Viernes, 17 de septiembre de 2010 | Hoy
SALIO
Diario de una lesbiana precoz (Ediciones B) o por qué no siempre resulta bueno y provechoso espiar en los diarios ajenos.
Por Paula Jiménez
Arrancamos mal: la foto de tapa es la de una mujer hermosa por duplicado, una imagen especular que alimenta la idea (devenida del psicoanálisis) de que la homosexualidad es una elección narcisista. Acá nada tiene que ver la autora, que además de no tener injerencia sobre las políticas editoriales, tiene 18 años; 18 años, o 14 o 15, la edad en que Ayelén Angélico ubica su despertar sexual, que tituló como “precoz”. ¿Por qué? ¿A qué edad una elección sexual se considera temprana y para quién, para Sigmund Freud, Ayelén Angélico o Ediciones B? No lo sabemos, pero resulta bastante sugerente, a la luz de un mercado que no es precisamente el literario, la aparición de un libro que promete la irresistible combinación de erotismo entre mujeres y primerísima juventud, y que lleva este título y que, como si fuera poco, reza un XX / XX en la tapa, que además de referir al código del ADN parece remitir a las X del porno. No, señores, señoras, no se hagan ilusiones. A mal puerto van por leña si buscan escenas de sexo; en el Diario de una lesbiana precoz más que alguna que otra arrimadita en un baño, y que no llega demasiado lejos, no van a encontrar nada donde calentarse. Además, para echar mano a términos aplicables a productos pretendidamente comerciales, se podría haber elegido otro como “confesiones”, por ejemplo, en lugar de “diario”, porque, en rigor, un “diario” no es. Acá la cosa va para otro lado. Es el relato, en primera persona y 46 capítulos —más un prólogo y un epílogo—, de una adolescente oriunda de San Nicolás, políticamente correctísima, a la que le gustan las chicas y que, entre otras cosas, se hace cortes en el cuerpo. Pero, aviso a los impresionables, ésta tampoco es la historia de la berlinesa Cristian F. drogada y prostituida picándose en los andenes del oeste alemán y produciendo escozor en los lectores, así que léanlo sin problemas, que cuando Ayelén se ponga a hablar de la tijera, no se van a desmayar. No sólo hay un desfasaje entre la provocadora tapa, el título y el texto; el texto, por su parte, intenta calar hondo con reflexiones existenciales y mechar temas que puedan generar escándalo como el sexo y la automutilación, pero no pasa de ser una estampa y un coqueteo que, a lo sumo, toma las formas de goce que la época propone y hasta por ahí nomás. Porque tampoco es Abzurdah, el best seller autobiográfico de Cielo Latini, que se mete de lleno con la memoria de su anorexia y su bulimia. Pero aunque se trata de un libro, no es del libro de lo que quiero hablar. Me pregunto más bien cuáles fueron las intenciones de Ediciones B al publicarlo. Nadie dice aquí que está mal que su objetivo sea puramente comercial; de hecho, una editorial no es una sociedad de beneficencia, pero, ¿no hay otros textos que además de resultar vendibles, estén un poco mejor escritos y no necesiten ser presentados como algo que no son? ¿O es que apareció una niña de 18 años y enseguida se pensó en el negocio redondo de exponerla, en el negocio de hacerla aparecer en los medios, en el negocio de ir a darle un beso en la boca a Amalia Granata en el programa de Roberto Pettinato? ¡Qué mal gusto, Santa Madre de Lesbos! ¿De qué estamos hablando cuando hablamos de amor?
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