Viernes, 6 de noviembre de 2009 | Hoy
LIBERTAD > REFLEXIONES SOBRE LO POCO NATURAL QUE ES LO NATURAL
Por María Moreno
La última vez que apelamos a la naturaleza fue para crear un artificio que permitiera evadir la ley: el tercer sexo. Desde entonces, seamos o no poetas, usamos la naturaleza como metáfora. ¿De qué? De lo queer. ¡Y cómo nos supera! Las hembras de las abejas osmias son fecundadas cuando aún no han roto la envoltura natal. La bilharzia hembra es una suerte de hoja que vive enfundada en el vientre del macho. Unos transreinos llamados amuros se aparean en colonias “homosexuales” en donde cada activo, de ser montado por otro, se vuelve pasivo, de lo que se deduce que el único que practica el apareamiento —estéril, obvio— es el último (cállense etólogos y naturalistas, la versión es del siglo XIX y de un poeta, Remy de Gourmont), como si en un dark-room, durante un abotone colectivo, el que eyaculara fuera solamente el del final. Al cangrejo maino le gusta mimetizarse con el ambiente: basta dejarle un costurero con variedad de mostacillas o cuentas de bijouterie y se hará rápidamente drag queen. En el libro Machos demoníacos, de Richard Wrangham y Dale Peterson, se cuenta la historia de Kakama, un bonobo cuya madre está embarazada y que adopta a un leño carcomido por las larvas: lo guarda en un nido, lo lleva de un lado a otro y lo hace bailar en la punta de los pies como las hembras de su especie hacen con sus hijos. ¿Es el leño una muñeca? ¿Una especie de objeto transaccional como el que, dicen los psicoanalistas, usan los humanos para resistir el abandono materno? Los autores no se animan a pronunciarlo, pero lo sugieren. Un antropólogo de las costumbres sexuales, el poeta Carlos Moreira, interpreta la anécdota de Kakama y su muñeca como el nacimiento de “la loca”. Los machos de la Streptopeliarisoria (una variante de paloma) realizan sus rituales amorosos ante una hembra de su especie, pero si se la quitan hará los mismos rituales ante, por ejemplo, una paloma, luego ante una paloma disecada y por último ante el barrote de la jaula en donde solían colocarle el objeto. ¿Será éste el boludo hétero natural?
Alguna vez en un texto que me plagio escribí “la naturaleza prefiere lo artificial”. Es que las abejas adoran el azul y el amarillo, da lo mismo si es un manojo de flores, papel glacé o la camiseta de Boca. Durante las pruebas realizadas por los etólogos se comprobó que los pichones estiran el cuello para pedir alimento, menos fácilmente ante la presencia de su madre que ante un palo largo cuya sombra se parezca a ella y colocado en la posición “científicamente” correcta para desencadenar su instinto. Un pez llamado gasterósteo realiza el ritual de cortejo (ponerse con la nariz contra el piso) mucho más certeramente ante un disco colorado que ante un congénere hembra. Y un pajarraco que puede poner, como máximo, tres huevos de color moteado, en dos tonos de marrón, preferirá tener en su nido cuatro de plástico blanco y negro, sólo porque el esquema es más nítido.
¿Acaso las vetas de la madera no son infinitamente más teatrales, más falsas que las de la fórmica? ¿Existe un objeto más de nuevo rico que el fósil de un pez, es decir un objeto que combina lo vivo con lo muerto, el barniz y la sequedad de la piedra, la huella de una piel, algunas incrustaciones y un azul ultramarino? ¿Hay algo más “mersa”, más aparatoso, que una mariposa amazónica? ¿Entonces? Por último: ¿qué tengo yo de natural, que ya no recuerdo mi color de cabello de origen, camino mediante un tutor de titanio grado 4 de fino engarce en los extremos del peroné derecho, alojo diversas suturas Vicryl hoy invisibles y acciono con químicos varios entre la buena salud y la lujuria? De amar a una mujer, eso sería lo más natural en mí.
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