Viernes, 10 de septiembre de 2010 | Hoy
DANZA
Un espectáculo de danza puro y duro, muy sexual (más duro que puro) y terriblemente enérgico para disfrutar desde la platea con la fuerza que contagian los cuerpos.
Por Adolfo Agopián
La primera escena presenta desde la penumbra un cuerpo copulando...
Es en los movimientos donde Pablo Rotemberg elige contarnos su particular visión de la sexualidad. Son tres muchachos y dos chicas que, con una vertiginosa agilidad, presentan escenas de fuerte erotismo. En las antípodas de la pornografía, pero aun así somos testigos de explícitos movimientos, belleza desnuda de los bailarines que se entregan. La animalidad que el coreógrafo presentara como bailarín en su anterior (y exitosa) El lobo, es trasladada en La idea fija a los intérpretes. Movimientos desarticulados los conectan derrochando una sexualidad maquínica y agresiva que coloca a cada una de las secuencias (y sobre todo a los “solos” o masturbaciones) muy alejadas de la mirada sensual con la que se identifica comúnmente al erotismo. Sin instalar sadismos o masoquismos, los personajes se presentarán como “Sujetos del (al) deseo”: una fuerza arrolladora que los hace chocar y encontrarse calientes. El espacio puede ser un gimnasio con unos lockers donde se guardan y desde donde surgen seres dispuestos al próximo encuentro. Esta manera de aparecer con esas puertitas y descaradamente show off emparientan ciertos números con la estética del cabaret berlinés. Además de poseer características físicas bastante disímiles, los cinco se destacan en incorporar la energía desmedida que el show les exige y que en el caso de las danzas entre Rosaura García y Vanina García cautiva desde lo salvaje.
Destacado trabajo de iluminación de Fernando Berreta que durante todas las secuencias aporta sutileza y refinamiento. La propuesta que, por acumulación, logra explorar relaciones de lo más diversas, es muy sincopada en su devenir, e incluso el monólogo teatral puede resultar molesto (más vale ir prevenido). Es tal el despliegue corporal que parecen sobrar las palabras. Juan González cautiva con peluca o subido a unos tacones y la potencia de Alfonso Barón podría convertirlo en un alter ego de Rotemberg. En ningún momento se abandona la idea de entretener, no faltan la gestualidad más soez y genital, la evocación pop y un pastiche musical divertidísimo que nos lleva desde los sonidos y las composiciones originales de Gaston Taylor hasta algunas melodías de Giorgio Moroder de películas ochentosas. La apoteosis (también gracias al colorido vestuario de Gabriela Fernández) llega de la mano de la Carrá, que exige un “Buen amor” mientras los intérpretes también cantan. l
La idea fija, viernes a las 23.30 en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034.
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