar a criticarla por todo. Así funciona", explicó el jefe de la bancada de diputados nacionales del Frente para la Victoria. Pero da la sensación de que si bien a veces puede ser una estrategia acordada, otras veces los límites se corren y alguno termina enojado.
Pero el fondo verdadero de la cuestión pasa por saber si verdaderamente Antonio Bonfatti y Hermes Binner tienen visiones y lecturas diferentes del peronismo en general y del kirchnerismo en particular. Porque también en la provincia puede verse un correlato de mayor diálogo al que antes existía. Es cierto que el actual gobernador está obligado a acordar por la inédita situación del PJ controlando ambas cámaras; pero hay otras señales que exceden ese marco de pragmatismo político.
La fiesta de la discordia
Esta semana Bonfatti perdió los estribos por primera vez desde que inició su gestión el 10 de diciembre. Ni el colapso energético del verano, ni la denuncia del nombramiento del hijo del ministro Antonio Ciancio, ni el prolongado conflicto con los docentes molestaron tanto al mandatario como las declaraciones de la diputada provincial del PJ María Eugenia Bielsa. Pero para ser más precisos, el disparador fue sumar un pedido de informe por los gastos para contratar a Vicentico y su banda a la negativa de la diputada Bielsa a votar una reforma tributaria si no se produce antes una "reducción del gasto público". Y ahí lanzó su frase: "No vamos a convalidar una reforma para que siga la fiesta socialista", dijo la diputada. Una aseveración que nadie en el peronismo se animó a repetir, aunque hay consenso sobre la necesidad de reducir el gasto corriente del Estado santafesino.
"Acá no hay joda", lanzó el gobernador en conferencia de prensa. "Todas las cuentas están publicadas y no pretendan iniciar una investigación donde no la hay porque los datos son accesibles para todos", recriminó Bonfatti por el pedido de informes del cachet que se pagó a los artistas contratados por el gobierno.
Más allá de la pirotecnia política y el desgaste al que el peronismo va a someter al socialismo a la hora de discutir la reforma tributaria; hay estudios serios en la oposición que revelan que la situación de las finanzas provinciales es mucho más grave de la que el Ejecutivo está dispuesto a admitir. Algo de esto, de problemas reales y concretos, comenzaron a verse esta semana con el reclamo creciente de intendentes y presidentes comunales que ya avisaron que no podrán hacer frente al incremento salarial de los municipales pactado en la paritaria en el 24 por ciento. Fighiera, Santo Tomé y Venado Tuerto aparecieron haciendo punta con los reclamos al gobierno y a la oposición para que acuerden medidas que puedan girar más dinero a las ciudades. En ese marco, el regreso de la tensión con el gobierno en torno al reparto del Fondo Sojero (unos 600 millones que llegan desde la Nación por la retenciones a la soja) tendrá un nuevo capítulo en estos días.
Con rojo en la agenda.
Si hay un tema que por estos días desvela a Bonfatti, es el de la seguridad. Puntualmente, el desempeño de la policía de Rosario para combatir la inseguridad. Y la cuestión parece ya haber pasado las críticas opositoras relacionadas con que "no hay manejo de la policía". Hoy la mayoría de la clase política ha caído en la cuenta de que la fuerza se tornó inmanejable. Que los negocios se multiplican y que los buenos policías bajan la cabeza para no hacer olas en torno a los corruptos que parecen ganar espacio día a día.
¿Cuatro salideras bancarias en unos pocos días? La pregunta ronda por los despachos oficiales con profunda sospecha. Los sectores más serios de la oposición exigen cosas puntuales al gobierno en la materia pero reclaman ser consultados porque saben que el tema es cada vez más delicado. Saben que es una bomba de tiempo para el que decida jugar políticamente con eso. En ese marco, una cosa es exigir que el gobierno acelere el nombramiento del civil encargado del control de los policías y otra muy distinta es pedir que se declare la emergencia en seguridad. La primera señala una tardanza que no puede esperar más. La segunda pretende que el gobierno diga públicamente que no sabe cómo afrontar el tema. Y eso no va a pasar.
Los cambios pueden ser inminentes o pueden llevar un tiempo y eso también inquieta a la fuerza. Todo escenario inestable genera espacios inciertos y situaciones peligrosas. Pero cambiar sin garantías tampoco suele ser una receta apropiada. El camino es muy fino y la lista de posibles jefes muy corta. Una cosa es segura, no se puede seguir sospechando de todo y esperando el puñal por la espalda.
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