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Viernes, 23 de abril de 2010

ENTREVISTA

Amor a la mexicana

Actriz, cabaretera, escritora y directora teatral, la mexicana Ana Francis Mor, antes que todo eso, es lesbiana. Y lo dice, lo escribe, lo hace visible con la ilusión de generar un efecto contagio que termine de una vez con esa institución llamada closet. Esa es la intención de su primer libro, El manual de la buena lesbiana (Emeequis Ediciones, que se presenta este sábado), donde asegura que las lesbianas son como las teles, “en cada casa hay una”. Y Ana está dispuesta a descubrirlas.

 Por Paula Jiménez

Tu libro, El manual de la buena lesbiana, empezó como una columna en un semanario. ¿Cómo conseguiste ese espacio?

–Emeequis es un semanario político muy interesante que antes formaba parte del diario El Universal. Un buen día, a causa de un problema con la esposa del presidente Fox, echaron a todo el staff. Juntos se decidieron a fundar este nuevo semanario. Justo en esa época con Las Reinas Chulas, la compañía a la que pertenezco, estábamos tomando El Hábito, que antes pertenecía a Liliana Felipe y a Jesusa Rodríguez, quienes decidieron heredárnoslo. Aquella revista y nosotras empezamos al mismo tiempo e hicimos algunos eventos conjuntos. Hacía ya mucho que yo tenía esta idea de escribir El manual de la buena lesbiana, del cual sólo tenía el nombre. Es un chiste que salió de tardes enteras de platicar con amigas sobre nuestros amores, decepciones y todo eso. Yo decía: es hora de reírnos de nuestra eterna tragedia lésbica, de empezar a hablar de lo nuestro, pero sin solemnidad, desde el humor.

¿A qué te referís con “nuestra eterna tragedia lésbica”?

–Destino trágico, convencimiento absoluto de que tu vida va a ser una tragedia. Pasas por un primer momento de mucha tortura, pero con el tiempo te das cuenta de que es más tortuoso no vivir como lesbiana si lo eres. Vivir como heterosexual si eres lesbiana debe ser una tragedia que no pocas quisimos soportar. En lo cotidiano siempre hay ese recordatorio de que no perteneces y alguien dispuesto a regresarte al closet, a querer que seas otra cosa. Desde quien te pregunta si estás casada, y dices que sí y luego: ¿a qué se dedica tu marido? La gente siempre asume, de entrada, que eres heterosexual. Entonces te dices: ¿qué hago?, ¿le digo que mi novio se llama Julián y se acabó el problema, ya que a este tipo no lo volveré a ver, o le digo que mi marido se llama Eugenia? Y te preguntas: ¿a ver qué cara pone, no peligrará mi vida? Porque en algunos casos la vida está en peligro. Siempre vives con estrés esos momentos, en los que, quienes tenemos suerte, podemos salir del closet, porque ni nuestro trabajo ni nuestra vivienda o integridad física dependen de ello. Pero hay quien no puede. Yo un día decidí quedar absolutamente fuera del closet porque llevar una doble vida para mí sería muy angustiante. No se me dio la vocación de Mujer Maravilla para eso. Es completamente estresante estar cubriendo ese otro personaje, entonces quienes podemos vivir fuera del closet nos ahorramos buena parte de ese estrés, pero tienes que hacerlo todos los días.

Lydia Cacho, la prologadora de tu libro, dice que vos no saliste del closet sino que lo dinamitaste...

–Un momento importante para mí fue cuando conocí a mi actual pareja. Ella viene de una familia educada de otra manera. Las personas crecen distinto si te enseñan dónde tienes la boca, la nariz, el clítoris, todo al mismo tiempo. Entonces a la hora de integrarme a su familia a mí me cambió la concepción de muchas cosas, porque me di cuenta de que así apenas es digno y que menos que eso no tengo por qué soportarlo. Estar con la pareja con la que ahora estoy me ha indicado un tabulador de dignidad muy alto. Desde ahí va mi activismo. Todo eso combinado con el cabaret y con el buen humor, porque para mí la risa es la traducción simbólica del placer en el cuerpo. Es un motor fundamental que nos conecta con esa vocación al placer que tenemos y que la mala educación judeocristiana ha jodido tanto. Y todo porque Dios no se ríe.

¿Y con tu familia qué pasó?

–Mi familia son básicamente mis hermanas, mi madre falleció y a mi padre, alias el donador, hace años que no lo veo. Pero con mis hermanas siempre hemos tenido una relación muy solidaria. Entonces, cuando descubrí que era lesbiana, con las primeras que fui a hablar fue con ellas. En ese momento me encontré con unas lesbianas feministas que me prestaron bastante buena literatura y se las llevé. Las senté a todas y les dije: yo soy lesbiana, lean esto, en quince días me hacen todas las preguntas que quieran y después de eso se joden, porque no me van a dejar de querer. Nunca les permití que me echaran ninguna culpa encima. Ha sido un proceso lento, a veces amoroso y a veces jodido.

