Sáb 07.11.2009
satira

Hoy Sátira hoy

› Por  Rudy

Hay ciudades que tienen piquetes, otras tienen peajes; otras, baches, otras tienen tooodo el tiempo (sobre todo si va a haber elecciones municipales pronto), carteles de “Hombres trabajando” por toda la ciudad y sus alrededores (inclusive algunos trabajan de poner ese tipo de carteles). Otras tienen manifestaciones populares, mediáticas, e incluso de terratenientes. Otras tienen procesiones religiosas, sindicales o mixtas. Algunas tienen carriles que cambian de sentido a determinado momento del día sin previo aviso. Túneles a ser inaugurados aunque no estén terminados (para ganar prestigio político si fuera posible –que lo es– ganar prestigio inaugurando algo que no funciona ni funcionará jamás si no lo terminan); ciudades que tienen piedras fundamentales de obras que jamás se realizarán. Otras tienen presupuestos acordados y gastados para proyectos tan faraónicos como utópicos (ya que necesitaríamos estar en el antiguo Egipto para tener el desierto y los esclavos necesarios). Otras tienen sueños que se proyectan hacia la realidad bajo la forma de grandes carteles de “Aquí se levantará el Monumento al Gil a Cuadros”, o similar).

Cada ciudad tiene su propio Sistema de Desorganización de Tránsito, su Secretaría de Derroches y afines, su Plan de ejecución de obras aleatorias. De los nombrados en esta nota, estimo que Buenos Aires los ha tenido todos, simultánea o sucesivamente, pero todos.

Lo que nunca tuvimos es un Muro como el de Berlín. Es cierto, hay mucha gente que no ha cruzado jamás la avenida Rivadavia (hacia el sur, desde el norte) porque cree que de verdad allí hay un muro, y que si cruza no va a poder volver a su barrio nunca más. De verdad hay quien cree que, de Rivadavia para acá (Página/12 queda del lado sur) existe un extraño muro virtual, que rige otro sistema político-económico, que la gente se viste diferente, habla otro idioma, ve otras películas, y no come rúcula.

Nada de esto es cierto en la realidad, aunque a veces sí, incluso, teniendo los mismos gobernantes, a veces parece que fueran dos gestiones diferentes, una para el sur, una para el norte.

Pero hoy no vamos a hablar de Buenos Aires. Hoy estamos históricos, internacionales, ideológicos (y alguna otra “i” que ya se nos va a ocurrir).

Porque estamos recordando hechos concretos, tan concretos como los ladrillos y el cemento. Hace cerca de 50 años, los berlineses se encontraron con que para cruzar de una zona a otra a otra de su ciudad no había que esperar, digamos unos 20 minutos en la hora pico, sino unos 28 años.

Sí, hay gente que quiso cruzar la avenida en 1961 y recién logró hacerlo en 1989. ¡Por más Alemania, Primer Mundo y tecnología que nos quieran vender, eso es lo que pasó! Acá por mucho menos renuncia el subsecretario de Algo! Pero ahí lo tomaban con naturalidad germánica (como quizás antes tomaron el nazismo) y se iban a tomar unas cervezas mientras “el tránsito se descongestiona”. Eran tiempos de utopías, aquellos en los que la gente creía que el tránsito se iba a descongestionar. Además, no había Internet ni globalización, y la gente en algo tenía que creer. Las redes sociales no eran sociales sino reales (de hecho, se hablaba de “socialismo real”, que algunos también “utópicamente” entendían como que en el socialismo todos vivirían como reyes, porque en esa época muchos creían en que los Reyes Magos –o los “camaradas reyes magos”– repartían bienestar para todos, y en el que “El Partido son los padres”).

Pasó el tiempo (qué cosa, siempre pasa el tiempo), y en el ‘89 dicen que el Muro se cayó; otros dicen que lo tiraron abajo; otros, que nunca existió; otros, que sigue existiendo, pero es virtual. Pero la realidad es que... donde estaba, no está más. Hay quien afirma que con el Muro se murieron las ideologías. Otros, que no se murieron, las mataron. Otros, que están escondidas, que son fantasmas, que no están, que ya nunca volverán, que se vayan todos, que sí, que no... Nosotros recordamos, de la manera que sabemos, o creemos saber, hacerlo, con chistes.

Hasta la semana que viene, lector.

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