Viernes, 6 de agosto de 2010 | Hoy
WEDDING PLANES
Por Tieregarten
Nunca hemos tenido problemas en el momento de pedir una cama doble para pasar la noche estando de viaje. Tal vez alguna cara de sorpresa seguida de la sonrisa (como la de quien decidimos llamar “Pedro Bello” en ese hotelito por Yucatán: “Ah pues, ¿tú quieres una queen?”).
En muchas situaciones, una pareja de mujeres resulta visible. Tardé en darme cuenta, y sé que suena alelado el comentario, pero dos mujeres solas destacan de una manera particular en muchos ámbitos. Solas digo pero no estamos solas, sólo no llevamos un hombre al lado. Pero en la estación de servicio, en la recepción del hotel, en el puesto de peaje, se nota que no hay un hombre: creo que cama y auto son dos puntos neurálgicos para la visibilidad lésbica. Por ejemplo, y ésta sí que es fabulosa, el muchachito que esperaba la propina por haber mirado cómo el auto estacionado se quedaba quieto frente al cerro, se acerca y antes de que se baje la ventanilla dice del lado del conductor un “gracias, papá”. El pibe presupone un tipo que maneja. La presuposición lo lleva al pragmatismo de mamipapihotton: un hombre y una mujer, papá y mamá.
Un amabilísimo agente que nos paró en una ruta en San Luis, antes de mirar los papeles del auto, le preguntó a mi novia: “¿Le dio permiso su marido para sacar el auto?”. Sólo medió la sonrisa y la explicación de que el auto era propio y no de un marido. Eso cerró nuevamente la presuposición mamipapi, que yo aproveché para hacerme la indignada y jurarle trágica y griegamente que nunca llegaría a negarme tres veces.
Hace algunas semanas, en las alternativas previas al 14 de julio, Von Eisberg me decía que las diferencias en el Senado podrían deberse al carozo tradicionalista que se vive en muchas de las provincias de la Argentina. Más tradición, más familia y más propiedad. Al salir de viaje,en estos días, pusimos mucha atención en ver qué pasaba, en tratar de pescar la reacción (si es que había alguna) post-ley. ¿Había hecho mella socialmente? Vamos y venimos en lo que consideramos lo normal. No escuchamos ni una sola palabra, nadie nos hizo ni un comentario. Con alguna gente hemos conversado más; con otra, menos. Pero nadie habló de la ley. Nadie tampoco cuestionó y fuimos siempre tratadas amablemente.
Algunas amigas españolas, con más experiencia vivida al respecto, advirtieron: “Esta es una primera batalla ganada, no la guerra”. Y creo que así es. Pero también duermo más tranquila confiando en que la legislación va a dar respaldo a los demás cambios, mientras nosotras seguimos en la ruta.
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