Vos decís en tu libro que salís del closet para no quedar encasillada como heterosexual...

–Cuando hablo con mis amigos que viven de la televisión los escucho decir que si sales del closet te van a poner una etiqueta y no quieren porque quieren ser versátiles, interpretar diferentes papeles. Yo creo que en realidad salir del closet es un paso gigantesco y da mucho miedo y tiene que ver con enfrentar montones de cosas propias. Porque todos pasamos por ese momento en que te crees que naciste chueco, que eres menos y es muy difícil sacarse esto de encima. Salir del closet tiene que ver con decidir que no te importa tanto si las demás personas te miran como menos o no. Pero a esta frase que a mí me da mucha risa, “no quiero que me encasillen”, yo contesto: “Para mí es importante salir del closet porque no quiero que me vayan a dar personajes heterosexuales, ¡qué horror!”.

En tu propio libro hizo la salida del closet una actriz boliviana amiga tuya...

–Ella escribió uno de los capítulos donde hablaba de mi casamiento, era una de las testigas. Decidió poner allí su nombre. Fue un poco escandaloso en México. Pero nosotras no lo promocionamos por ese lado, pues el que lo leyera se iba a dar cuenta solo.

¿Hubo una reacción escandalosa con esto, pero no la hubo con el libro?

–Mira, no fue mayor cosa, pero de pronto a la hora de la distribución hemos tenido algunos problemas que se solucionaron, porque como el libro se ha vendido bien, los problemas se les olvidan en minutos. Hay dos historias distintas: el DF y el resto del país, donde hay librerías que los esconden, pero son asuntos que vamos solucionando porque armamos escándalos y esas cosas.

En El manual... contás que en México alcanza con ser mujer para ir presa...

–Por un lado está el discurso oficial donde hay una “intención” de equidad de género, pero que no se traduce en políticas reales. El gobierno federal está utilizando los institutos de las mujeres de todo el país para regresarnos a un lugar de madres de familia. A nivel local, gracias a las feministas metidas en el gobierno, las cosas sí han ido cambiando hacia una política de equidad. Pero la criminalización en otros estados, fuera del DF, es terrible. Nunca en el país hubo una mujer presa por abortar. Después de que se aprobó la ley en Ciudad de México, hace 3 años, la reacción de la derecha en el resto del país ha sido cambiar las constituciones locales para proteger la vida desde la concepción. Y en este momento hay 150 mujeres en la cárcel. Han ocurrido absurdos tales como el de una mujer en el estado de Campecha que estaba moviendo un mueble, le vino un aborto y la metieron presa. ¡Es tan complejo el escenario mexicano para las mujeres!

Ustedes, Las Reinas Chulas, hablan de una “función social del cabaret”. ¿Qué significa eso?

–En la época de la revolución mexicana, finales del 1800, principios de 1900, iban carpas gigantes presentando sus espectáculos de pueblo en pueblo. Allí se bailaba can-can y era un momento sexualmente transgresor, estaban las cantantes de música ranchera, los magos y los cómicos que hablaban sobre lo que ocurría en el país. La gente no sabía leer, sólo muy pocos. Entonces, entre los cartones, es decir, las caricaturas gráficas, sin palabras y los cómicos de cabaret, se educaba al pueblo políticamente. Una tradición que luego el cine mexicano tomó. Todos los cómicos del cine salieron de esas carpas. Venían del oficio de la crítica política cotidiana. Después, mucho de eso murió en los ’60 y luego fue retomado por gente como Jesusa Rodríguez. Nosotras, que venimos de esa educación humorística, pero también de la escuela universitaria de actuación o del teatro serio, de la tragedia, hacemos una combinación entre la técnica y la revista, que nos gusta mucho. Y una vez que conocimos a Jesusa y a Liliana, terminamos de comprender esta función social del cabaret. Ahora nuestro trabajo transcurre entre el escenario de El vicio y la calle, las comunidades indígenas, las escuelas, donde aprovechamos para la difusión de los derechos sexuales.

Ustedes compartieron espectáculo con Liliana y Jesusa. ¿Qué nos podés decir de esa experiencia?

–Fue un gran aprendizaje. Además tuvimos acceso a otra manera de hacer cabaret. Jesusa es una mujer brillante, hambrienta de conocimiento, todo el tiempo lee nuevas cosas y eso va a parar a su escenario. Así es de genial. Nosotras dijimos de entrada: no la vamos a entender, pero vamos a decir que sí a todo. Liliana es de esas personas que si no hiciera música moriría. Es un ser tremendamente inocente. Es muy lindo verlas trabajar y verlas como pareja de veinte años juntas. Lili se ríe todas las funciones de los chistes de Jesusa, como la primera vez. Y ambas fueron tremendamente generosas con nosotras. No sólo con lo que aprendimos de ellas sino también con heredarnos El Hábito, que nosotras llamamos El Vicio. De esto hace ya cinco años.

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Las personas crecen distinto si te enseñan dónde tienes la boca, la nariz, el clítoris, todo al mismo tiempo.
Imagen: Sebastián Freire
 
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