Viernes, 13 de junio de 2008 | Hoy
CATáLOGO Q
Por Claudio Zeiger
Manuel Mujica Lainez
Los ídolos
Sudamericana
En los años ’50, Manuel Mujica Lainez escribió varias novelas que luego fueron agrupadas como “la saga de los porteños”. En rigor, es la historia de la aristocracia argentina venida a menos, de sus casas, sus viajes y sus excéntricos personajes decadentes, vistos con una mirada crítica pero compasiva. Entre ellas, Los ídolos resulta tan paradigmática como curiosa. Narra la historia de una familia, sí, pero a partir de una tortuosa trama homoerótica, donde todos aman a alguien a través de otra persona. El poeta Lucio Sansilvestre ha escrito un poemario (Los ídolos) que obsesiona al joven Gustavo. Narrada por el gran amigo de la adolescencia de Gustavo, la trama va dando cuenta de estos desplazamientos entre maestro y discípulo, con amores no dichos, pero significativamente sugeridos. Como sucede en casi todos los libros de Manucho (sobre todo los anteriores a Bomarzo), la homosexualidad se vuelve omnipresente, ya que de tan escamoteada se disemina por todas partes. En Los ídolos, el deseo homoerótico es una hipótesis que maneja el narrador (nítida y calladamente enamorado de su compañero y amigo) y que nunca se confirma del todo pero que, aun silenciada, satura la atmósfera. La literatura de Manucho era muy pero muy gay, pero hecha con un extremo refinamiento. Sí se le puede achacar un cierto tono aristocratizante y esteticista. Siempre aparece asociada a la belleza y el arte; belleza de efebos lánguidos y hombres ricos y ociosos, atacados por una monomanía. Rara vez aparece una dimensión social más conflictiva de la sexualidad. Sin embargo, no son menores los méritos y logros de esta parte de la obra de Manucho si se la ve en perspectiva, ya que hoy resultaría insoslayable la inclusión de Los ídolos, La casa, Los viajeros o Invitados en el Paraíso si se sistematiza la literatura argentina de tema homosexual del siglo XX.
Los ídolos traza su tema en la primera parte para luego intentar descifrar de dónde viene este desvío en el carácter del joven Gustavo. Para tal fin, el narrador amplía la historia de la familia suponiendo que la rareza del ambiente vendría a explicar la del personaje. Manucho contó que cuando llevó el libro a la editorial, éste sólo contaba la historia del poeta y su joven discípulo, y le dijeron que era demasiado corto, y por eso siguió narrando la historia familiar, convirtiendo el libro en una trilogía. Uno puede conjeturar, si se pone a pensar, que la publicación autónoma de la primera parte resultaría inconveniente ya que, se la explique o no en clave homoerótica, la relación entre maestro y discípulo es tan exaltada y perturbadora que podía resultar chocante para la moral media. Queda el interrogante que el propio Manucho no despejó. Pero sí sembró la duda.
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