ENTREVISTA
Una de las señales más visibles de que el activismo trans está adquiriendo dimensión federal se llama Luisa Paz, coordinadora de Attta (Asociación Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina). Santiagueña por nacimiento y por elección es una de las personas que contribuyen con un trabajo sin pausas, que incluye clases informativas a policías y agentes de salud, para que la realidad trans vaya cambiando de rumbo.
› Por Juan Tauil
—En Santiago del Estero se da una situación muy particular: es una de las provincias en las que se acepta más a la travesti pero es una de las más transfóbicas.
—La transfobia se traduce en el estancamiento en cuanto a consecución de derechos. Está todo bien, pero hasta ahí: no empiecen a hacer ruido porque pasás automáticamente a formar parte del grupo de los rebeldes. Cuando armamos nuestra obra de teatro, lo que llamó la atención es que toda una ciudad movilice a 200 mil personas para ver un corso cuyas participantes son en un 70 por ciento travestis. Esos tres días nos sirven para mostrarnos tal cual somos, pero también nos encasilla en ese lugar de espectáculo.
—El movimiento trans en Santiago es muy fuerte. Attta es muy fuerte pero no hay mucho apoyo de otras organizaciones. Aquí hicimos un trabajo junto a Ubatec donde se capacitó a personal policial –a unos 360 efectivos– y se les enseñó, entre otras cosas, sobre el uso correcto del preservativo. Fue muy fuerte encontrarme frente a ellos, todos sentados, y yo como oradora que les explicaba, les enseñaba. Yo transpiraba, estaba helada... y un oficial en un momento levantó la mano para hacer una pregunta y se dirigió hacia mí como “Señora”. Ese momento fue muy importante para mí y creo que para ellos. Que se pueda enseñar sobre la diversidad, explicar sobre el respeto, sobre el trato con la comunidad. En ese momento aprendí que al enfrentarnos no logramos lo mismo que dialogando. La gente cambia su forma de pensar, entiende la situación de las trans. Con que sólo una persona comprenda esta problemática ya es suficiente. Ahora por ejemplo vengo de Clodomira, una ciudad del interior donde vamos a trabajar en hospitales, articulados con profesionales, y ellos mismos son los que nos abren la puerta.
—Sentí la valoración de mi trabajo, me inflé, me sentí por un segundo como un robot de transformer que se agrandaba y aplastaba a todos. Ese cambio de roles me dio seguridad, porque yo no soy ni licenciada ni siquiera terminé el secundario... en ese segundo el respeto me dio poder, la igualdad dentro de ese espacio me alimentó como ser humano, me hizo un click que me cambió para siempre, a partir de ese momento deseo estudiar, siento la necesidad de tener un título, quiero ser alguien en la vida.
—El activismo. El activismo me cambió 180º. Me fijo en las cosas que hago, lo que digo, cómo defiendo causas y cómo demando cosas.
—Mirá, el año pasado una chica trans entró a la universidad, muy contenta ella, emocionada por estudiar enfermería. Duró tres meses por el acoso de un profesor que la llamaba por su nombre masculino. Hubo oportunidades que la llamó de esa manera diez veces durante una clase. Yo le pregunté por qué se había rendido, ella me contestó que no aguantó el ensañamiento, el ninguneo y la discriminación feroz a la que la sometía este educador, que a su vez había diseminado ese estigma en el resto de sus compañeros. Más allá de que ella fue explicando a cada uno su identidad, tuvo que irse y abandonar su sueño y pararse de nuevo en la calle.
—La adecuación de los datos personales con los que figuran en los documentos abre la puerta para que podamos conseguir otros trabajos o un acceso a la educación que ahora nos están vedados. Para trabajar hay que capacitarse y aquí en Santiago las chicas no pueden estudiar. Hay una escuela, la Sarmiento, donde hay una compañera cursando. Ella habla muy bien de la directora y de sus maestros pero es una sola escuela y no todas queremos ir a esa escuela. Acá hay dos opciones: o sos peluquera o sos costurera. Las mismas clientas dicen “Ay, las travestis tienen muy buena mano para el pelo, cómo agarran el cepillo, como hombres...” —la mayoría ni siquiera dicen “la travesti”—. Eso es lo que se escucha, lo que se ve en la calle y ésa no es la mejor opción sino que cada una debe poder elegir lo que quiere estudiar, el oficio que quiera tener. En Santiago del Estero no hay ni una travesti recibida en la universidad. Eso es grave, las que somos grandes vemos que a medida que pasa el tiempo se pone más dificultoso sobrevivir, conseguir las cosas. En un tiempo no muy lejano van a estar como estamos nosotras ahora. Se deben impulsar leyes, generar cambios en contra de la discriminación.
