Domingo, 26 de octubre de 2008 | Hoy
SOCIEDAD
Por Juan Giani*
¿Las urgencias históricas enriquecen u obnubilan las tareas reflexivas? ¿Las cercanías del mundo teórico con el drama de los pueblos arrojan resultados conceptuales potentes o desvirtuados? Sobre este dilema sólo parecen caber dos respuestas. Aquella que supone que una idea se torna fecunda al momento de evitar su aislamiento del contexto que en definitiva la explica, y aquella otra que imagina que el apartamiento del vértigo de las circunstancias facilita el sosiego del mejor pensar. O una subjetividad que al involucrarse se vuelve más incisiva o una objetividad que al plasmarse nos brinda un conocimiento más fidedigno de las cosas.
Bien podría decirse que suena ilusorio negar que toda teoría alberga un subsuelo de historicidad. Esto es, aún quienes procuran distanciarse de lo que su presuroso tiempo les reclama ya han sido de alguna forma permeados por aquello de lo que recelan. Las doctrinas transpiran presente aún cuando se pretendan inmunes a él.
Aceptado esto, cabe reconocer que no es equiparable un contexto que va implícito con una reflexión decididamente entremezclada con el acontecer público. En el primer caso la escurridiza politicidad debe dificultosamente detectarse; en el segundo se vuelve constitutiva de los méritos o defecciones del pensador del que se trate.
El caso de Perón es particularmente relevante, casi irrepetido en la historia contemporánea de América Latina. Tal vez con la solitaria compañía de Domingo Faustino Sarmiento, Ernesto Guevara o Víctor Raúl Haya De la Torre, ubicamos allí la avasallante combinación de un hombre que protagonizó una radical transformación de las trincheras políticas argentinas y que, simultáneamente, consideró imprescindible dotar a su desempeño de un frondoso instrumental argumentativo.
Esa atractiva simbiosis ha suscitado atención pero también acarrea dificultades. Por una parte, testifica las arrasadoras maneras en que el entramado de la vida popular y la filosofía práctica organizan durablemente el derrotero de las naciones; pero por la otra genera suspicacias y reluctancias de los espacios académicos, que han visto en las sentencias de Perón mera adecuación oportunista de su palabra a la incesante mutabilidad de las situaciones.
En igual sentido, el dictamen doctrinario parece tornarse aceptable sólo si se respeta la posterior coherencia con los hechos. Al político-intelectual se le pide más que al estudioso de gabinete. Sus incursiones en los vaivenes de la realidad exigen que no diga una cosa para después hacer otra en apariencia distinta. Al Presidentepensador se le demanda la recta correspondencia entre la proclama libresca y la medida efectivamente tomada.
Entre la impostergable canalización de la atención y la equitativa circulación de las suspicacias se han realizado estas Jornadas, donde distinguidas voces han brindado esmerados aporte. Todos ellos confirmatorios de la pertinencia del evento. Sorprende que las universidades rehuyan el abordaje de aquello que todo el tiempo interviene en el curso de la locuaz realidad que las circunda. Enigmática, pertinaz e influyente la textualidad indeleble de Perón encuentra finalmente un lugar que la recibe sin homenajearla rutinariamente ni denostarla por prescindible. En buena hora.
*Licenciado en Filosofía. Ex concejal de Rosario.
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