¿Cómo reciclar tanta tristeza, cómo entender que ya no habrá expectativa y ansiedad esperando ése, el próximo partido? Cientos, cientos de miles de rosarinos, poco antes de las 15 de ayer se hicieron esas preguntas, en medio de un desconsuelo general incomparable con cualquier otro fenómeno colectivo. La expectativa que había generado la selección nacional solo puede encontrar antecedentes cuatro años atrás y solo se podrá repetir dentro de cuatro años, en el próximo encuentro pautado en continente africano.

Después del silencio profundo que mostraron las calles de la ciudad durante casi tres horas (apenas interrumpido por los gritos en sordina que surgieron desde los interiores a los pocos minutos del segundo tiempo -gol de Ayala mediante- y por el murmullo doloroso de la serie de penales), la actividad habitual se reanudó, aunque ya nada fue igual que antes de las doce del mediodía.

Algunos adolescentes, casi como un acto reflejo que venían trayendo de cuatro oportunidades anteriores -primera fase más octavos-, llegaron hasta el Monumento a la Bandera. Allí cumplieron con el rito de agradecer-a-nuestros-jugadores-que-pusieron-todo, y se reunieron en número de doscientos para hacer el aguante final, el que deberá esperar un largo tiempo hasta volver a repetirse.

Unas cuadras mas allá, en la zona de Pellegrini y Sarmiento, uos pocos matizaron la bronca reflotando el eterno enfrentamiento entre canallas y leprosos, aunque la cosa no pasó de una reyerta callejera sin mayores consecuencias.

Para el después poco queda, solo el reconocimiento a un grupo de futbolistas que fueron portadores de una ilusión colectiva. Y la eterna discusión que ganará las rondas de los bares y las sobremesas familiares, respecto a qué fue lo que falló y, otra vez, quién es el nombre indicado para dirigir a la albiceleste en los próximos cuatro años. Sudáfrica, allá vamos.