—Fuimos invitadas las representantes de todo el país para hacer la presentación del anteproyecto de la ley de identidad de género. Fue muy emocionante formar parte del grupo que exija un cambio al Estado. Siento una enorme responsabilidad como parte de un grupo de personas que pudo llegar a esa instancia. Como trans, al lado de otras agrupaciones, estamos un poco atrás todavía. Yo no sabía que iba a hablar, no estuvo preparado que yo hablara. En ese momento empezaron a pasarme por la mente filminas, retazos, fragmentos de mi vida, cuando éramos llevadas por la policía, sometidas a una violencia enorme... muchas de nosotras quedamos marcadas por ello.
En las provincias, sobre todo en el NOA, esta represión sigue en pie, la policía sigue ejerciendo esa violencia sobre nosotras. Me emocioné hasta las lágrimas, que también eran de alegría, de fe, de esperanza, de creer que se puede, porque cuando me incorporé, cuando empecé a militar lo hice pensando en la necesidad de entregar preservativos a las compañeras en situación de calle y ahora este margen se está corriendo y que podemos pedir otras cosas.
—Lo interesante es que los temas se debatan. Sabemos que nos van a dar cachetazos pero también que nos va a apoyar gente que no nos imaginábamos. Con esta ley las personas que lo necesiten harán un cambio registral en las partidas de nacimiento a través de un trámite administrativo y no judicial, que el director de cada distrito firme y autorice con los comprobantes necesarios —fotos, testigos, etc.— que acrediten que una vive de esta manera hace equis cantidad de tiempo. Así vamos a poder cambiar ese registro, esto significa un gran cambio ante nosotras mismas y ante la sociedad y podremos llevar el nombre no ya que queremos, sino que necesitamos.
—...Una vida tranquila, siempre con el mismo hombre, con quien hace 21 años estoy en pareja. Nos conocemos desde niños, desde que teníamos 10 años más o menos. Por las vueltas de la vida me fui a vivir a Buenos Aires y cuando volví él ya tenía 18, estaba transformado en todo un hombre, y yo ya era trans. Nos flasheó a los dos ese cambio y ese año —1987— nos vimos, nos enamoramos, ahí nomás nos juntamos, convivimos. No estuvimos nada de novios, si bien éramos conocidos, vecinos, no sabíamos mucho el uno del otro, ni los gustos, ni las formas de ser, igual nos fuimos a vivir juntos. Y no nos separamos más. Al principio como todas las parejas tuvimos momentos de desencuentros pero se fueron suavizando, ahora estamos tranquilos, cambió nuestra forma de actuar, nuestra forma de querer.
—Totalmente, mirá, a mí me venía sonando hace un tiempo largo la idea de cortarme el pelo. Nunca tuve problemas respecto del pelo, al que considero un arma de seducción —el pelo largo, mucha cantidad— pero no me encasillo en tenerlo largo. Hace un mes más o menos me planteé la necesidad de un cambio. Para ello me hice una pregunta: ¿Qué clase de mujer quiero ser? ¿Quiero ser una vedette, una modelo, una mujer llamativa... o tal vez como una vecina del barrio? Decidí ser una trans que lleve con orgullo las canas, el pelo corto, portar la madurez con altura, el paso del tiempo, la experiencia. Las personas que vieron mi cambio me dijeron que me quedaba bien, las que me dijeron lo contrario fueron las trans que siguen el estereotipo del rubio, pelo largo, maquillaje las 24 horas... a las que no cuestiono pero apunto a ser otro tipo de travesti. Quiero ser lo más natural, normal, común... con todo lo que esas palabras significan.
Paz destacó que en Santiago hay muchas expectativas por la aprobación de la ley y resaltó que hay dos parejas, una de lesbianas y otra de homosexuales, que tienen intenciones de contraer matrimonio, pero teniendo en cuenta la idiosincrasia de los santiagueños, van a esperar hasta que la ley los habilite. “Por ahí tienen poca información, pero los representantes del pueblo tienen la obligación de separar las cuestiones religiosas, personales, por la ética que tienen que tener para determinar una ley para toda la población.”
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