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Miércoles, 16 de febrero de 2011

CIUDAD › TESTIMONIO DE JOSEFINA GONZáLEZ, QUE PADECIó EL CAUTIVERIO SIENDO NIñA

Una sucesión de pérdidas y búsquedas

Entre tantas historias siniestras que día a día se ventilan
en las audiencias de la causa Díaz Bessone, la de Josefina
-madre asesinada, padre desaparecido- es todavía sorprendente.

 Por Sonia Tessa.

El terrorismo de estado diezmó la familia y amputó una parte de la vida de Josefina "la Tana" González, aún antes de nacer. Su padre, Dardo José Tosetto, fue secuestrado el 9 de diciembre de 1975 y continúa desaparecido, frente al hospital Español. Entonces, su mamá Ruth González estaba embarazada y arriesgó la vida para avisarle a la familia de su compañero. En febrero de 1976 nació ella, a quien su mamá le dijo "La Tanita", durante los cinco meses que pudieron compartir. El 19 de julio de 1976, la patota secuestró a Ruth y sus dos hijas: Mariana, de tres años y ella, de cinco meses. En el mismo allanamiento cayó Pedro Paulón. Ruth, que era muy buscada, se escudó en una identidad falsa: Dolores Aguirre. Así pasó por el Servicio de Informaciones, donde también estuvieron secuestradas las dos niñas, que luego fueron apropiadas por guardiacárceles. Ruth todavía los represores no sabían de quién se trataba fue llevada a la Alcaidía, adonde la patota la buscaba periódicamente para interrogarla. Simulaba trastornos mentales, mientras sufría por el destino de sus hijas. Entre tantas historias siniestras que día a día se ventilan en las audiencias de la causa Díaz Bessone, la de Josefina es todavía sorprendente. Siendo una niña muy pequeña y ya recuperada por una tía abuela que se encargó de criarla , debieron extirparle el baso, producto de un golpe muy fuerte sufrido cuando tenía cinco meses.

Ese golpe, según consta en la elevación a juicio oral de la causa, se lo propinó el entonces interventor de la policía rosarina, Agustín Feced, para presionar a su madre, que aún así mantuvo silencio. El 23 de septiembre de 1976, Estrella González hermana de Ruth y su pareja, Héctor Vitantonio, también fueron secuestrados en su casa, donde estaban con su beba, Clarisa, de 10 días. La patota dejó a la niña al cuidado de unos vecinos.

Por esos días, a Ruth la sacaron de la Alcaidía en taxi, con dirección desconocida. Ya sabían quién era. Se presume que la tuvieron un tiempo en el centro clandestino de detención La Calamita. El 5 de octubre aparecieron los cadáveres de Ruth, Estrella y Héctor en la avenida de Circunvalación. Josefina pasó gran parte de sus 34 años intentando armar el rompecabezas familiar en el que faltan cinco piezas, ya que su abuela, Amorosa Brunet de Gonzalez, también está desaparecida. Y otra de las hermanas de su madre, María de las Mercedes, estuvo presa desde septiembre de 1975 hasta 1979. Todos eran del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).

El familiar que reconoció los cuerpos de su mamá y su tía le contó que Ruth estaba desnuda y Estrella con el camisón con el que fue secuestrada. El supuesto enfrentamiento fue publicado en los diarios, y entonces la hermana de su abuela Amorosa comenzó a moverse para recuperarla a ella y a su hermana. Mariana fue restituida un mes después. Con Josefina fue un poco más difícil, recién pudo recuperarla en mayo de 1977.

Ayer, Josefina se sentó frente al Tribunal Federal Oral número 2 y contó la sucesión de pérdidas y búsquedas que forman parte de su historia. Habló con un tono suave, pausada, sin ceder a la emoción. En un momento, contó que todos los años publica el recordatorio de su padre en Página/12, y gracias a eso algunos compañeros de facultad de Tosetto, que estudiaba Ciencias Económicas, le dieron algunos datos. "Tengo seis fotos de él", dijo sobre lo que constituye un tesoro. Les dijo a los jueces que está a la espera de su filiación paterna, para así llevar su nombre real. "No pudieron sacarme la sangre ni la historia", expresó.

Cuando tenía 7 años, Josefina empezó a tener pesadillas. Soñaba que la perseguían, sentía un brazo a la altura de la panza. Una psicóloga le aconsejó a su tía que le contara la verdad, porque hasta entonces creía que la familia había muerto en un accidente. Como la tía Judith no podía hablar de lo ocurrido, fue su hermana Mariana, apenas tres años mayor, la encargada de decirle que a sus padres los habían matado porque "pensaban distinto y lo habían dicho". El impacto subjetivo fue perdurable. "Hasta el día de hoy me cuesta hablar delante de gente que no conozco", les dijo ayer a los jueces.

La reconstrucción de su identidad tuvo un primer hito cuando tenía apenas diez años, al encontrar en la biblioteca familiar una partida de nacimiento, donde figuraba el nombre de su mamá, pero no así el del padre, que estaba tachado. Tres años después comenzó la investigación, a través de Lelia Ferrarese.

Del paso de Ruth por la Alcaidía hay numerosos testimonios, ya que compartió cautiverio con muchas testigos, entre ellas, con Lelia que también declaró ayer. A Lelia le regaló una miniatura tallada en hueso y le dijo: "Vos vas a salir de ésta, estoy segura. Por favor, no te olvides de mis nenas".

Uno de los pocos objetos que la Tana tenía de su mamá era una despedida, en forma de libro de cuentos, que les había hecho en la Alcaidía. El 30 de diciembre de 2009, la Tana sufrió un atentado en el domicilio, y sólo se llevaron los objetos que pertenecían a sus padres, de altísimo valor simbólico y afectivo para ella, pero ningún valor material. Entre ellos, aquel libro, que ella había tenido la precaución de escanear. Por ese atentado no hay ningún acusado o detenido.

Del padre fue más difícil encontrar datos. Estaba a punto de cumplir los 15 años cuando conoció a sus abuelos paternos, que eran de Brikman (provincia de Córdoba). Ellos le llevaron algunas fotos y supo que era muy parecida, bastante antes del análisis genético que dio 99,999 por ciento de compatibilidad. La primera imagen de su padre la había tenido poco antes, cuando vio una foto del carné de la biblioteca Argentina.

Tenía 20 años, en 1996, cuando pudo saber algo más sobre su madre. Formaba parte de la organización Hijos y buscó datos entre las compañeras de detención. Le costaba preguntar entre las pocas personas de su familia que continuaban vivas, porque era remover un dolor profundo. Su tía Judith, por ejemplo, no podía hablar de la masacre familiar sin llorar. "A mí me daba un poco de culpa preguntarles", dijo ayer frente a la demudada presidenta del Tribunal, Beatriz Baravani de Caballero.

Josefina pudo saber que su madre era "una persona muy fuerte, muy entera, que hizo todo lo posible para bancarse todo". Cuando terminó de contar su historia, dijo que sigue "creyendo en que la Justicia funcione, que esta es la manera de hacer un país más justo".

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Josefina con Lelia Ferrarese, otra ex detenida.
Imagen: Gentileza Graciela Borda Osella
 
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