"Ustedes vieron que cumplir años es lo más fácil del mundo. Bueno, yo conozco una nena que una vez, no pudo". Graciela Montes cuenta, ahora ya sin leer, el cuento de "Las velas malditas". Al lado, una flacuchita de minifalda junta bolitas de telgopor y las pone en fila, mientras musita los nombres propios y las interjecciones de ese cuento que se sabe de memoria. Adelante, una rubia con una remera a rayas con lentejuelas la mira anonadada mientras se rasca la nariz, por dentro. Más allá un chiquitín intenta espantar en vano al sueño, pero la comodidad del puff lo vence y finalmente se entrega a los brazos de Morfeo. A su lado, una nena se indigna con una señora gorda a la que le suena el celular. ¡Qué irrespetuosa! le dice a las amigas, con un gesto seguramente calcado a alguna maestra. En el centro de la sala, repleta de gente, un grupo de chicos sordos sigue las alternativas del cumpleaños frustrado de Lulú a través de la traducción que con infinito cariño les hace su seño. Ajeno a la lectura, un enano que apenas camina insiste en perseguir la cola del ratón escritor, Gerónimo Stilton, que sin percatarse del acoso se pasea entre los stands llenos de libros, luciendo su impecable frac verde botella.