Jueves, 8 de agosto de 2013 | Hoy
Por Sergio Zabalza*
Un escape de gas causó una espantosa explosión en pleno centro de Rosario. Como consecuencia de la catástrofe, sobrevino la tragedia: diez personas muertas, un largo tendal de heridos y el sombrío panorama que supone la desaparición de quince personas sumergidas bajo toneladas de escombros. Dado que un ala del edificio afectado se derrumbó y varias viviendas aledañas sufrieron considerables destrozos, decenas de personas quedaron, al menos por el momento, sin hogar: homeless en el corazón de la polis. Cuesta imaginar una situación que ilustre de manera más palmaria el inicial desamparo con que un sujeto llega al mundo. Ese abismo traumático que ningún cuidado ni acción específica puede zanjar.
Es que la muerte de seres queridos o la pérdida súbita del hogar junto con los objetos que conforman la escena cotidiana puede retrotraer a una persona a ese estado inerme con el que llegó al mundo. Carente de trabajo psíquico, el sujeto es presa del apronte que Freud describió para distinguirlo del movimiento acorde a fines: "O bien el desarrollo de angustia, la repetición de la antigua vivencia traumática, se limita a una señal, y entonces la restante reacción puede adaptarse a la nueva situación de peligro, desembocar en la huida o en acciones destinadas a ponerse a salvo, o bien lo antiguo prevalece, toda la reacción se agota en el desarrollo de angustia, y entonces el estado afectivo resultará paralizante y desacorde con el fin para el presente".
La sudoración fría, la respiración agitada, las palpitaciones, el nudo en la garganta o las descomposturas, son signos del apronte angustiado con que Freud describía "la última trinchera de la protección anti estímulos", la última estación antes del derrumbe subjetivo, agregamos nosotros.
Una polémica con Otto Rank le permitió sin embargo a Freud sostener que no hay trauma en el nacimiento, sino mucho después, cuando el sujeto cuenta con las representaciones necesarias para tramitar las huellas del exceso de estímulos suscitado en aquellos tempranos días. Decía: "Es innegable la presencia de cierto apronte angustiado en el lactante. Pero no alcanza su máxima intensidad inmediatamente tras el nacimiento para decrecer poco a poco, sino que surge más tarde, con el progreso del desarrollo anímico, y se mantiene durante cierto período de la infancia".
Vale destacar el valor clínico de esta salvedad, porque ese fondo de inexistencia sobre el que luego se inscriben las marcas del trauma propicia que, para cada sujeto, la tragedia tal como esta explosión, por ejemplo adquiera una especial y singular significación. Cuestión que diferencia el mero asistencialismo de lo que, en cambio, supone una intervención analítica en el campo de la urgencia subjetiva, a saber: escuchar la palabra del sujeto como resonancia y testimonio de aquel hueco esencial. Sólo así un episodio trágico puede tornarse en la oportunidad de un nuevo comienzo.
* Psicoanalista.
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