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Domingo, 5 de abril de 2009

CIUDAD › OPINIóN.

Adolescencia criminalizada

 Por Alicia Simeoni

El caso de Claudio A. hace pensar en la falta de interés de los gobiernos nacionales y provinciales durante años por abordar el problema de los problemas, el de la exclusión, que también en este caso es la llaga más dolorosa sobre el cuerpo del chico y de su entorno familiar. Con 17 años, Claudio tiene aprobado sólo 2º año, un dato para que tomen nota los niveles de responsabilidad estatal, por si todavía siguen montados en aquellos índices que hablaban de un analfabetismo no muy alto para la provincia de Santa Fe.

-¿Y por qué fue sólo hasta 2º año?, preguntó este diario a Raúl y a Zulema.

-Y, vió cómo son los chicos. Iba pegando pataditas a la mochila. Por allí un día decía que no tenía ganas y se quedaba y así fue dejando.

Raúl se apura a aclarar que el joven ya tiene el banco reservado en 3º año de la Escuela 6018 "Victoriano Montes" y que este año concurrirá. Claudio no abre la boca. No dice que sí ni que no. Cuando se le pregunta qué quiere hacer hora, lacónico como en toda la charla, dice "Ir a trabajar con mi abuelo". Raúl se esmera por mostrar las habilidades-inclinaciones de Claudio: "El es bueno para soldar y para la mecánica. Tenía una Zanellita que le había regalado la madre, la desarmaba, la arreglaba, es muy inteligente".

El grupo familiar completo es víctima de la exclusión, de la indiferencia del Estado nacional desde hace muchas décadas para tratar con su deuda interna. También del Estado provincial que en los tantos años de democracia no hizo absolutamente nada para mejorar la situación de los mayores desposeídos. Seguramente esta aseveración causaría o causará la indignación de hombres como (José María) Vernet, (Víctor) Reviglio, (Carlos) Reutemann y el último gobernador justicialista, (Jorge) Obeid. Ningún humanista, aunque reiterados halagadores de las cuentas de la provincia, de las reservas que dejaban y de lo bien administrada que estuvo. El gobierno del doctor Hermes Binner tiene la oportunidad de diferenciarse con fuerza, de que su voz reclamando políticas nacionales para estos sectores, se escuche más fuerte y que ponga en marcha todo lo que puede la provincia.

Por los casos como los de Claudio A., por la ausencia de intervenciones interdisciplinarias en una familia con estructura y deterioros complejos como la citada, hay que seguir hablando del IRAR, todas las veces que sea necesario hasta que el aparato burocrático del Estado reaccione con sensibilidad pero con eficacia. Y con un toque más de glóbulos rojos. Y algo más, que se comprometa en explicarle a esa parte de la sociedad perezosa y mediocre para todo lo que se relacione con la reflexión, de dónde surge la inseguridad que desespera, que agobia y que hace que se repitan, como slogans, los pedidos de cárceles, de encierro, cuando no de pena de muerte. Y todo esto sin que se pueda mirar sólo unos días más adelante, cuando aparezcan otras, ya casi cuartas generaciones de excluidos, sin cultura de trabajo, de educación, de ejercicio ciudadano. El de Claudio A. es un clarísimo ejemplo de la pobreza, de la adolescencia criminalizada pese a la ley 26.061 y su correlato provincial. Fue el macabro IRAR que más allá de una voluntad individual casi se cobra otra vida, como ya lo hizo con la de Néstor Salto, cuando tenía la misma edad que Claudio.

Las zapatillas..., un elemento identificador de la época. ¿Por qué no habrían de gustarle a los hijos de la exclusión si vuelve locos a los de quienes puede acceder a ella? Parecen ser uno de los elementos con los que, quienes no tienen nada, sienten que se acercan al universo donde sí hay posibilidades.

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