Domingo, 23 de enero de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › LA CABEZA TRABAJA EN LAS LARGAS HORAS DE ENCIERRO
Por Lorena Panzerini
"Hacemos rutina de ejercicios todos los días en el pabellón o en el patio", contó Tato, de 18 años, a Rosario/12. Es uno de los pibes alojados en el Instituto de Rehabilitación al Adolescente de Rosario (IRAR), y aseguró que "moverse ayuda a descargar la bronca; y a dormir más tranquilos para no tener que tomar la medicación". Por su parte, los acompañantes juveniles aseguran que la política del instituto no es medicarlos, sino darles otras posibilidades. "Hace un par de años atrás, había mucha autolesión, era un desfile constante a la enfermería, y se les daba la medicación porque corría peligro su vida", comentó uno de los acompañantes. Si bien más de una vez hubo superpoblación en el lugar, de Saavedra y Cullen, actualmente hay 38 chicos alojados allí por problemas con la ley penal.
La gimnasia no es la única manera de estar ocupado, otra forma de despejarse, es sumarse a todas las actividades que propone el Irar, y enero no fue la excepción. "Venimos al taller de Fabricio (Simeoni), a teatro, a yoga, cocinamos pizza y ñoquis", contó Leonel. Además, Tato y Leo participan del taller de carpintería. "Ya hicimos una repisita", contaron. De todos modos, aseguran que enero "es duro", porque la feria judicial "hace más largo el tiempo de espera" para los procesados.
Los chicos están adentro, pero también hablan del afuera, y de quiénes los esperan. Para Tato, el mejor día de la semana es el lunes. "Salgo a ver a mi mujer y mi hija de seis meses, que viven en Fray Luis Beltran", comentó. Tato es alto, tiene aritos en la cara y habla pausado. También contó que antes se cortaba mucho en las piernas, donde todavía quedan marcas que hablan sobre ese autoflagelo. Maxi también tiene una mujer embarazada de ocho meses. Esperan un varoncito, y el futuro padre se entusiasma con llevarlo por el camino del fútbol.
El encierro no les gusta. Pero entienden que tocaron fondo. "Nos damos cuenta que no era vida lo que teníamos afuera, que robar y robar para ir preso no nos soluciona nada, y nos dan ganas de salir a trabajar y tener lo nuestro, y estar bien con la familia", reflexionó Leo, y bajó la mirada, como avergonzado. Tato no se quedó atrás: "Sabemos que estando afuera hicimos sufrir mucho a la familia. Ahora sabemos lo que es el dolor. Estar distanciado de lo que uno quiere. Nos dan ganas de hacer las cosas bien". Gonzalo agregó que él quiere salir "y darle una alegría a la familia. Ya demasiado hicimos la cosas mal".
Y en ese sentido proyectan: "Quiero salir y terminar la escuela secundaria", dijo Tato, que le quedan dos años para recibirse. "Yo quiero andar bien en la calle y trabajar", señaló el futuro papá; y agregó: "Cuando salgamos de acá tenemos que devolverle todo a la familia. Ser el niño que ellos querían, y no lo que nosotros teníamos pensado".
Los sueños también los mantienen esperanzados y los ayuda a esperar y ser pacientes, aunque todos los días es más difícil. "Yo sueño con empezar a estudiar con mi papá. Nos anotamos los dos juntos para empezar un curso de biodiesel, en febrero, y espero poder hacerlo", contó Tato. "Yo sueño con una casa de algarrobo", dijo Leonel, porque está aprendiendo carpintería. "Mi sueño es irme con mi mujer y mi hija a una isla, los tres solos", dijo Tato, que ya proyectó otro pensamiento para su futuro.
Adentro del SUM del Irar, los chicos se entusiasmaron con la charla y con contar una vez más su vida, y se sienten libres por un rato. Ese día tenían un taller de hip hop, en el espacio con Fabricio Simeoni. La música empezó a sonar y los pies se les movían al ritmo de la melodía. Bailar también los convierte en pájaros, al menos por un rato.
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