Lunes, 28 de junio de 2010 | Hoy
CIUDAD › UNA MULTITUD FUE HASTA EL MONUMENTO A FESTEJAR LA VICTORIA FRENTE A MéXICO
Las calles aledañas al Monumento se colmaron de autos con hinchas que llevaban banderas, la cara pintada, vuvuzelas y todo tipo de manifestaciones. Una señora blandió su cacerola, pero esta vez con alegría, y no con bronca como en 2001.
Por Pablo Fornero
"Que vamo' a salir campeones", se animó a entonar la señora. A su alrededor, la acompañaban seis mil rosarinos que inundaron el Monumento a la Bandera para festejar el triunfo de la selección argentina ante México, que la depositó en los cuartos de final del mundial de Sudáfrica. Apenas el árbitro italiano pitó el centro del campo, las columnas de hinchas empezaron a descender hacia el epicentro habitual para las celebraciones. Rioja, Córdoba y la Avenida Belgrano eran regadas, sin pausa, con los colores celeste y blanco que portaban los hinchas.
Camisetas, banderas, cornetas, gorros, bufandas, caretas, caras pintadas. Todo valía con tal de sumarse a los festejos. Algunos vendedores, los más osados, querían imponer la máscara de Hombre Araña. "Llegó la que estabas esperando", intentaba contagiar el hombre sin mucho resultado. A tono con la algarabía, a la guardia del Monumento poco le importó la unidad latinoamericana. Retiró la bandera de Chile de uno de los mástiles laterales y la reemplazó por la de Argentina. Para los que llegaron en autos, la consigna era contemplar a paso de hombre la fiesta. Hijos, nietos y suegras disfrutaron de un paseo poco frecuente para un domingo de invierno. Algunos fueron más allá y subieron a sus perros. Con sus ladridos, el caniche toy blanco parecía mostrar su disconformidad con la decisión del dueño de casa. Las bombas y las bengalas de fuego determinaban el centro de los festejos. Pero no eran muchos los que se animaban a ingresar al corazón. La valentía partió de un padre que, con un redoblante en la mano, les ordenó a sus tres hijos: "agarrados y en fila". A un lado, un mujer, más preocupado por el frío, le aseguraba a su marido: "te metés ahí y perdés el lugar".
"El que no salta es un inglés", motivaba porque combatía las bajas temperaturas. Pero el "Que de la mano de Maradona..." lograba contagiar a todos, incluso a los que contemplaban la escena desde el Parque a la Bandera. Revival del 2001, una joven madre le daba duro a la cacerola, ahora con alegría y no con rabia. Ya no pedía la unión con los piqueteros, ahora sólo le interesaba festejar con su familia. Alberto, más humilde, le daba palazos a una ya castigada lata de galletitas dulces.
La tardecita se plagó de personajes que se hicieron notar entre la gente. Como el pibe que adornó su sombrero mejicano con papel higiénico. O la travesti que la semana pasada fue invitada por el Secretario de Comercio de la Nación, Guillermo Moreno, a entregarle un ramo de flores a la presidenta en el acto del Día de la Bandera. Anoche prefirió ponerse un portaligas y una diminuta remera con los colores patrios. Se paseaba con una copa del mundo de plástico entre los autos.
Dudaba el padre de comprarle a su hijo la vuvuzela criolla. Ya lo había vestido con la camiseta de Messi, pero el entusiasmo por la victoria daba lugar a responder a todos los pedidos. Mientras, el vendedor buscaba cambio de cinco. Ilusionado le decía a su mujer: "Con Alemania la vamos a romper". "Es a la mañana y va a hacer calorcito, acordate lo que te digo", se animaba a pronosticar.
Los bocinazos y los petardos seguían escuchándose hasta una hora después del término del partido. A esa altura algunos emprendían la retirada. Se encontraban con las paquetas señoras que se iban de la Catedral, que con caras de susto apuraban la marcha y evitaban caminar por la oscuridad de la plaza.
A la hora del partido, las calles desiertas dimensionaban la pasión que pusieron los rosarinos. Las casas y balcones embanderados graficaban el entusiasmo por el presente del equipo de Maradona. Una hora antes del comienzo del partido, los pocos bares abiertos en el centro ya estaban colmados. "¿Mesa para cuatro?", preguntaba ingenuo un joven mientras maldecía no haber llegado más temprano. "Me queda la barra", era la respuesta del patovica devenido en acomodador.
Los hinchas sufrieron con los embates del equipo mejicano, pero gozaron con el gol de Tévez y se desahogaron con el de Higuaín. Con más tranquilidad, disfrutaron el segundo tiempo mientras el comentarista de la tele prefería dedicarse a los chismes y dejar a un lado la táctica y la técnica del partido. Ahora se viene Alemania. Y seguramente los rosarinos prepararán el cotillón para los festejos durante toda la semana. Rosario, como todo el país, vivirá un sábado especial. Los que estuvieron ayer en el Monumento esperan verse las caras nuevamente en cinco días.
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