Dom 24.04.2016
rosario

OPINIóN › UNA DISCUSIóN QUE VOLVIó A CRECER CON LA REAPARICIóN DE CRISTINA.

Kirchnerismo y peronismo

El texto propone una reflexión sobre las narrativas con que ciertos sectores del peronismo apuntan a abjurar del kirchnerismo. El debate acerca de cuánto hubo de un supuestamente verdadero peronismo en los gobierno de Néstor y Cristina recupera intensidad.

› Por Juan José Giani

Estamos atravesando un tiempo en el cual el cuerpo político del kirchnerimo y su copioso bagaje simbólico vienen siendo encarnizadamente agredidos. Esta vulneración no se advierte sólo en los militantes que son despedidos de la función pública o en los periodistas afines que ven sus voces acalladas, sino además en la falsaria manera en que se sataniza su paso por el gobierno o en la utilización de las peores lacras del Poder Judicial para ligar arteramente los años transcurridos con la venalidad o el enriquecimiento ilícito.

Cada cosa merece su justa réplica. La lucha gremial deberá evitar que bajo la excusa de algún ñoqui que nunca falta se introduzca en el estado la arbitrariedad o la discriminación ideológica. El lavaje en los medios de comunicación de sentencias críticas tendrá que buscar auxilio en nuevos espacios que se habiliten. El debate sobre la herencia recibida deberá mostrar con sólidas cifras y argumentos que ningún gobierno desde 1976 a la fecha recibió un país tan razonablemente próspero como el que dejó la ahora expresidenta. Y en las ofensivas que emanan desde Comodoro Py es tarea fundamental no apañar posibles trapisondas pero sabiendo separar la paja sucia del trigo limpio de la mayor parte de los dirigentes del Frente para la Victoria.

Pero el punto que nos interesa en estas páginas es parcialmente otro. No el que refiere a las estratagemas mediante las cuales el macrismo procura arrinconar a la experiencia kirchnerista, sino a las narrativas con que ciertos sectores del peronismo apuntan a abjurar de esa misma experiencia. Sabemos ya que durante ciclo 2003-2015, el debate acerca de cuanto hubo de un supuestamente verdadero peronismo en aquellos tres gobiernos nunca perdió intensidad. Sea para legitimarse o para imputar, el recurso a la tradición formó parte de una controversia argumental que cruzó con virulencia la arena pública. Eso, claro, no debería sorprender, pues si algo caracteriza a los procesos relevantes y durablemente transformadores es vincularse amigable o traumáticamente con núcleos culturales o ideológicos que organizan la vida profunda de los pueblos.

Pues bien, tras los resultados del 22 de noviembre este despliegue polémico, esa operación interpretativa va adquiriendo un creciente volumen. Enancadas con oportunismo sobre los efectos disuasivos de una derrota, las clases dominantes y el poder imperial buscan pulverizar el legado del kirchnerismo, y en principio parecen ahora acompañados por algunas franjas del Frente para la Victoria en el común movimiento de separar a un peronismo civilizado (que sería sabio preservar) de su reciente versión más enfermiza (que urge extirpar).

Por lo demás, estas querellas resultan alimentadas por hechos históricamente palpables. Las invitaciones que en su momento Néstor y Cristina Kirchner lanzaron con la intención de conformar un frente político transversal, y el uso despectivo del término "pejotismo" para advertir acercas de las defecciones de ciertas dirigencias del justicialismo a la hora de comprender el rol que debían ocupar en el giro hacia la centroizquierda que ambos conductores alentaban, insuflaron envergadura a la controversia en curso. El kirchnerismo, ¿era la negación, la relectura o la superación del peronismo histórico? He ahí las alternativas que calentaron (y calientan) las pullas militantes. Veamos entonces. Afirmaremos para comenzar que el kirchnerismo es una recuperación selectiva del peronismo, entendiendo por peronismo aquello que ningún interlocutor avezado sensatamente recusaría. Esto es, la doctrina fundada por el General Perón y su traducción en los gobiernos que tuvo a su cargo.

Primera referencia básica. Se le ha cuestionado al kirchnerismo su desenfreno conflictivista, su propensión a sobreactuar los antagonismos provocando una funesta división entre los argentinos. Es cierto que el pensamiento de Perón está constantemente tensionado por dos principios explicativos de la dinámica política. Por un lado una dimensión comunitarista (de impronta aristotélica y spinoziana) que pretende establecer bases armónicas del convivir articulando el yo y el nosotros; y por el otro un ingrediente agonístico que le viene de su lectura de la filosofía de la guerra formulada oportunamente por Carl Von Clausewitz y Colmar Von Der Goltz.

Esa tensión, que en tanto constitutiva es en algún punto inerradicable, Perón la encauza presentando a la lucha entre voluntades contrapuestas como camino igualador, como mecanismo desestabilizador de jerarquías; y a la Comunidad Organizada como concordia por venir, como escenario utópico que contiene a los conflictos sin ser finalmente sobrepasada por ellos.

