Sábado, 9 de marzo de 2013 | Hoy
Por Rudy
Este podría ser, lector, un suplemento triste. La muerte siempre nos pone tristes, y cuando además se trata de alguien que cambió (para mejor, claro, porque hay cada cambio que mejor no hablar, ¿no?) el rumbo de un país y, podríamos decir, de un continente (sí, ya lo sabemos, no fue “ él solo”, nunca es uno solo, ¿eso también lo aprendimos, no?), la pérdida nos duele más.
Dijimos, en esta misma columna a fines de octubre de 2010, cuando falleció nuestro ex presidente Néstor Kirchner:
Porque algo pasó. Y quiero decirlo con claridad: algo “nos” pasó. O más claro aún: “Alguien” nos pasó.
...usted, nuestro lector, nuestra lectora, es alguien que piensa. Y suele pasar que la gente que piensa necesita, desea, extraña a “la otra gente que piensa”, aquellos que proponen cambios, que amplían los paradigmas (o sea el conjunto de las situaciones posibles).
El debate no ha terminado. Néstor Kirchner no cerró ese debate, pero lo abrió. O al menos ayudó a abrirlo.
...la tristeza por la muerte, pero también, en algún lugar, el recuerdo de su vida, de su vitalidad, de ese hombre, “que supo abrir la puerta para ir a pensar”.
¡Cuántas, de estas palabras, se aplican perfectamente al presidente venezolano Hugo Chávez, fallecido hace 4 días, luego de 14 años de mandato y transformación de su país, y nuestro continente!
Junto con Néstor, Cristina, Lula, Correa, Evo, Dilma, Lugo, Pepe Mujica, produjeron, producen, un profundo cambio en Latinoamérica. Que los catapultó a la historia. Que hace que millones de personas los reconozcan cariñosamente por su nombre.
Y más allá de los resultados (todo sigue, nada ha terminado), lo que intentan es “abrir” –¿abrir qué, se preguntará usted, me preguntaré yo, nos preguntaremos nosotros?–. ¡Abrir la neurona, abrir las posibilidades, abrir las puertas de la salud y la educación a quienes durante décadas las vieron cerradas, o “abiertas, pero no para ellos”, con tremendos patovicas en las puertas que, quizás en inglés, quizás en castellano, les dijeron: “Vos no entrás”.
Y lo más maravilloso: Abrir sin echar a nadie.
Si alguien recuerda Latinoamérica de fines de los ‘90, o del nefasto 2001, entiende de qué estoy hablando. Si alguien recuerda las colas en las embajadas para ir corriendo a... la isla de Pascua, Nigeria, Ruanda, cualquier lugar en el que acepten patacones, lecops o promesas como parte de pago.
Si alguien recuerda a los miles de argentinos que iban a buscar trabajo a las casas de cambio, donde se ganaban el pan con el sudor de su cola, porque eso es lo que se hacía, cola para comprar-vender billetes verdes que todavía no eran blues. O guardarle el lugar a otro, por unos módicos centavos.
Si alguien recuerda a los ahorristas y su consigna revolucionaria “quiero mis dólares”, sabe a qué me refiero.
¡Claro, me dirá usted, pero... esto era en Argentina!, ¿qué tiene que ver Chávez, o Venezuela, con este asunto?! Yo le podría contestar ¡Y yo qué sé, yo soy humorista, no politólogo! Pero no voy a hacer eso, me voy a jugar. Por usted.
Mire, lector, resulta que para producir los cambios que se producen a veces (piénselo en la propia vida, que es igual), hace falta sentirse acompañado, tener con quién consultar, quién te dé una mano, a quién pedirle un consejo, o un mate, o un abrazo o un “tranqui que vamos bien”, en momentos de zozobra, o como dice el viejo chiste, en los de fafalta.
Y en esto tuvo mucho que ver Hugo Chávez, desde que asumió y, como se dice, “sacó a Venezuela del Caribe y la metió en Latinoamérica”. Desde aquel encuentro en Mar del Plata 2005, en el que dejamos de ser “el ALCA trasero” de Bush. Desde todas esas muestras de solidaridad (mutua), frente a riesgos o situaciones tensas (Ecuador, Colombia). Cuando al nacionalizar recursos no hizo otra cosa que “adjudicárselos a sus propios dueños”.
¿Cómo estaría la Argentina, Ecuador, Venezuela, si en vez de esta vía alternativa, hubiéramos seguido siendo “buenos alumnos, excelentes pagadores, los mejores deudores del planeta? No lo sabemos, pero, si miramos un poquito a Grecia, o a Italia, o el 25 por ciento de desocupados españoles...
Abrir caminos, sembrar preguntas. Los humoristas, agradecidos.
Y mientras tanto, en nuestra ciudad, cierran. Calles, que serán reasfaltadas tantas veces como sea conveniente (no sabemos quién), parques vallados, porque los que fabrican vallas también tienen derecho a comer, árboles históricos talados, porque, bueno ¿acaso el posmodernismo no dice que se terminó la historia? Y subte renovado, al menos, a nivel tarifa. Buenos Aires podrá ser “la reina del Plata”, eso nos encanta. Pero cuidado que entre “reina” y “ruina” hay sólo una letra de diferencia.
Y nosotros continuamos con lo nuestro, o sea, construyendo, no talando, chistes.
Hasta la semana que viene, lector.
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