Viernes, 17 de septiembre de 2010 | Hoy
ENTREVISTA > JAVIER DAULTE
Una de las tres hermanas es lesbiana, el tío es gay, muchos de los personajes sufren de homofobia mientras otros no tanto, o no se les nota. Pero estos datos no hacen de Para vestir santos una tira centrada en el asunto de la homosexualidad, sino en el amor que no llega para nadie. Javier Daulte, autor y director, explica cómo se puede hablar de todas estas cosas en la televisión en los tiempos que corren.
Por Pablo Pérez
–Creo que sí, que cambió algo respecto del modelo que esos personajes tuvieron. Es desangelado porque el modelo es tan “angelado”... se supone que tiene que aparecer un príncipe azul y la vida no es de príncipes azules, ya no hay más príncipes azules... Es decir, el anhelo de ese amor romántico y perfecto... ¿Qué es ser soltera? Es la imposibilidad de construir un proyecto afectivo con alguien, porque no es que son chicas que no están en pareja, se la pasan estando con tipos, cogen...
–Nooo, éstas cogen sin parar. Les decía justamente a las chicas: “Esto más que Para vestir santos debería llamarse Más putas que las gallinas”. Tiene que ver con eso; antes se asimilaba la soltería con la falta de sexo, y el sexo con la falta de soltería, por decirlo de algún modo. Y hoy sabemos que la posibilidad de un proyecto afectivo es de una enorme complejidad y los roles se han puesto en crisis. El hombre de la novela romántica está muy mal visto, así como todo lo que se asimile con el macho, y la mujer que quiere ser ama de casa también está mal vista. Hay algo que se ha puesto en crisis respecto de los roles y de ciertas tradiciones. Hoy, por ejemplo, alguien que haya pasado por varias parejas no está condenado por la sociedad; hace cien años eso era realmente un gran problema. Pero también eso hace que sea muy difícil afianzar un compromiso. Antes no tenías más remedio: o te gustaba la persona con la que estabas y hacías el esfuerzo de encontrarle la vuelta a esa relación, o la cosa se iba a complicar mucho. Los hombres y las mujeres o tenían amantes, porque era una salida a la infelicidad de una pareja, o tenían que esperar a quedarse viudos para poder intentar otra. Hoy, las costumbres hacen que no sea necesario matar a la pareja, ni engañarla.
–Esto está bárbaro en un aspecto y en otro, esta cuestión de poder pasar de una situación de pareja a una pareja diferente sin que la sociedad te condene por eso, habilita, para decirlo en palabras un poco conservadoras, que no se lo intente con un poquito más de tesón. Es muy fácil separarse. Es un concepto que no inventé yo, es el “amor líquido”: tengo que encontrar a mi pareja ideal, entonces ésta no me sirve, la próxima va a ser, y así me paso toda la vida sin crear un compromiso afectivo con una persona... Es un concepto de un pensador, Zygmunt Bauman, muy vinculado con cierta cuestión de los valores y con el consumismo: no conservamos; la gente cambia el auto no porque no le ande más sino para tener uno mejor. Pero bueno, un auto es un auto, una persona es otro asunto.
–Pero no, yo no voy a hablar de mi vida privada...
–Esas fueron propuestas mías rápidamente aceptadas. En este mundo, decir “soy gay” no es tan sencillo, tampoco demasiado complicado. Por un lado, en el personaje de Celeste Cid (Malena), podríamos decir que hay una orientación-desorientación, porque a ella le pasan cosas con las mujeres y luego vuelve a estar con un hombre y luego volverá... hay un ida y vuelta permanente. Y luego está el personaje de Hugo Arana (Horacio), un hombre de barrio, grande, que vive la homosexualidad de una forma mucho más complicada, reprimida, traumada. Las hermanas se preguntan si no será virgen todavía, porque no se atreve a nada, o como mucho se atreve a pagarle a algún chico para de algún modo tener... algún tipo de satisfacción. En ese sentido, la elección consciente que hice fue singularizar en las personas, no siento que haya personajes homosexuales (que los hay) sino que es una problemática más...
–Un rasgo más. De hecho, los mismos personajes se preguntan: “¿Tengo que decir ‘soy gay’?, ¿por ahí pasa mi identidad?”. Bueno, nada, estoy con tal persona y punto, no hay mucho más que explicar, si hay algo que explicar.
–Primero que nunca se hizo pensando en sumar espectadores sino que se puso como un elemento dramáticamente interesante a ser jugado. Y por otra parte es algo que puede ocurrir en esta época, por suerte, porque hace algunos años vos ponías un personaje gay en un programa, y se transformaba en un programa sobre homosexualidad, se volvía tema. Acá no es tema, es decir, hoy en día forma parte del paisaje. Cuando hice Fiscales, hace doce años, no hubiera podido plantear que uno de los tres fiscales fuera homosexual, porque eso se hubiera puesto demasiado en primer plano.
–Y de sufrir, del puro sufrimiento. En realidad, en Para vestir santos, “todos” están para vestir santos. Las mujeres son las protagonistas, pero los hombres también. Y en ese sentido, esto que aparecía en un hombre grande y soltero me parecía muy rico, y al mismo tiempo yo sentía que de esto no se hablaba. En ese sentido, cuando hablábamos del elenco y se barajó el nombre de Hugo, pensaba que si no era él iba a ser difícil encontrar a alguien que pudiera hacerlo creíble. Porque, por un lado, quiero que sea un personaje al que el público ame, y como va a tener cosas de pronto un poco sórdidas, entonces va a depender mucho de cómo el actor lo haga. Creo que Hugo, en ese sentido, tiene no solamente el talento y el oficio sino también la enorme sensibilidad para poder jugar esto de una manera profunda.
–El había hecho el “gran” maricón. Muchos han dicho que hay una reivindicación sobre Hugo con este personaje de ahora... Igual es notable cómo un actor que no es homosexual está en mejores condiciones... esto parece un prejuicio enorme... Ahora tengo a Darío Grandinetti haciendo un homosexual también, en Baraka. Y claro, en ese sentido es notable cómo esto no pasa por la sexualidad, en los actores es más posible apropiarse de cosas que sean diferentes, que aquello en lo que más se puedan parecer al personaje... Además son personajes para un actor muy atractivos de jugar, ponerse en la piel de algo que pueden transitar únicamente en una ficción.
–Sí, era ponerla a navegar en aguas donde le apareciesen muchas dudas. El de Celeste es un personaje que cuando ve las cosas se las dice, no se miente a sí misma, entonces me pareció que podía ir y venir. Y pudiese manejar una fuerte honestidad consigo misma. No es el personaje de la Toscano, por ejemplo, que se miente todo el tiempo, y que si tuviese alguna inclinación, la taparía con todas las capas que hiciera falta.
–Sí, claro, cosas que existen todavía y que llaman la atención. Susi al principio la niega; el caso del padre de Ema representa al fascismo puro y duro; pero en el caso del personaje de Casero (David), es un fascismo, una homofobia espontánea. Se queja: “¡En esta casa no se puede hablar mal de los judíos, ni de los homosexuales, ni de los negros!”, como diciendo “si es lo más natural del mundo que uno hable mal...”. Creo que se trata también de mostrar eso. Porque hay ámbitos y ámbitos. Creo que el de Para vestir santos es un tipo de marco sociocultural donde una de las chicas puede estar saliendo con un policía e incorporarlo en su casa. En el ambiente palermitano alguien aparece diciendo que sale con un policía y le dicen: “Bueno, ¿cuál es tu perversión? Andá al psicoanalista”... ¿viste?
–Y... se llama Para vestir santos...
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