Cuestionar por tanto al kirchnerismo por su supuesta saturación dicotómica de la vida social es no sólo un incorrecto ejercicio conceptual, sino que parece olvidar las propias circunstancias del proceso 1946-1955. Una Argentina fracturada que culminó en un golpe de estado que hasta imaginó asesinar al Presidente depuesto. Es más, contraponer esa dramática coyuntura con el posterior abrazo Perón-Balbín y la tan mentada frase "para un argentino no hay nada mejor que otro argentino" oculta que Perón nunca dejó de pensar (y la historia posterior le dio trágicamente la razón) que permanecía agazapado un bloque oligárquico-imperialista dispuesto a usurpar nuevamente el poder, encadenar a la nación y asesinar a miles de de compatriotas.

En igual sentido, otros aspectos de la teoría y la práctica del General Perón estuvieron bien presentes durante el período 2003-2015. La unidad latinoamericana por ejemplo, concebida no como mero protocolo diplomático entre países que cohabitan un mismo territorio continental sino como interconexión combativa entre pueblos hermanos que padecen las consecuencias de un esquema geopolítico en el cual la acción imperial de los naciones del norte y la rapacidad del capitalismo financiero internacional propagan como receta para el progreso al ajuste neoliberal perpetuo.

Perón, alentó las primeras formas de lo que mucho después se llamaría Mercosur, anudando con Vargas e Ibañez lo que se conoció por aquel entonces como el ABC. Da vergüenza ajena escuchar a "peronistas" abominar de los vínculos que tejió la Argentina con Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa e invita a preguntarse si quienes lo hacen se detuvieron alguna vez a consultar algún libro de Juan Domingo Perón.

Por lo demás, la negativa que el propio Perón mantuvo para integrarse al Fondo Monetario Internacional, encuentra nítidamente secuela en la decisión primero de Néstor Kirchner y luego de Cristina Fernández de apartarse de la nociva influencia de dicho organismo, para nunca abandonar una política soberana de desendeudamiento y resguardo del mercado interno.

Pero atención, cuando decíamos recuperación selectiva apuntábamos a destacar también que muchas de las más gratas páginas del kirchnerismo son ajenas a las banderas fundacionales del peronismo. Cabe mencionar tres. En primer lugar, el matrimonio igualitario; gran logro institucional que recoge una problemática que hacia los años 40 aparecía notoriamente invisibilizada. La homofobia y la subestimación de las minorías sexuales cruzaban sin distinción tanto a los nacionalismos de cualquier tipo como a las izquierdas en sus distintas variantes.

En segundo lugar, la Asignación Universal por Hijo. Perón solía decir que "gobernar es dar trabajo", por lo cual quedaba drásticamente fuera de su óptica la posibilidad de imaginar un ingreso para la niñez que reconociese las limitaciones de una ciudadanía social plenamente inclusiva. Coherente con esa concepción, durante sus primeros años el kirchnerismo rechazó la implementación de la medida, hasta que perspicazmente advirtió que aún con altas tasas de crecimiento pervivía un núcleo de informalidad y pobreza estructural que debía con presteza paliarse.

Y en tercer lugar, la perspectiva anticorporativa del Frente para la Victoria, por cierto extraña a la visión del primer Perón. Y eso por dos razones. Porque muchas corporaciones relevantes (las Fuerzas Armadas, la Iglesia) lo apuntalaron en 1946, y además porque la crisis del pensamiento liberal progresista emanada de ambas posguerras alentaban hacia mediados de siglo XX las simpatías por el algún diseño de democracia funcional.

No ignoremos, por último, que algunas nociones de las que Perón fue un destacado precursor fueron muy tibiamente tenidas en cuenta durante el ciclo kirchnerista. La cuestión ecológica es tal vez la principal de ellas. Para Perón una clave para diagnosticar la crisis del mundo contemporáneo era la disociación entre el avance impactante del conocimiento científico y la justa distribución social de sus beneficios, siendo la depredación irracional de la naturaleza una de sus principales y más devastadoras consecuencias.

Es evidente que el kirchnerismo en su despertar tuvo un entendible perfil productivista, en un rotundo contexto de recesión e hiperdesocupación heredado de las crisis terminal del 2001; lo que no alcanza a justificar las insatisfactorias políticas públicas que lo caracterizaron en esa temática a lo largo de doce años y medio.

Multiplicidad y riqueza de un balance entonces. Fertilidad de un kirchnerismo que supo incorporar las más prestigiosas banderas del peronismo, que le agregó fructíferamente nuevos ingredientes que la irreversible mutación de los tiempos requería; pero también descuidos doctrinarios que sin embargo no empañan la tarea de abrevar en la tradición sin adormecerse en ella.

Mensaje final a dos bandas. A los peronistas que insisten en renegar del kirchnerismo, que se internen con más atención en la memoria que invocan. Y al kirchnerismo que pretende seguir vivo, que no se amuralle en su propia épica, pues para la época que viene seguramente ya no alcancen los pasados éxitos.

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